Si alguien nos hubiese dicho el
treinta y uno de diciembre del 2019, cuando despedíamos el año con las doce
uvas de la suerte y nos deseábamos lo mejor
para el año nuevo envueltos en confeti y con la alegría desbocada, abrazando y
besando sin restricción alguna a nuestros amigos y seres queridos, que un año
después estaríamos todos con mascarilla en medio de una pandemia global con el
mundo postrado y de rodillas, contando muertos y contagiados por culpa de un
extraño virus procedente de China y sin poder abrazarnos a todos
nuestros familiares y amigos para celebrar juntos y revueltos la despedida del 2020, pensaríamos que se trataba
de un chalado con una cogorza monumental, o que se le habría ido la pinza de
tanto esnifar “fariña”, o que se trataba tal vez de uno de esos tipos frikis y fuera de la realidad que se toman demasiado en serio determinadas pelis
y series de ciencia ficción apocalípticas tan de moda donde se va todo a la
mierda y el personal entra en modo “sálvese quien pueda” con todas las
consecuencias.
El caso es que es verdad, lo
hemos vivido y lo estamos viviendo, y estoy seguro de que quién más y quién
menos en algún momento pensó que todo se trataba de una horrible pesadilla después de una cena pesada,
una de esas tan real y tan vívida de la que nos despertamos sobresaltados pero
con un inmenso alivio al darnos cuenta de que todo ha sido un mal sueño.
Incluso puede que a veces nos hayamos pellizcado, por si acaso, como queriendo despertar negando
los hechos, y aunque las consecuencias del virus no nos afecten o tan sólo nos
hayan rozado tangencialmente, tanto en la salud y como en la economía, toda esta
locura y desgracia no es más que la constatación de que al final la realidad
siempre supera con creces a la ficción. Todo un axioma.
Primero con el confinamiento total de
marzo, abril y mayo, cuando hicimos de tripas corazón aprendiendo a teletrabajar
desde casa o a sobrellevar un ERTE temporal los más afortunados que mantuvieron su trabajo, o todos aquellos que pertenecen a sectores y tareas esenciales que tuvieron que superar la angustia de afrontar algo desconocido con el miedo de
contagiarse y traerlo a sus casas con la posibilidad de contagiar a sus familias. En cualquier caso fue el comienzo de este
largo periodo en que aprendimos a vivir con miedo y a perder nuestra
libertad personal, cuando nos asomábamos todos los días a las ocho de la tarde
a los balcones para aplaudir y animar a nuestros sanitarios, los nuevos héroes de
la sociedad que libraron y libran todavía una lucha sorda y titánica, con medios escasos y a
ciegas, contra un enemigo implacable que robaba y sigue robando vidas, sobre
todo las de nuestros mayores, como un vampiro insaciable. Un tiempo que nos
cambió y nos está cambiando por completo la vida y las prioridades, mostrando
nuestra fragilidad como seres humanos individuales, como sociedad e incluso
como especie dominante e inconscientemente segura de si misma desde la cúspide de la pirámide del ecosistema. Una sensación de seguridad suicida
ante un ser diminuto e insignificante en apariencia, que como tantas otras veces
a lo largo de la historia en casos similares, acabó atropellando nuestra
arrogancia y humillando la supuesta superioridad tecnológica y científica de la
que tanto presumimos, al menos en los países desarrollados.
Durante aquellos primeros meses todo
se convirtió en un delirio de proporciones funestas en la que todo eran especulaciones
y aprendíamos día a día la verdadera naturaleza de un bicho invisible que nos
atacaba sin piedad, mientras tanto las batallas políticas, como siempre, y el
juego sucio de verdades y mentiras, lo emponzoñaba todo. Una vez acabado el confinamiento y aplanada la famosa curva, poco a poco, se
produjo la anhelada desescalada que desembocó en un verano extraño lleno de
esperanza contenida y deseos de que todo volviese a una nueva normalidad de la que
todos hablaban sin saber muy bien en qué consistiría exactamente; pero todo se
fue torciendo de manera implacable y triste, y como casi siempre, aunque en
todas partes se cometieron errores de bulto por parte de la mayoría de los gobernantes del mundo,
en nuestro país las cosas se torcieron aún más, adquiriendo los tintes de una
tormenta perfecta con el daño económico que continuamos sufriendo, especialmente
con la puntilla que supuso la pérdida de un turismo extranjero en desbandada
por los rebrotes inesperados en un sector estratégico de nuestra economía. Y
por supuesto por la panda impresentable de políticos y gobernantes de todos los
colores, tanto a nivel de estado como en los diversos putiferios autonómimos,
con escasas excepciones, donde sólo importa el tú más y la pelea bajuna,
partidista y radical repleta de contradicciones y oportunismos cortos de miras. Para más desgracia, como guinda del pastel, la movida
del rey emérito con fuga del país incluida y los carroñeros de siempre, de
uno y otro pelaje, aprovechando la coyuntura para lo suyo en medio de tanto
desbarajuste.
En fin, menos mal que la ciudadanía
en general, a pesar del desgate y el cansancio, se ha comportado de forma sensata manteniendo este país nuestro en
pie con sentido y responsabilidad; aunque ahora mismo una parte importante del
personal esté pasándolas canutas y con la soga en cuello teniendo en cuenta la
que se avecina, cansados ya de tantas renuncias y prohibiciones,
sobre todo en lo que se refiere a la esfera afectiva y la económica, y con los contagios
de nuevo desbocados. Porque después de
la segunda ola del otoño con todo a medio gas, una vez pasadas las fiestas
navideñas y metidos ya de lleno en el 2021, cabalgamos a lomos de una tercera
ola brutal e imparable, con nuevas cepas del bicho como la británica complicando
la cosa, y sin tener muy claro si el comienzo a trompicones de la aplicación de
las vacunas, en medio de nuevas confrontaciones políticas y disparidad de
criterios, otra vez, supondrá por fin la solución a corto y medio plazo. Un
rayo de esperanza al que todos nos agarramos como a un clavo ardiendo esperando
recuperar un poco de la normalidad que perdimos pero con la duda de si alguna vez podremos
recuperarla del todo cuando todo esto acabe.
