La mejor
definición de Aritz, el semifinalista de esta edición, nos la regaló Niedziela unos días antes de la
final, cuando el vasco y el chino se pasaban el día encamados mientras Sofía despotricaba con razón contra el tipo del sombrero; y las dos embrujadas, desconcertadas por el ninguneo de la pareja hacia ellas,
intentaban determinar el alcance del estado de la cuestión bajo las sábanas. En un momento determinado la
del circo le dijo a la navarra intentando zanjar el tema, no recuerdo si fue en el confesionario o en la cocina, que su compañero de las barbas, al que siempre
apreció en el fondo, es “un chico especial con una relación especial que
nadie entiende”. Haciendo una broma y un juego de palabras, usando el lenguaje
típico del mundo gay, yo diría que nosotros entendemos que el hombre “entiende”
pero él no quiere dar a entender que “entiende” aunque sepa que nosotros
sabemos que sí “entiende” de alguna manera (al completo, a medias, o sólo de vez en cuando por su
falta de prejuicios), pero haciendo todo lo posible para que al final no entendamos nada.
Resumiendo, que ha intentado tomarnos el pelo soberanamente hasta el último
momento, incluso en esa entrevista kafkiana que se marcó con Mercedes donde,
reventado y avinagrado por quedar de segundón y sin la pasta, se desmarcó de malas maneras en todas y cada una de las preguntas que intentó formularle una desesperada presentadora de la que por una vez en
mucho tiempo, quién lo diría, llegué casi a compadecerme. El tipo se salió por la
tangente, cortando por lo sano, y nos escatimó todas aquellas respuestas que por lo menos debía a
la audiencia. Está en su derecho, desde luego, pero debería saber que ha entrado en
un reality que ven millones de personas, algunas de las cuales, no pocas, lo apoyaron gastando sus
cuartos para que él ganase y a las que debería, digo yo, dar alguna explicación. Y si no le gusta que se metan en sus cosas, pues que se quedase
en casa.
Al ver a Han y a Aritz juntos después, cuando entró la triunfadora del concurso en el plató, sentados y agarraditos de
la mano entre sus compañeros como dos tortolitos enamorados, me vinieron a la cabeza montones
de frases y discusiones entre ellos. Como el día que el chino justo antes de
su expulsión le confesó al vasco, intentando justificar porqué caía una y otra vez en sus brazos volviendo a su cama, que era una tentación para él a la que no pensaba renunciar. O mucho antes, a mitad de la edición, cuando vivieron momentos complicados en su relación y aún así Han aseguraba a sus amigas
que Aritz era el centro de su universo después de darles las quejas siempre melodramático, y envuelto a veces en un mar de lágrimas por el trato que recibía del vasco. Esa imagen final de los dos juntitos
detrás de Sofía, a punto de empezar su entrevista, que los mira un instante y
exclama - ¡qué bonito! - cuando la Milá advierte de la situación a la ganadora,
resume todo un concurso. El triunfo de la verdad de unos sentimientos
mostrados en canal por Sofía, con todos sus defectos, que son muchos, frente a la derrota
del cinismo y de la cicatería escondida detrás de una llave que abre
un armario figurado que el tipo del sombrero no ha querido abrirnos ni siquiera el último día, provocando el desconcierto en la mayoría de la audiencia y ratificando el rechazo directo que sentíamos muchos de nosotros por su concurso. La confirmación de la decepción con un concursante que intentó engatusarnos a algunos, y casi lo consigue, durante aquellos primeros días en que se postulaba, ante una opinión generalizada, como ganador indiscutible de la edición a tres meses del final gracias a su peculiar personalidad hasta que descubrimos poco a poco que el discurso que nos vendía no tenía mucho que ver con la actitud mostrada en Guadalix.
El día que Aritz, en pleno directo y con
nominaciones a la cara, le calzó tres puntos a una sorprendida e incrédula Sofía y, muy consciente del escenario, la calificó de tamagochi ante sus compañeros y la audiencia, añadiendo con una dureza
infinita y una mala oscuridad de cojones que la navarra sólo caga, come y
duerme; perdió definitivamente el concurso y la
poca credibilidad que le quedaba ante una parte todavía dubitativa de espectadores a los que les costaba renunciar a la imagen de aquel vasco
noblote, sin dobleces y solidario que nos quiso colar desde el principio. Ese día fue más patente que nunca su impostura cuando quiso dar jaque mate antes de tiempo a la que sabía su
principal rival para sacársela del medio y llevarse el premio de calle. Al contrario, las lágrimas sinceras de la
pequeña Galdeano, el dolor callado que resbalaba cargado de desencanto en dos
regueros por sus mejillas nos puso ante el espejo dos realidades contrapuestas:
la verdad de un concurso irregular y a veces desesperante pero auténtico de una
chavala cargada de defectos y virtudes en contraposición con el armazón de una estrategia calculada y
falsaria montada “ad hoc” para llegar a su objetivo que puso en juego Aritz
durante toda la edición hasta que se le fue de las manos. Un objetivo poderoso que Sofía determinó con clarividencia llamándolo por su nombre: los billetes.
