"Son las cosas de la vida, son las cosas del querer"
Todo era una sucesión de señales inequívocas de que estábamos a punto de asistir a uno de esos melodramas repletos de autenticidad que sólo Gran Hermano, a veces, nos regala generosamente. Una historia trasladada del mundo real a ese microcosmos donde los sentimientos se amplifican hasta el infinito para inundarlo todo y tocarnos el corazón, para arrastrarnos e implicarnos en su desarrollo gracias al poder divino que disfrutamos, desde nuestras casas, de modificarla e influir de alguna manera en su transcurso con nuestros votos. Como si fuésemos dioses implacables y ociosos metimos a Sergio en la casa y ahora nos conmovemos sin saber qué decir, consternados, por las consecuencias de nuestra decisión, muy sugestivas para el espectáculo pero nefastas y crueles para Sindia. Estoy convencido de que hoy, satisfechos con su ración de morbo, muchos de los que metieron al novio con sus votos en Guadalix desearían ahora que estuviese nominado para cortarle la cabeza y echársela a la leones en el plató, o a la leona. Una patada en el culo después por el daño infligido con su entrada inoportuna y sin darle siquiera las gracias por los servicios prestados.
Recuerdo que al principio, por su risa estridente y ese revoloteo incesante alrededor de todos y de todo, llamaba a Pipi cariñosamente Estrellita Castro, por ese acento y ese desparpajo tan marcado de la típica chica andaluza sencilla y pueblerina pero que detrás de la apariencia de espontaneidad y simpleza esconde un volcán de vida, como uno de esos árboles de cualquier plaza de Andalucía a punto de florecer en primavera con un estallido de fragancias y colores. Cuando fue consciente de que nacían en ella con fuerza arrebatadora sentimientos confusos y una pasión desconocida, vivió durante un tiempo asustada y huidiza haciéndose preguntas al corazón que no sabía o no se atrevía a responder, y su estrella se apagó en parte porque no quería que sus miradas ni sus gestos la traicionaran.
Aunque está dotada de esa capacidad única para sortear los obstáculos de la vida gracias a las virtudes de la empatía y la intuición, ahora es una concursante superada por ese mundo cerrado y endogámico de Guadalix que multiplica por mil las emociones, un lugar donde todo se "magnifica". Una concursante puesta en la tesitura de romper con sus lealtades de siempre, con una vida casi escrita y un destino prefijado a cambio de una ilusión. Un sueño de libertad que requiere cortar las pesadas cadenas afectivas anteriores con todo su bagaje, lo bueno y lo malo, para encontrar el nuevo paraíso que cree adivinar en otros ojos, en otra sonrisa y conquistar su futuro lejos de la seguridad de todas sus antiguas certezas. O simplemente una quimera, un espejismo que la conducirá tarde o temprano y sin remedio a la infelicidad. Pero todo eso no importa porque es ella quién debe tomar la decisión, sea cual sea, que supondrá un camino sin retorno.
Gran Hermano, desgraciadamente, aceleró de forma maquiavélica e irrespetuosa un proceso natural al que asistíamos sorprendidos y estupefactos introduciendo en la casa el referente externo, su novio, que debía permanecer en la distancia para entender el juego y la vida de Sindia en Guadalix. Su existencia fuera y lo que nos contaba de ella explicaba su evolución personal y emocional, pero todo se rompió brotando su realidad escondida desde aquel día fascinante en que Ochoa sacó a la luz pública sus emociones ante una audiencia incrédula, los mismos espectadores que pretendían después fusilar al amanecer a la mensajera por intentar ensuciar lo que todos aplaudían simplemente como una bonita amistad con Pepe. Como dice la copla, Pipi ya era entonces una mujer atrapada por las cosas de la vida y las cosas del querer.
Con semejante situación contemplar en el debate a la madre de Sindi, triste y preocupada ante el espejo inmenso de "España", fue desolador. Una mujer humilde y realista a la que la vida, según parece, no le ha sonreído demasiado y ha supuesto una sucesión de sinsabores. La sentaron al lado de los comentaristas, observando algo cohibida como esa fauna de personajes famosos, que sólo asomaban antes a su vida a través de la caja tonta, frivolizaban alegremente de manera histriónica y a la ligera sobre la vida de su hija y su relación con Sergio. Un noviazgo que ella entendía desde su propia experiencia como fantástica y apropiada para la felicidad de Pipi. Y ahora todo ese mundo seguro y conocido para su niña, con un futuro estable y un buen padre (el que Sindi no tuvo) para sus posibles nietos se venía abajo por este maldito programa, y todo por el capricho tonto de su hija por un bailaor muy guapo y divertido, sí, pero que cualquiera sabe hacia dónde va a tirar.
Con semejante situación contemplar en el debate a la madre de Sindi, triste y preocupada ante el espejo inmenso de "España", fue desolador. Una mujer humilde y realista a la que la vida, según parece, no le ha sonreído demasiado y ha supuesto una sucesión de sinsabores. La sentaron al lado de los comentaristas, observando algo cohibida como esa fauna de personajes famosos, que sólo asomaban antes a su vida a través de la caja tonta, frivolizaban alegremente de manera histriónica y a la ligera sobre la vida de su hija y su relación con Sergio. Un noviazgo que ella entendía desde su propia experiencia como fantástica y apropiada para la felicidad de Pipi. Y ahora todo ese mundo seguro y conocido para su niña, con un futuro estable y un buen padre (el que Sindi no tuvo) para sus posibles nietos se venía abajo por este maldito programa, y todo por el capricho tonto de su hija por un bailaor muy guapo y divertido, sí, pero que cualquiera sabe hacia dónde va a tirar.
Y mientras tanto ella sentada allí, en el plató, tan sobrepasada como su hija pero por otros motivos, asistiendo al espectáculo ridículo de Boris Izaguirre pidiendo de rodillas no sé qué tontadas para la felicidad de Sindi, y Carmen Alcaide, otra que tal baila, esa presentadora tan simpática que estaba con Jorge Javier en el Tomate, aquel programa de marujeo de Telecinco ya desaparecido y que tanto le gustaba, espatarrándose ante sus narices y tomando todo esto de su nena, tan serio y preocupante, a chirigota. Después, todo el mundo opinando sobre Pipi como auténticos sabelotodo - ¡qué sabrán ellos!- y para acabar de rematar la faena le ponen al teléfono a Conchi, su consuegra, con la pretensión de que discutiesen a causa sus hijos en vivo y en directo, que era lo que les faltaba para convertirse al día siguiente en la comidilla de todo el pueblo. Menos mal que la sangre no llegó al río porque las dos sacaron hierro al asunto, sobre todo ella. Para rematar la noche se entera de que su niña devolvió la alianza a Zergio y se le desmelena. ¡Adios casorio!.
El que esa mujer estuviese anoche en la tele aguantándolo todo, ante tanto foco y tanta cámara, es lo que demuestra que las madres son siempre valientes y están con sus hijos a las duras y a las maduras, aunque no les guste nada el camino que están llevando con sus cosas y puedan equivocarse al juzgarlos aceptando sus decisiones a pesar de que no las aprueben.
Como ayer el debate se centró prácticamente en Sindi y Sergio y no me interesan demasiado, más bien poco, las tribulaciones de Hugo y sus mujeres, y lo demás como siempre tendré que dejarlo para otro momento más propicio, me gustaría decir que soy también de los que piensan que esto, GH 13, se está haciendo interminable con tantos concursantes entrando por goteo cada semana y parece que todo sigue igual como al principio. Han pasado 2 meses y 11 días exactamente desde el día que entraron en la casa y tenemos todavía 10 concursantes en Guadalix, exactamente los mismos que tenemos fuera ya expulsados si contamos a David que se marchó voluntariamente. El lunes que viene expulsaremos a uno de ellos pero desgraciadamente entrarán otros dos en la repesca, de modo que vamos a estar peor de lo que estábamos el lunes pasado, es decir once dentro y diez fuera, con la posibilidad además de que vuelvan a entrar personajes como el Danonimo o Arístides, y otra vez volver a empezar. En fin que a la gente le priva el morbo y a mí me desespera. Con seguridad entrará María, pero cualquiera de las otras opciones, porque con Michael no cuento, me produce ardor de estómago.
Recuerdo que así, "volver a empezar", es cómo titulé la primera entrada de esta edición publicada el 20 de enero pasado. Por curiosidad la busqué en el archivo del blog y al encontrarme allí la primera foto que puse este año de los concursantes de GH 13 entendí porqué me siento tan frustrado y un poco harto. La toma es en el vestidor, donde varios concursantes (David, Zulema, Mari Joy, Ochoa y Michael) que acababan de conocerse deshacen las maletas para colocar sus cosas en los armarios o taquillas. Al darme cuenta de que ninguno de ellos está ya en Guadalix y que a estas alturas tampoco se vislumbra el final del programa, por lo que hemos comentado, me invadió una mezcla extraña e intensa de emociones: una punzada de nostalgia y bastantes dosis de ansiedad. La angustia de no saber a donde quieren llevarnos con tanta vuelta y revuelta mientras uno no sabe si podrá digerir todo esto con la calma y lucidez que se merece. Supongo que parte de la culpa será de la primavera que ha venido entre calores, sequía y el jet lag anímico por el cambio de la hora. Algo que en esta esquina atlántica se nota más, ya que el día perece interminable porque el sol se pone una hora más tarde que en el resto de España.
De despedida y para acabar como empecé, folclórico, os dejo insertada la escena de una vieja peli española de 1938 - Mariquilla terremoto - con una Estrellita Castro muy joven de protagonista. En el primer minuto esa Mariquilla pizpireta me resulta extrañamente familiar.
Forastero marulo
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