Teniendo en cuenta las circunstancias
y tal como están las cosas, podría seguir perfectamente con la entrada anterior del 20 de
marzo del 2019 - El día que volvamos a besarnos sin miedo - hasta que esta pandemia pase definitivamente. Por supuesto siempre que las
vacunas que empiezan a administrarse tan lentamente nos inmunicen de verdad, o
que el propio virus se normalice y desaparezca por un tiempo aunque vuelva por
sus fueros de forma cíclica disfrazado con nuevos ropajes pero siempre al
acecho, es decir como la gripe de toda la vida, vamos.
De lo que no queda duda son las
consecuencias que traerá la pandemia a todos los niveles, que serán muchas y
de calado, como ya lo estamos comprobando en nuestras propias carnes. También
está claro que el mundo ya no volverá a ser el mismo de antes. Eso seguro. Además
de la irreparable desgracia que supone la pérdida de seres queridos para tanta
gente, que es lo principal y más doloroso, y del descalabro económico que se
está llevando por delante los frutos del trabajo y esfuerzo de muchos años de
una parte importante de la población española y mundial, está el hachazo
inmisericorde que el coronavirus ha asestado de forma certera a nuestra forma
de vida y de relacionarnos; un estilo relajado y un tanto inconsciente, sobre
todo en el occidente rico y opulento, con afectación en particular a las
relaciones afectivas y al contacto social. El coronavirus ataca
directamente nuestra necesidad de buscar la “piel con piel” con el otro, algo consustancial
e imprescindible en países y culturas como la nuestra que necesita del contacto físico y el abrazo para lograr la felicidad de la gente.
Vivimos días extraños y
complicados de peste y pandemia universal que nos ha obligado a renunciar a
cosas tan importantes para el equilibrio mental y emocional como es el contacto
con las personas que queremos o a las relaciones sociales tal como las
entendemos, sobre todo en un país como el nuestro. Una situación que nos impide
salir de nuestras casas con libertad y mezclarnos con los demás como dicta
nuestro espíritu gregario, algo que sólo deben aplaudir los anacoretas
apartados del mundo por decisión propia o los misántropos de libro que odian a
sus semejantes y creen de verdad que "el infierno son los otros", como aseguraba
el filósofo francés J.P. Sartre en una de sus obras. No digamos ya la catástrofe económica, como decía
antes, que todo esto supone para tanta y tanta gente con la difícil disyuntiva
de elegir entre salud y economía.
Es curioso pero a
principios de enero del año pasado, una vez pasadas las fiestas, cuando el 2020
prometía lo mejor y de lo que vendría después sólo nos llegaba un eco lejano de
China y apenas aventurábamos nada de la peste nefasta que ahora nos trae por la
calle de la amargura, publiqué en el blog una entrada que titulé "Más luces que sombras" a cuento del lucerío con que el alcalde de Vigo nos había engalanado
la ciudad convirtiendo nuestras navidades en un éxito económico y de público y
en trending topic del mundo mundial. Aprovechando el tema y que nuestro GH
seguía entonces y sigue ahora parado, desde mí óptica normalmente optimista saludaba
aquel nuevo tiempo con ilusión e intentando resaltar las luces sobre las sombras. No podía imaginar
entonces todo lo que nos esperaba. Más
de un año después, sigo sin perderle la cara a las cosas, aunque vengan
torcidas, pero para ser justos y ecuánimes con la que esta cayendo el título más
apropiado para esta entrada a día de hoy es “Más sombras que luces”.
Aún así, como todo en la vida, a
pesar del año horroroso que nos ha tocado vivir, y que el 2021 parece seguir la
misma pauta, siempre podemos encontrar destellos de luz, un rayo de esperanza
en medio de la tormenta, momentos especiales y maravillosos que ni siquiera la
pandemia puede desdibujar ni destruir atestiguando que la vida al final acaba
floreciendo y sigue su curso. Momentos, emociones y pequeñas ilusiones que
espero, cuando pase el tiempo, sean los que prevalezcan también en mi memoria cuando recuerde el año en
que no pudimos besarnos ni abrazarnos sin miedo.
Forastero marulo
P.D: Para finalizar esta entrada ajena a la temática habitual del blog quiero hacer un pequeño homenaje con un breve poema de cosecha propia a todas esas personas, fundamentalmente mayores, que esta pandemia se ha llevado dejando un vacío en nuestro corazón y en nuestras vidas.
NO PUDE ESTAR CONTIGO
La desolación se apoderó de mi
esperanza
cuando tus ojos se cerraron
y dejaste de buscarme
a través de la mirada de unos ángeles
de la guarda, con bata y sin alas,
que cuidaron de ti en mi ausencia
superando la impotencia y el miedo.
Mi corazón se rompió en mil
pedazos
por no tener tu mano entre las mías
acompañando tu último suspiro
con todo el cariño que merecías.
El mal invisible y cruel
se
cobró tu ánimo y tu aliento
apagando tu luz y tu vida,
y alimenta un dolor inconsolable
aprisionado en el alma
porque no pude estar contigo
para despedirme
y decirte cuanto te quería
cuando más me necesitabas.