Es muy difícil, por no decir imposible, sustraerse en estos momentos de la trama principal del concurso. Una historia viva, vibrante y vertiginosa que me tiene literalmente sin aliento y pegado al programa. Decía en mi anterior entrada que después de salvar a Laura todo dependía de ella. Estaba absolutamente equivocado. Realmente su futuro depende de todo lo que ella temía, de esos hilos invisibles, más fuertes que el acero, que atan su mente y su voluntad a las convenciones sociales, a los deseos y expectativas que los demás tienen de ella, fundamentalmente de sus seres queridos: su novio, sus padres, su familia, sus amigos, sus compañeros de trabajo...
Es una historia tan vieja como el hombre y que la sufren en toda su crudeza casi siempre las mujeres. Ellas se convierten en la reserva moral de la pareja, de la familia, de la tribu y si se dejan llevar por su corazón, por sus deseos o sus sueños, huyendo de una realidad ingrata o de lo que se espera de ellas, son castigadas. En unos casos a través de la represión directa como vemos en tantas culturas que aún hoy controlan la vida de sus mujeres en todas sus facetas y en otros, salvando las distancias, de una forma más sutil pero no menos eficaz, inculcando en la mente femenina que la responsabilidad con la familia y con la tribu está por encima de sus verdaderos anhelos. