Una vez terminado el concurso, pensando uno de estos días en nosotros y en cómo transcurrió esta extraña y convulsa edición que hemos
vivido y comentado con el gesto retorcido, como quién tiene que tragarse un
órdago salvamizado a lo grande para comprobar nuestro aguante y la fidelidad inquebrantable que profesamos al formato, imaginé por un momento que me encontraba dentro del confesionario de
una casa ya vacía donde reinaba el silencio y ni siquiera quedaban los ecos lejanos
del ruido insoportable que se adueñó de sus paredes para torturarnos con saña
durante más de tres meses. Era de noche y sentado en ese sofá de color aguamarina, por donde antes pasaron todos los concursantes de GH 17, intentaba reflexionar rumiando mi desconcierto en la soledad de la penumbra desoladora que me rodeaba mientras buscaba respuestas a todas las preguntas que me había planteado, y pospuesto, desde el día en que empezó la edición a comienzos de septiembre y Mercedes Milá, con lágrimas en los ojos y un ramo de flores en sus manos, dejó el testigo del programa al nuevo presentador. Hacía un par de horas que los operarios se habían marchado tras apurar los cambios y las transformaciones necesarias para
recibir con el decorado renovado a los futuros
concursantes del próximo GH VIP dentro de poco más de una semana. Y confuso, igual que el año pasado en estas mismas circunstancias, sentía aquello como una ocupación casi sacrílega que de alguna
manera ha mancillado y contaminado, con sus influencias y sinergias
indeseables, nuestro GH de siempre estos últimos años.
Sé que este GH de los famosetes de medio pelo que se avecina, repleto de personajes en
horas bajas y alejados de los laureles de la fama buscando desesperadamente recobrar la gloria perdida, o simplemente ajustar cuentas con ellos mismos y con el mundo superficial y cainita en el que viven instalados, constituye todo un acontecimiento mediático dentro
de la línea programática de la cadena. Además, una gran parte de la audiencia espera su emisión como agua de mayo mientras ellos van desvelando a cuentagotas qué supuestas celebridades van a concursar en esta edición.
Para muchos espectadores será, incluso, una forma de resarcirse de la
decepción que les supuso GH 17, algo que a mí particularmente no me afecta porque sólo sigo el formato original y reniego de todos los sucedáneos
aunque intenten vendérmelos muy atractivos y envueltos con lacitos dorados. Sin embargo lo que verdaderamente me molesta y me subleva es la nefasta
influencia, por ósmosis o lo que sea, que tienen todos estos subproductos en nuestro concurso, aunque entiendo perfectamente que muchos espectadores disfruten y se diviertan con ellos por encima incluso del Gran hermano de siempre.
Nos lo han puesto muy difícil, en primer
lugar con la decisión de elegir como presentador a Jorge Javier Vázquez, el
estandarte omnipresente en todos los subproductos televisivos tipo “sálvames” marca de la casa. Como no pretendo incidir demasiado en el rechazo prácticamente absoluto que me produce su forma de actuar dirigiendo el programa, uno de los lastres
fundamentales de la edición por el mensaje claro que nos ha querido
transmitir la cadena sobre cuál es su idea de lo que pretende que sea a partir de ahora
el concurso con su presencia al mando de las galas, sólo apuntar que a los pocos días de comenzar
GH 17 ya estaba echando de menos incluso a la peor Milá, aquella presentadora desmotivada, errática y parcial de las últimas ediciones. Jorge Javier se pensó que esto era pan comido teniendo en cuenta su expediente previo de domador de fieras televisivas, y no acabó
de entender, hasta que fue demasiado tarde, que la audiencia del GH original es
mucho más rica y diversa que en los otros programas que presentaba y muchísimos de nosotros no estamos dispuestos a comulgar con ruedas de
molino sin más a costa de lo que sea y de forma acrítica.
En realidad tenía la intención de hacer un análisis exhaustivo a modo de epílogo final, que se va a quedar a medias, sobre las
causas que nos han llevado hasta este punto de indignación y hartazgo con el
programa, sobre todo porque durante las veintinueve entradas que contando con ésta le he
dedicado a la edición en el blog, unas dos semanales como acostumbro, y conociéndome, me he mordido la lengua más que nunca y he hecho enormes esfuerzos para dedicar la mayoría del tiempo
a hablar solamente de los concursantes evitando la vena crítica que me asalta todos los
años y que a menudo me hace perder la perspectiva de lo que realmente me
interesa: el concurso en sí y lo que pasa en la casa.
Aunque no es algo de ahora, porque viene de lejos, otro de los aspectos que ha
superado este año todos los límites imaginables de nuestra paciencia ha sido la
descarada y falsa doble moral que han intentando vendernos como si fuéramos
unos recién llegados a este negocio. He
sido muy crítico con las formas y la deriva bronca de esta edición por obra y
gracia de varios concursantes que han entendido que los gritos, los insultos y
la agresividad manifiesta eran la mejor manera de avanzar en el concurso y de
ganarse a la audiencia, la forma natural de superar el miedo cerval a ser
calificados como "muebles" a descartar si no daban guerra, en el peor sentido de la
palabra, desde el primer minuto. Unas conductas, en muchos casos sobreactuadas y premeditadas,
que eran premiadas de forma
contradictoria por la audiencia para desesperación de algunos concursantes, y
para muchos de nosotros como espectadores.
