Desde el primer momento y el episodio inicial de la primera temporada quedé enganchado irremediablemente por el encanto del Ministerio del tiempo, la maravillosa serie española ideada por los hermanos Olivares, Javier y Pablo, el segundo fallecido desgraciadamente poco antes del comienzo de la primera temporada que se estrenó el año pasado por estas fechas. Ellos fueron también los guionistas de la primera temporada de Isabel, la imprescindible serie sobre la vida de la emblemática reina de Castilla, que tras contraer matrimonio con su primo Fernando de Aragón, y la unión de sus respectivos reinos se formó España, o las Españas, esta nación nuestra que a pesar de todo todavía late y existe más de 500 años después. Eso sí, agarrada entre alfileres y pinzas. Sabía por tanto que las expectativas que me había creado con la nueva serie no podían fallar, porque "el ministerio del tiempo", además de navegar libremente por nuestra historia, pretende hacerlo de una forma original conjugando aventura, drama, intriga, humor inteligente y sobre todo desde una perspectiva fantástica, pop y de ciencia ficción gracias a la base sólida de unos guiones de gran calidad. No es perfecta desde luego y faltan cosas, fallos en gran parte producto del escaso presupuesto que manejan, pero funciona, hasta el punto que incluso sus limitaciones, y sobre todo la manera ingeniosa y creativa de solventarlas, forman parte de su atractivo y su mérito.
Desde el primer capítulo pensé que esta serie estaba diseñada expresamente para mí, porque contaba con todos los ingredientes que podía soñar, aquellos elementos que me atraen desde niño y adolescente y que me remiten a los libros, series y películas que me han acompañado desde siempre y constituyen una referencia para explicar en gran parte el adulto que soy. Sólo deseaba que una apuesta tan tentadora y novedosa, con todos los boletos para ganar, se convirtiese en todo un éxito y de paso un fenómeno televisivo. Y no me equivoqué, porque me las prometía felices y las esperanzas que había depositado en ella están superando con creces todas mis expectativas. No me lo podía creer, que después de tantos años por fin una serie recogiese en una mezcolanza original y genial, con calidad, todo aquello que me gusta: una propuesta de ciencia ficción y aventura jugando con nuestra historia, tan rica y extensa, de una forma inteligente, amena y divertida. Me acordé de la frase aquella que nos decía el periodista Pedro Erquicia cuando presentaba el emblemático programa de Documentos TV: "Éste es un programa para espectadores como usted".
Desde el primer capítulo pensé que esta serie estaba diseñada expresamente para mí, porque contaba con todos los ingredientes que podía soñar, aquellos elementos que me atraen desde niño y adolescente y que me remiten a los libros, series y películas que me han acompañado desde siempre y constituyen una referencia para explicar en gran parte el adulto que soy. Sólo deseaba que una apuesta tan tentadora y novedosa, con todos los boletos para ganar, se convirtiese en todo un éxito y de paso un fenómeno televisivo. Y no me equivoqué, porque me las prometía felices y las esperanzas que había depositado en ella están superando con creces todas mis expectativas. No me lo podía creer, que después de tantos años por fin una serie recogiese en una mezcolanza original y genial, con calidad, todo aquello que me gusta: una propuesta de ciencia ficción y aventura jugando con nuestra historia, tan rica y extensa, de una forma inteligente, amena y divertida. Me acordé de la frase aquella que nos decía el periodista Pedro Erquicia cuando presentaba el emblemático programa de Documentos TV: "Éste es un programa para espectadores como usted".
Evidentemente para entrar de lleno en el juego que nos propone la serie hay que aceptar una serie de premisas y los condicionantes que supone, con todas sus contradicciones y las evidentes paradojas temporales que se pueden producir, la posibilidad de juntar nuestra historia tan amplia, cabrona e intensa - tela marinera - con los viajes en el tiempo. La propia idea central que plantea la serie con la existencia de un ministerio secreto en España desde tiempos de los Reyes Católicos con la capacidad de viajar en el tiempo a través de unas puertas que te transportan directamente a otras épocas dentro de la nación, y lo que fueron sus reinos y posesiones, - pero siempre hacia el pasado - es perturbadora, porque tiene la misión de preservar el pasado tal como está - y ya sabemos lo complicada y jodida de nuestra historia en lo bueno y en lo malo - intentando evitar que nadie pueda cambiarla para beneficio propio o por intereses ideológicos, altruistas y de diversa índole.
La hipótesis de partida es que cualquier modificación de nuestro pasado por bienintencionado que parezca puede resultar fatal para el presente y nadie puede asegurar las consecuencias de dichos cambios, porque las cosas podrían ser peores de lo que son ahora mismo a causa de esas intromisiones. Por supuesto la serie juega estupendamente con esta situación porque plantea dilemas morales de gran carga emotiva a sus protagonistas por las decisiones que deben tomar al obedecer órdenes superiores en sus misiones y por la tentación de cambiar cosas de su vida personal que afectan a sus seres queridos en el pasado. En este sentido el último capítulo de la temporada pasada, el octavo, fue brutal al mostrar el sufrimiento y la frustración de Julián, uno de los principales protagonistas interpretado por Rodolfo Sancho, por no poder avisar a García Lorca de que lo iban a asesinar unos años después al comienzo de la Guerra Civil en 1936. O cuando el mismo agente intenta salvar a sus mujer del accidente en el que murió atropellada unos años antes produciéndose la paradoja de que él es en realidad el causante de su muerte de manera fortuita cuando viaja al pasado para intentar salvarla.
No me costaría imaginar lo que sería, por ejemplo, que la patrulla del ministerio del tiempo o alguien con muy mala leche y ganas poner trabas a la proliferación de los realitys actuales a partir del nacimiento de GH en el año 2000 - la raíz primigenia del problema para ese supuesto talibán - viajase al año 1992 para convencer a una joven y prometedora periodista para que renunciase a presentar en un futuro próximo un programa que se llamaría Gran Hermano. Esa joven promesa era Mercedes Mila en la cresta de la ola cuando presentaba "Queremos saber" - el mítico programa de televisión de Antena 3 en sus comienzos que nos regaló algunas entrevistas antológicas, como aquélla a don Camilo José Cela, nuestro premio Nobel de literatura que estuvo a punto de hacer en directo una demostración de como absorber con el ano agua de una palangana, o el día en que Francisco Umbral, con unas copas de más, reclamaba airadamente que había ido allí a hablar de su libro.
Para conseguir su propósito, aunque en sentido contrario, los agentes del ministerio harían lo mismo que hicieron con Cervantes en el capítulo de ayer para que comprobase la magnitud y el peso del Quijote en el futuro y se animase a volver a escribir su gran novela universal que había vendido a unos estafadores venidos del futuro, y traerían también a la Milá hasta el presente para que asistiese a una de sus galas gloriosas en las últimas ediciones de GH. A ser posible una de esas en que perdió los papeles enseñando el culo y las bragas a toda España, o dejándose tocar las tetas en el plató de Telecinco por cualquier tipejo concursante del programa ante el regocijo de la plebe enardecida jaleando la gracia y ante el asombro de millones de espectadores. Desde luego sería un arma de disuasión perfecta porque habría muchas probabilidades de que ella, escandalizada al comprobar en qué se iba a convertir su brillante carrera periodística por culpa de ese concurso revolucionario, no aceptaría jamás presentar semejante programa. Sin ella como presentadora probablemente el concurso más famoso y longevo de la televisión no tendría la repercusión y el éxito que tuvo y se agotaría la fórmula en dos o tres ediciones. En consecuencia ahora mismo nosotros no estaríamos aquí, porque nuestros blogs no existirían ni nos habríamos conocido. Nada, hablar por hablar, pero son especulaciones que molan un huevo. Paradojas maravillosas que nos hacen pensar y jugar con nuestro pasado y nuestro presente, con lo que fuimos, con lo que somos y lo que pudimos ser.