No me lo vais a creer pero ya me preocupa, y mucho, la reiterada costumbre de comenzar mis entradas mareando la perdiz con larguísimos preámbulos antes de ponerme al tajo del tema en cuestión que presupone el título. No tengo perdón, lo sé, porque aprovecho que algunos me leéis para dar rienda suelta a mis "neuras" marulas. Pero es que en este caso el asunto tuvo su origen, una vez más, a partir de un tema lingüístico; por eso me siento obligado a contarlo previamente.
Ya decía Ácrata, nuestra demonia verde, en algún comentario de la anterior entrada a propósito del término “antídoto” y los sufijos, prefijos y preposiciones acompañantes; que somos algo puntillosos y que nos gusta precisar bien el significado de las cosas. Concluíamos después de un pequeño debate que si así lo pasamos bien, jugando con las palabras, pues mejor que mejor. Eso sí, podéis saltaros perfectamente los dos o tres párrafos siguientes e ir directamente al asunto GH, lo de los mitos, ya que de eso, por supuesto, va la entrada.
A lo que iba. No sé lo que pasa en otros lugares de España, pero aquí Vigo y supongo que también en el resto Galicia por lo que veo y oigo, la chavalada, entre la que incluyo a bulto más o menos a todos los jóvenes de 26 ó 27 años hacia abajo, tiene la puñetera costumbre de usar el término “mítico” para referirse a algo “típico”. Por poner un ejemplo, para entendernos, pueden decir y quedarse tan anchos o anchas, cosas como la que sigue: “lo mítico del sábado por la noche es hacer el botellón en la plaza tal o cual”
No es que quiera convertirme ahora en un defensor a ultranza de la Real Academia de la Lengua, y por tanto, de la pureza del idioma, pero es algo que me pone de los nervios. Lo peor del asunto es que el uso equivocado de la palabra se ha propagado como un virus que ha contaminado, sin control alguno, a todos los estratos sociales e independientemente del nivel de formación del joven o “jóvena” en cuestión.
Es evidente, por lo que he comprobado, que algunos de ellos utilizan mal el término aún a sabiendas de que es incorrecto. Pero la moda manda, y es la forma popular y guay (o cool, que dirían los ingleses) de utilizar dichos términos cuando hablan entre ellos de forma coloquial e informal en el “colegueo” diario y eso.
Los que tengan adolescentes cerca, en la familia por ejemplo o compañeros jóvenes en el trabajo, saben a lo que me refiero. Estas modas constituyen una marea arrolladora e imparable como lo es, a fin de cuentas, cualquier fenómeno lingüístico que toma cuerpo entre la juventud. Uno de esos fenómenos que puede transformar el lenguaje y asentar para siempre en el diccionario de la RAE el significado o el uso nuevo de una palabra. No es algo de ahora, ojo, porque pasó siempre y siempre pasará. Al fin y al cabo la lengua es un ser vivo que crece, se desarrolla, a veces se muere y si tiene suerte, simplemente se transforma. Esta mutación se produce sobre todo a través de las palabras. En la gramática y la sintaxis también ocurre pero habría que hablar largo y tendido y para hoy ya llega.
No soy experto en el tema pero creo recordar de mis tiempos mozos cuando era estudiante, que en la materia de lengua y literatura había alguna figura retórica o literaria (no sé si de dice así) que describía algo parecido al fenómeno éste de trastocar el significado entre palabras. Aunque tampoco estoy muy seguro, para que engañarnos, y a lo mejor sólo son recuerdos sesgados o imaginaciones mías. Lo cierto es que todo eso, el ruido de los pupitres y los libros, me suena ya demasiado lejano.
A estas alturas del rollo que me estoy marcando y si alguno ha tenido la paciencia de llegar hasta aquí, seguro que se preguntará a cuento de qué viene ahora este punto que me ha dado por la lingüística. Bueno, el caso es que tengo una mente que todo lo asocia y todo lo mezcla, por otra parte nada raro, ya que es algo que le pasa a la mayoría de la gente; de manera que hablando de Mercedes Milá en una de las entradas anteriores y pensando ya en la próxima edición de GH, la número 12, me he dado cuenta de que aquella frase de Bea, la legionaria, poco antes de que la largaran de Supervivientes y con la que subtitulo esta entrada, no me sale de la cabeza: “Yo que voy a ser un mito, el mito era la rubia esa”. La frase es aproximada y tal vez no fuese exactamente esa, pero sí el sentido de lo que quería decir.