El jueves pasado, durante la gala final, feliz por la victoria de Sofía
aunque no era mi principal apuesta, confirmé con satisfacción que no me había
equivocado con Aritz durante esa entrevista tan poco franca por su
parte en la que, avinagrado además por no conseguir el premio final, pretendía
continuar con su juego del escondite e intentado metérnosla doblada una vez más
con esa actitud engañosa y fraudulenta que mostró a lo largo de todo el concurso.
Nunca un segundo puesto, el más doloroso para alguien como él que no creía en el
programa en que se había metido y despreciaba cada dos por tres, había sido tan
justo. Es cierto que por su peso en la edición de este año el vasco debía estar en esa
final pero como mucho en ese puesto que quedó, el lugar que sacó a la luz
lo que en realidad fue su paso por la casa: un intento de tomadura de pelo en
toda regla que estuvo a punto de lograr. Incluso puedo comprender que no quisiese contar nada
en una de las entrevistas más complicadas que recuerdo a Mercedes Milá, otra razón más para ocupar el puesto que se merece, de segundón y visiblemente frustrado sin
demostrar en absoluto, al final, ser nada de lo que dice que es. Y menos todavía un hombre sin etiquetas ni prejuicios como afirma. Después de todo lo que dijo, y sobre todo lo que no dijo, cuando
entró la flamante ganadora de esta edición, la supuesta niñata que le birló el
maletín ante sus propias barbas, al verlo sentado en la grada agarrado de la mano de su
pichín, un Han feliz como unas pascuas, no pude evitar que en vez de parecerme una escena conmovedora me resultase un verdadero
sarcasmo.
Sofía aseguró en su vídeo de
presentación que no le gusta perder – de ahí tal vez su insistencia pueril en
intentar conquistar a Suso a las bravas con los métodos de una niñata mona
acostumbrada al triunfo efímero de la noche gracias a sus encantos – y que ella entraba en GH para ganar. Toda una declaración de intenciones con esa seguridad y audacia temeraria (la temeridad y la autenticidad, son las cualidades y defectos, al mismo tiempo, que definen mejor su paso por la
casa) de un concurso sin ningún tipo de restricción dejándose llevar sin más por sus emociones y sentimientos, por sus caprichos y
deseos. Un cóctel de elementos que convenientemente mezclados constituyen la clave de su victoria final tras ganarse a una parte
importante de la audiencia gracias a esa actitud natural y
espontánea. También contribuyó esa capacidad de reflexionar sobre
sus errores y asumir a la vez su incapacidad de contener sus impulsos para volver a las
andadas.
A sus pocos años, la hija de Maite fue siempre más
consciente que nadie en esa casa de la impronta y la
transformación que supuso el programa para ella. Un concurso, el suyo, muy controvertido y censurable en muchos aspectos pero libre en verdad de ataduras y
prejuicios, no como el de Aritz, que siempre presumió precisamente de lo que carecía. La navarra lo resumía
no hace mucho, cuando hizo balance de su paso por la casa como una de las cuatro finalistas de la edición, diciendo que había llegado hacía tres meses siendo Sofía de Pamplona, la de su casa, la chica normal que saca
a sus perros de paseo a la calle, y cuando saliese del programa sería
otra distinta y nada sería igual. Una concursante que se mostró siempre sincera y sin cortarse un pelo
como el día que durante unas nominaciones calificó de patético el alegato a favor que le hizo su madre, aunque reconocía su esfuerzo, en comparación del que recibieron los demás nominados. O cuando reflexionaba, crítica consigo
misma, por su actitud de arrastrada con Suso reconociendo que “va a lo loco y sin cabeza” y repetía pocos días después a quien quisiera oírla que haría lo que fuese por un beso suyo. Como el
día en que celosa y resentida, mostrando su peor cara, decía que Raquel al estar con él se estaba
comiendo las babas de otra, es decir las suyas.
Es evidente que la cámara ha sido
golosa con la navarra, y siempre la ha buscado con fruición y enamoramiento
para nosotros, porque Sofía trasmitió mejor que nadie y con precisión total a
través de la lente del ojo emblemático y universal de Gran Hermano que nos representa, para lo
bueno y para lo malo, cada matiz y recoveco de sus emociones y sentimientos.
