Es muy difícil, por no decir imposible, sustraerse en estos momentos de la trama principal del concurso. Una historia viva, vibrante y vertiginosa que me tiene literalmente sin aliento y pegado al programa. Decía en mi anterior entrada que después de salvar a Laura todo dependía de ella. Estaba absolutamente equivocado. Realmente su futuro depende de todo lo que ella temía, de esos hilos invisibles, más fuertes que el acero, que atan su mente y su voluntad a las convenciones sociales, a los deseos y expectativas que los demás tienen de ella, fundamentalmente de sus seres queridos: su novio, sus padres, su familia, sus amigos, sus compañeros de trabajo...
Es una historia tan vieja como el hombre y que la sufren en toda su crudeza casi siempre las mujeres. Ellas se convierten en la reserva moral de la pareja, de la familia, de la tribu y si se dejan llevar por su corazón, por sus deseos o sus sueños, huyendo de una realidad ingrata o de lo que se espera de ellas, son castigadas. En unos casos a través de la represión directa como vemos en tantas culturas que aún hoy controlan la vida de sus mujeres en todas sus facetas y en otros, salvando las distancias, de una forma más sutil pero no menos eficaz, inculcando en la mente femenina que la responsabilidad con la familia y con la tribu está por encima de sus verdaderos anhelos. Se trata del cargo de conciencia, un mecanismo de auto castigo incrustado en nuestra mente y que actúa como un verdadero policía interior represivo activando los remordimientos, la angustia y el sentimiento de infelicidad cuando priman nuestros deseos sobre la realidad y las supuestas obligaciones. Son las ataduras morales de lo políticamente correcto, de lo que se espera de nosotros.
Todos somos deudores, en mayor o menor medida, de este chantaje emocional, del esquema mental que nos creamos y nos crean para que mantengamos controlados dentro de unos límites razonables nuestros sentimientos.
Todos somos deudores, en mayor o menor medida, de este chantaje emocional, del esquema mental que nos creamos y nos crean para que mantengamos controlados dentro de unos límites razonables nuestros sentimientos.
Ganar la libertad es un delicado equilibrio entre el compromiso y la necesidad de cumplir siempre nuestros deseos.

- ¡A lo hecho pecho! - Dijo ella; y aunque suponga un soberbio regalo para los espectadores asistir al doloroso parto de su "liberación", ha elegido el peor lugar para hacerlo, porque con todos nosotros como testigos dejará daños colaterales y heridas difíciles de cicatrizar, pero la vida es así y cuando elegimos un camino determinado no podemos pensar que hubiera pasado si eligiésemos el que hemos descartado, o nos hubiésemos quedado en el lugar donde estábamos, amargados y arrepentidos, maldiciendo para siempre nuestra indecisión.
Queremos ver a Laura liberada, reafirmada y con los sentimientos a flor de piel; por el bien de ella misma y del programa, por despertar a algunos compañeros de la vida insustancial que llevan jugando sin mojarse y también por nosotros mismos. Necesitamos creer que no todo es cálculo interesado o falsas imposturas que al menor contratiempo se vengan abajo como un castillo de naipes. Necesitamos ver historias reales y homologables con nuestra realidad cotidiana. Espejos reales en que nos veamos y que reflejen las contradicciones del personaje pero llenas de autenticidad.
Podrán gustarnos más o menos, podremos creerlos o no, pero Laura, y ahora también Marcelo - ¡que fuerte colega! - arrastrado por unos acontecimientos que lo superan rompiendo todos los esquemas que traía prefijados, nos están ofreciendo todo eso y más: existencia y savia nueva dentro de la casa.
Incluso sus compañeros, absorbidos e implicados en las desventuras de Laura, se han elevado ante nuestros ojos compartiendo su emoción y olvidando por unas horas sus miserias y sus estrategias. La diferencia, ahora, con la casa de colorines se hace abismal. Allí, en un ambiente desolador y decepcionante, sólo se habla de premios y estrategias, de dinero y nominaciones. Sólo una Therry “trabada” y desquiciada por todos y por todo insufla algo de energía y a lo que agarrarse en esa casa.

No quisiera presumir de profeta, aunque en esta edición de GH los deseos o predicciones se me están cumpliendo en un alto porcentaje, pero parafraseando el título de una famosa novela de García Márquez, lo de Rubén y Chari parece ser la crónica de una separación anunciada. Algo por otra parte nada extraordinario ya que lo puede ver cualquiera y por lo que están apostando muchos blogueros. De todos modos de esta pareja me espero cualquier cosa, hasta que salgan del concurso con fecha de boda y con su primer retoño encargado, a pesar incluso de las imágenes comprometidas de Chari en la primera semana.
Respecto al debate de ayer, con el absoluto protagonismo de Laura y su relación con Marcelo copando el programa, la presencia de Joaquín fue de mera comparsa. Sus insustanciales opiniones resultaron caducas y no aportaron casi nada. La constatación de su decepcionante paso por el programa contrastaba con lo que pasaba dentro de la casa de la que había salido tres días antes.
El gaditano jugó fatal sus cartas y lo digo en el sentido de que nunca se le vio implicado realmente en GH. Siempre dio la impresión de que entendió el asunto como un puro trámite que se podría llevar de calle sin implicarse nada emocionalmente, utilizando el mismo esfuerzo que pone un veterano como él en conseguir el polvo de una noche: dos sonrisas, cuatro palabras susurradas y dos rancios piropos de compromiso para salir del paso. Gran Hermano es una empresa que le pasó por encima y que a las primeras de cambio descubrió sus carencias y su desgana.
No soporto a los concursantes que especulan con el concurso en vez de vivirlo, como un gigoló que va a cobrar su trabajo sin ofrecer más allá de sota, caballo y rey, sin una pizca de emoción y fantasía, aunque sea simulada. Concursantes que no se dejan llevar por la marea de GH y pretenden marcar el rumbo sin dejar parte de su alma y sus emociones ahí dentro. El que pretenda ganar este concurso debería saber que debe vaciarse y que parte de sí mismo debe quedar para siempre en Guadalix de la Sierra.
Incluso Lydia, a la que muchos minusvaloran pero que siempre dice la frase oportuna en el momento adecuado, lo tiene claro. A propósito del dilema de Laura en estos días dijo:
- Este programa te hace conocerte a ti misma y te hace fuerte.
Marulo
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