Si hacemos memoria, Bea había respondido con la frasecilla de marras a alguien, que ahora no recuerdo, porque se había atrevido a decirle, nada más y nada menos, que ella era un “mito” refiriéndose a la ventaja de su popularidad y al posible apoyo del público por ello y que luego se quedó en nada como se demostró con su posterior expulsión. Me quedé con la copla y creo recordar que en el blog de Ácrata (Gran hermano comentado), en su momento, se habló del asunto éste con cierta profusión.
Evidentemente la rubia en cuestión a la que se refería la legionaria más famosa y broncas de este país era Marilyn Monroe. Un verdadero mito del cine y un icono del siglo XX. La rubia sexi por excelencia.
Todo aquello que en principio me hizo gracia y me pareció una coña marinera, me llevó a reflexionar realmente sobre cuáles son los verdaderos mitos de Gran Hermano, si es que existen, y me dio que pensar sobre qué cosas o aspectos del programa han adquirido con el paso del tiempo la categoría de mítico. Porque lo típico, ya lo sabemos; son las cosas comunes, lo que pasa siempre cuando hablamos de GH. Nos referimos a lo más característico, a las señas de identidad que hacen reconocible nuestro programa preferido: las nominaciones, la musiquilla enervante, la expulsión precipitada de las mujeres, el confesionario, el jacuzzi, los “edredoning”, las broncas por el reparto de la comida, las paranoias de los fumadores ante la falta de tabaco o por el contrario, la enésima campaña antitabaco de la Milá, que nunca falta, como el turrón por Navidad.
El caso es que después de cavilar un buen rato sobre todo ello, y de leerme los diversos significados de las dos acepciones en el diccionario de la RAE, comencé a tener mis dudas. Me explico.
¿Qué ocurre cuando algo típico y esencial de un programa o de un hecho determinado se convierte, con el paso del tiempo, en arquetipo o en modelo de estima para todos?, ¿Qué pasa cuando le atribuimos cualidades o excelencias que en realidad no tienen?. Pues que algo típico se puede convertir en mítico.
Reflexiono entonces sobre si no se han convertido ya en una especie de “mitos” populares términos como “confesionario” o “nominar”, por poner un ejemplo. Supongo que todos nosotros, más de una vez, hemos usado u oído en nuestro entorno estas palabras en el sentido que se utilizan en GH; en el día a día, en el trabajo, en la calle, en casa...
También me pregunto qué concursantes, de las decenas y decenas que han pasado por el programa, han adquirido la categoría o los méritos suficientes para que los convirtamos en mito, aunque sean, para entendernos, mitos de segunda y de andar por casa. Que tampoco hay que pasarse.
Si nos atenemos al significado exacto de lo que es un mito, referido a personas, nos encontramos entre diversas acepciones con lo siguiente: “persona rodeada de extraordinaria estima o a la que se atribuyen cualidades o excelencias que no tienen o bien una realidad de la que carecen”.
Seguramente habremos convertido a algunos en ídolos o mitos, pero habría que matizar las diferencias entre ambos términos. Cada uno que piense en varios ejemplos porque los hay de todos los colores y a gusto del consumidor Al final, me quedo con lo segundo. Y más que mitos propiamente dichos, lo que hemos creado entre todos son ídolos efímeros con fecha de caducidad. Ídolos frágiles en los que nos hemos proyectado durante un tiempo gracias a esos retazos de vida, más o menos auténtica, que nos regalaron. Tal como comentaba en la anterior entrada, son vidas entregadas con generosidad e inconsciencia a la voracidad curiosa de nuestra ilusión y nuestras carencias.
De ahí las decepciones que se producen cuando después de todo, en la vida real, esos “ídolos” se nos escurren entre las manos al descubrir sus mentiras y sus miserias; cuando los vemos deambular como boxeadores sonados más allá de esa ventana privilegiada desde la que observábamos la cárcel voluntaria que los mantuvo encerrados y atados para nuestro disfrute.
En definitiva, ídolos con pies de barro devorados por sus propios personajes y que a través del reflejo de sus vidas en GH han dejado para siempre parte de sus almas en nuestros corazones y en nuestras tripas. Por eso los compadecemos, los amamos o los odiamos sin remedio.
Para finalizar, os dejo un enlace que me parece estupendo. Cada uno que busque en el vídeo, si quiere, a sus verdaderos mitos o a sí misma: mujeres de cine
Bueno, y como entiendo que la cosa podría quedar un poco coja, porque soy hombre y el anterior enlace va más con mis gustos“heteros”, pongo otro a continuación que segurarmente os gustará más a vosotras. Bueno, esto es un decir, porque resulta muy arriesgado aventurar nada hoy en día, ya que nunca se sabe los gustos de cada cual en este mundo internetero. No vaya a ser que meta la pata: hombres de cine.
Marulo
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Marulo
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