1.- Lo único necesario para el triunfo del mal es que los hombres buenos no hagan nada (Edmund Burke)

2.- Hay un límite a partir del cual la tolerancia deja de ser virtud (Edmund Burke)

viernes, 22 de enero de 2021

MÁS SOMBRAS QUE LUCES: UN AÑO DESPUÉS

 

    Si alguien nos hubiese dicho el treinta y uno de diciembre del 2019, cuando despedíamos el año con las doce uvas de la suerte y nos deseábamos lo mejor para el año nuevo envueltos en confeti y con la alegría desbocada, abrazando y besando sin restricción alguna a nuestros amigos y seres queridos, que un año después estaríamos todos con mascarilla en medio de una pandemia global con el mundo postrado y de rodillas, contando muertos y contagiados por culpa de un extraño virus procedente de China y sin poder abrazarnos a todos nuestros familiares y amigos para celebrar juntos y revueltos la despedida del 2020, pensaríamos que se trataba de un chalado con una cogorza monumental, o que se le habría ido la pinza de tanto esnifar “fariña”, o que se trataba tal vez de uno de esos tipos frikis y fuera de la realidad que se toman demasiado en serio determinadas pelis y series de ciencia ficción apocalípticas tan de moda donde se va todo a la mierda y el personal entra en modo “sálvese quien pueda” con todas las consecuencias.

     El caso es que es verdad, lo hemos vivido y lo estamos viviendo, y estoy seguro de que quién más y quién menos en algún momento pensó que todo se trataba de una  horrible pesadilla después de una cena pesada, una de esas tan real y tan vívida de la que nos despertamos sobresaltados pero con un inmenso alivio al darnos cuenta de que todo ha sido un mal sueño. Incluso puede que a veces nos hayamos pellizcado, por si acaso, como queriendo despertar negando los hechos, y aunque las consecuencias del virus no nos afecten o tan sólo nos hayan rozado tangencialmente, tanto en la salud y como en la economía, toda esta locura y desgracia no es más que la constatación de que al final la realidad siempre supera con creces a la ficción. Todo un axioma.

   Primero con el confinamiento total de marzo, abril y mayo, cuando hicimos de tripas corazón aprendiendo a teletrabajar desde casa o a sobrellevar un ERTE temporal los más afortunados que mantuvieron su trabajo, o todos aquellos que pertenecen a sectores y tareas esenciales que tuvieron que superar la angustia de afrontar algo desconocido con el miedo de contagiarse y traerlo a sus casas con la posibilidad de contagiar a sus familias. En cualquier caso fue el comienzo de este largo periodo en que aprendimos a vivir con miedo y a perder nuestra libertad personal, cuando nos asomábamos todos los días a las ocho de la tarde a los balcones para aplaudir y animar a nuestros sanitarios, los nuevos héroes de la sociedad que libraron y libran todavía una lucha sorda y titánica, con medios escasos y a ciegas, contra un enemigo implacable que robaba y sigue robando vidas, sobre todo las de nuestros mayores, como un vampiro insaciable. Un tiempo que nos cambió y nos está cambiando por completo la vida y las prioridades, mostrando nuestra fragilidad como seres humanos individuales, como sociedad e incluso como especie dominante e inconscientemente segura de si misma desde la cúspide de la pirámide del ecosistema. Una sensación de seguridad suicida ante un ser diminuto e insignificante en apariencia, que como tantas otras veces a lo largo de la historia en casos similares, acabó atropellando nuestra arrogancia y humillando la supuesta superioridad tecnológica y científica de la que tanto presumimos, al menos en los países desarrollados.   

    Durante aquellos primeros meses todo se convirtió en un delirio de proporciones funestas en la que todo eran especulaciones y aprendíamos día a día la verdadera naturaleza de un bicho invisible que nos atacaba sin piedad, mientras tanto las batallas políticas, como siempre, y el juego sucio de verdades y mentiras, lo emponzoñaba todo.  Una vez acabado el confinamiento y aplanada la famosa curva, poco a poco, se produjo la anhelada desescalada que desembocó en un verano extraño lleno de esperanza contenida y deseos de que todo volviese a una nueva normalidad de la que todos hablaban sin saber muy bien en qué consistiría exactamente; pero todo se fue torciendo de manera implacable y triste, y como casi siempre, aunque en todas partes se cometieron errores de bulto por parte de la mayoría de los gobernantes del mundo, en nuestro país las cosas se torcieron aún más, adquiriendo los tintes de una tormenta perfecta con el daño económico que continuamos sufriendo, especialmente con la puntilla que supuso la pérdida de un turismo extranjero en desbandada por los rebrotes inesperados en un sector estratégico de nuestra economía. Y por supuesto por la panda impresentable de políticos y gobernantes de todos los colores, tanto a nivel de estado como en los diversos putiferios autonómimos, con escasas excepciones, donde sólo importa el tú más y la pelea bajuna, partidista y radical repleta de contradicciones y oportunismos cortos de miras.  Para más desgracia, como guinda del pastel, la movida del rey emérito con fuga del país incluida y los carroñeros de siempre, de uno y otro pelaje, aprovechando la coyuntura para lo suyo en medio de tanto desbarajuste.