Como hemos dicho en varias ocasiones a lo largo de estos meses la editorial y el guión del programa han tenido una gran responsabilidad en esta situación, sino la que más, porque han alimentado a conciencia el conflicto de forma artificial azuzando el enfrentamiento entre los concursantes por todos los medios posibles (club, contraclub, alegatos, contralegatos, micrófonos abiertos para escuchar las reacciones del público en el plató, las cajas salvavidas, las tres putas llamadas de diferencia, los cambios de criterio en los juegos etc.) con la evidente intención de subir los niveles pobres de audiencia que se estaban cosechando este año. Después, cuando los límites de la convivencia reventaban hechos pedazos y se llegaba a niveles de enemistad y agresividad preocupantes, la dirección del programa montaba con ellos sucesivas terapias, castigos colectivos disciplinarios que acababan pagando los más inocentes o discursos repletos de moralina hipócrita de cara a la galería para lavarse la manos como Pilatos ante el cariz que llegaron a alcanzar las fricciones dentro de la casa en no pocas ocasiones.
Como hemos dicho en varias ocasiones a lo largo de estos meses la editorial y el guión del programa han tenido una gran responsabilidad en esta situación, sino la que más, porque han alimentado a conciencia el conflicto de forma artificial azuzando el enfrentamiento entre los concursantes por todos los medios posibles (club, contraclub, alegatos, contralegatos, micrófonos abiertos para escuchar las reacciones del público en el plató, las cajas salvavidas, las tres putas llamadas de diferencia, los cambios de criterio en los juegos etc.) con la evidente intención de subir los niveles pobres de audiencia que se estaban cosechando este año. Después, cuando los límites de la convivencia reventaban hechos pedazos y se llegaba a niveles de enemistad y agresividad preocupantes, la dirección del programa montaba con ellos sucesivas terapias, castigos colectivos disciplinarios que acababan pagando los más inocentes o discursos repletos de moralina hipócrita de cara a la galería para lavarse la manos como Pilatos ante el cariz que llegaron a alcanzar las fricciones dentro de la casa en no pocas ocasiones.
Tal como comentamos en su momento, desde la dichosa editorial
del programa se jugó toda la edición a ejercer de pirómano irresponsable para
incendiar primero la convivencia entre los concursantes buscando retroalimentar y avivar
continuamente sus disputas, para ejercer luego de bombero salvador intentando apagar las llamas devastadoras que ellos
mismos habían propiciado. En fin, poco
más que decir, todo un despropósito de grandes proporciones si sumamos además el
descarado apoyo logístico ofrecido a cualquier tipo de carpeta amorosa que surgiese
entre los concursantes. Como decía en el
título de una de primeras entradas del blog en septiembre se buscó y se animó
desde el programa, en una actitud mamporrera que causaba vergüenza ajena, a
conseguir la fórmula perfecta: la cuadratura de los triángulos. Una deriva carpetera que condicionó de forma significativa más que nunca, creo, el desarrollo del concurso.
Decía Prudent en un comentario genial de una de las últimas
entradas del blog muy acertadamente que GH Deluxe se había tragado por completo a nuestro GH, igual que una
boa enorme traga y devora su presa y la va digiriendo lentamente durante semanas o meses, en este
caso durante años, alimentándose de toda su energía hasta que acaba
regurgitando lo queda de ella: una piltrafa nauseabunda y grimosa, un amasijo de
huesos y pelos irreconocibles que no se parecen en nada al original. Más o menos lo que ha pasado este año con Gran
Hermano, que ha tenido que amoldarse definitivamente al papel secundario que le han asignado al concurso
dentro de la rueda de programas salvamizados y entrelazados por medio de un sistema
ponzoñoso de vasos comunicantes, que como un monstruo mediático e insaciable devora todo lo
que toca dentro de la cadena amiga, especialmente en los últimos tiempos.
Gran Hermano es una criatura delicada y compleja que llevaba
muchos años sufriendo embates furiosos desde el exterior, pero los golpes más brutales provienen sobre todo desde
dentro mismo del programa a través de cambios traumáticos que ya avisaban de su probable declive,
hasta el punto de que nosotros mismos, un tanto apocalípticos y
melodramáticos, habíamos pronosticado más de una vez su desaparición segura para la edición siguiente. En esta ocasión, por fin, GH ha claudicado y
se ha dejado arrastrar por "el lado oscuro de la fuerza" bajo la férula implacable de Jorge Javier
Vázquez, convertido en una especie de Darht Vader de circunstancias. Sólo unos pocos rebeldes perdidos por las galaxias de internet y refugiados en algunos planetas libres del sistema intentamos resistirnos ante un poder tan descomunal y
arrollador.
Perdido en medio de estos pensamientos sombríos, y sumido todavía en la confusión, me
entero de que "el lado oscuro de la fuerza" también se ha llevado a Carrie Fisher a
los sesenta años. La actriz, que siempre será la princesa Leia en nuestros corazones, nos abandonó justo a esa
edad en que muchas mujeres son por fin dueñas de sí mismas y de su destino para
quedar instalada en el imaginario de toda una generación de adolescentes
cinéfilos que asistimos asombrados desde las salas oscuras de aquellos cines antiguos al nacimiento de un mito y de un
icono. Sólo espero que "la fuerza la acompañe" en su viaje rumbo a la eternidad dentro del Halcón Milenario hasta esa "galaxia
muy muy lejana" pero tan próxima al territorio de los sueños que
siempre compartiremos con ella y sus compañeros de travesía intentando recuperar el imperio en peligro. Y deseo también que "la fuerza nos acompañe" a nosotros en este año tan complicado que nos espera en el mundo real, y por supuesto en Gran Hermano, para resistir como ella hasta las últimas consecuencias.
Forastero marulo