Dicen que la cámara no miente jamás y esta chica, nos guste o no, se ha convertido en
una especie de estandarte para una parte importante de una nueva generación de
espectadores muy jóvenes que entienden la vida desde ese prisma tan particular
y desprejuiciado de actuar y ver las cosas de esta concursante. El mundo de Sofía es un cúmulo de contradicciones expuestas y asumidas con una filosofía de la vida paradójicamente coherente teniendo en cuenta su edad
y su historia personal. El mundo de una mujer inteligente y vulnerable que se muestra a la vez ante nosotros con toda su contundencia como niña
caprichosa y mujer fatal, como dependiente emocional pero audaz e indómita. Con esa capacidad envidiable de seguir su libre albedrío con
independencia de la opinión de los demás, incluso la de aquellos que quiere y
son importantes para ella, como sus amigas o su madre, aunque sepa que
entregarse a sus deseos y obsesiones suponga despeñarse por un precipicio. Sofía nunca pretendió ser perfecta ni gustar
ni convencer a nadie en concreto. Si no la aceptas bien y si la aceptas mejor. Ella sólo pretendió vivir el concurso como lo viviría en su casa o en la calle con
su familia y amigos y esa ha sido la cualidad fundamental de su paso por la
casa y en último extremo la razón de su triunfo.
Son
otros códigos, otros parámetros que conjugan sin rechinar la generosidad y el egoísmo dentro en un mismo saco, a partes iguales. Una actitud vital que sin embargo también cautivó a una
audiencia más veterana, porque al contrario de Paula, la ganadora de GH 15,
Sofía en ningún momento parecía estar interpretando un papel. Nunca pretendió vender otra cosa que no
fuese la Sofía auténtica y verdadera que vivió gran hermano hasta las últimas
consecuencias sin guardarse nada que no hubiese guardado sin cámaras delante ni micrófonos para registrarlo todo.
Venció su filosofía simple y a la vez compleja de vivir a tope desde el
vértigo atrevido e inconsciente de sus diecinueve años cuando se tiene toda la vida por delante y nada que perder. “Siempre tiene
que haber cosas malas para que haya
cosas buenas” nos decía cuando reconocía con naturalidad sus errores, sobre
todo con los hombres, su mayor debilidad y su talón de Aquiles, asumiendo que
“los sentimientos y el corazón le pueden al orgullo y no se puede ir contra los
sentimientos”.
Poco antes de que las voces de sus compañeros pronunciasen de esa forma tan original la mítica frase que precede al nombre del ganador de Gran Hermano - El nombre del ganador de Gran Hermano 16 es... - cuando Sofía y Aritz abrieron la ventana de esa especie de buhardilla donde estaban esperando y se encontraron en el exterior con una multitud de fans gritando enfervorizados a ambos lados de una pasarela que debían cruzar hasta el escenario donde se produciría la decisión final, comprendí que independientemente de la decisión de la audiencia ella debía ser la ganadora ante la actitud que adoptó cada uno de ellos en ese momento transcendental. Sofía se plantó delante, confiada y sorprendida, pero risueña observando el panorama mientras que él se mostraba contrariado e intentaba esconderse de tantas miradas, o lo simulaba, detrás de ella o retirándose por momentos de la ventana. Fuera, en la noche fría de Guadalix, los gritos de entusiasmo arreciaban con sus nombres de fondo anticipando el inminente desenlace. Dos mundos contrapuestos. El mundo de Sofía y la llave Aritz. Y ganó ella como no podía ser de otra manera.
Forastero marulo
Poco antes de que las voces de sus compañeros pronunciasen de esa forma tan original la mítica frase que precede al nombre del ganador de Gran Hermano - El nombre del ganador de Gran Hermano 16 es... - cuando Sofía y Aritz abrieron la ventana de esa especie de buhardilla donde estaban esperando y se encontraron en el exterior con una multitud de fans gritando enfervorizados a ambos lados de una pasarela que debían cruzar hasta el escenario donde se produciría la decisión final, comprendí que independientemente de la decisión de la audiencia ella debía ser la ganadora ante la actitud que adoptó cada uno de ellos en ese momento transcendental. Sofía se plantó delante, confiada y sorprendida, pero risueña observando el panorama mientras que él se mostraba contrariado e intentaba esconderse de tantas miradas, o lo simulaba, detrás de ella o retirándose por momentos de la ventana. Fuera, en la noche fría de Guadalix, los gritos de entusiasmo arreciaban con sus nombres de fondo anticipando el inminente desenlace. Dos mundos contrapuestos. El mundo de Sofía y la llave Aritz. Y ganó ella como no podía ser de otra manera.
Forastero marulo