    En fin, menos mal que la ciudadanía en general, a pesar del desgate y el cansancio, se ha comportado de forma sensata manteniendo este país nuestro en pie con sentido y responsabilidad; aunque ahora mismo una parte importante del personal esté pasándolas canutas y con la soga en cuello teniendo en cuenta la que se avecina, cansados ya de tantas renuncias y prohibiciones, sobre todo en lo que se refiere a la esfera afectiva y la económica, y con los contagios de nuevo desbocados.   Porque después de la segunda ola del otoño con todo a medio gas, una vez pasadas las fiestas navideñas y metidos ya de lleno en el 2021, cabalgamos a lomos de una tercera ola brutal e imparable, con nuevas cepas del bicho como la británica complicando la cosa, y sin tener muy claro si el comienzo a trompicones de la aplicación de las vacunas, en medio de nuevas confrontaciones políticas y disparidad de criterios, otra vez, supondrá por fin la solución a corto y medio plazo. Un rayo de esperanza al que todos nos agarramos como a un clavo ardiendo esperando recuperar un poco de la normalidad que perdimos pero con la duda de si alguna vez podremos recuperarla del todo cuando todo esto acabe.

     Teniendo en cuenta las circunstancias y tal como están las cosas, podría seguir perfectamente con la entrada anterior del 20 de marzo del 2019 - El día que volvamos a besarnos sin miedo -  hasta que esta pandemia pase definitivamente. Por supuesto siempre que las vacunas que empiezan a administrarse tan lentamente nos inmunicen de verdad, o que el propio virus se normalice y desaparezca por un tiempo aunque vuelva por sus fueros de forma cíclica disfrazado con nuevos ropajes pero siempre al acecho, es decir como la gripe de toda la vida, vamos.

     De lo que no queda duda son las consecuencias que traerá la pandemia a todos los niveles, que serán muchas y de calado, como ya lo estamos comprobando en nuestras propias carnes. También está claro que el mundo ya no volverá a ser el mismo de antes. Eso seguro. Además de la irreparable desgracia que supone la pérdida de seres queridos para tanta gente, que es lo principal y más doloroso, y del descalabro económico que se está llevando por delante los frutos del trabajo y esfuerzo de muchos años de una parte importante de la población española y mundial, está el hachazo inmisericorde que el coronavirus ha asestado de forma certera a nuestra forma de vida y de relacionarnos; un estilo relajado y un tanto inconsciente, sobre todo en el occidente rico y opulento, con afectación en particular a las relaciones afectivas y al contacto social. El coronavirus ataca directamente nuestra necesidad de buscar la “piel con piel” con el otro, algo consustancial e imprescindible en países y culturas como la nuestra que necesita del contacto físico y el abrazo para lograr la felicidad de la gente.

     Vivimos días extraños y complicados de peste y pandemia universal que nos ha obligado a renunciar a cosas tan importantes para el equilibrio mental y emocional como es el contacto con las personas que queremos o a las relaciones sociales tal como las entendemos, sobre todo en un país como el nuestro. Una situación que nos impide salir de nuestras casas con libertad y mezclarnos con los demás como dicta nuestro espíritu gregario, algo que sólo deben aplaudir los anacoretas apartados del mundo por decisión propia o los misántropos de libro que odian a sus semejantes y creen de verdad que "el infierno son los otros", como aseguraba el filósofo francés J.P. Sartre en una de sus obras. No digamos ya la catástrofe económica, como decía antes, que todo esto supone para tanta y tanta gente con la difícil disyuntiva de elegir entre salud y economía.

    Es curioso pero a principios de enero del año pasado, una vez pasadas las fiestas, cuando el 2020 prometía lo mejor y de lo que vendría después sólo nos llegaba un eco lejano de China y apenas aventurábamos nada de la peste nefasta que ahora nos trae por la calle de la amargura, publiqué en el blog una entrada que titulé "Más luces que sombras" a cuento del lucerío con que el alcalde de Vigo nos había engalanado la ciudad convirtiendo nuestras navidades en un éxito económico y de público y en trending topic del mundo mundial. Aprovechando el tema y que nuestro GH seguía entonces y sigue ahora parado, desde mí óptica normalmente optimista saludaba aquel nuevo tiempo con ilusión e intentando resaltar las luces sobre las sombras. No podía imaginar entonces todo lo que nos esperaba.  Más de un año después, sigo sin perderle la cara a las cosas, aunque vengan torcidas, pero para ser justos y ecuánimes con la que esta cayendo el título más apropiado para esta entrada a día de hoy es “Más sombras que luces”. 

     Aún así, como todo en la vida, a pesar del año horroroso que nos ha tocado vivir, y que el 2021 parece seguir la misma pauta, siempre podemos encontrar destellos de luz, un rayo de esperanza en medio de la tormenta, momentos especiales y maravillosos que ni siquiera la pandemia puede desdibujar ni destruir atestiguando que la vida al final acaba floreciendo y sigue su curso. Momentos, emociones y pequeñas ilusiones que espero, cuando pase el tiempo, sean los que prevalezcan también en mi memoria cuando recuerde el año en que no pudimos besarnos ni abrazarnos sin miedo.

Forastero marulo

P.D: Para finalizar esta entrada ajena a la temática habitual del blog quiero hacer un pequeño homenaje con un breve poema de cosecha propia a todas esas personas, fundamentalmente mayores, que esta pandemia se ha llevado dejando un vacío en nuestro corazón y en nuestras vidas.

NO PUDE ESTAR CONTIGO

La desolación se apoderó de mi esperanza

cuando tus ojos se cerraron 

y dejaste de buscarme

a través de la mirada de unos ángeles 

de la guarda, con bata y sin alas,

que cuidaron de ti en mi ausencia

superando la impotencia y el miedo.

Mi corazón se rompió en mil pedazos

por no tener tu mano entre las mías 

acompañando tu último suspiro

con todo el cariño que merecías.

El mal invisible y cruel 

se cobró tu ánimo y tu aliento

apagando tu luz y tu vida,

y alimenta un dolor inconsolable

aprisionado en el alma

porque no pude estar contigo

para despedirme

y decirte cuanto te quería

cuando más me necesitabas.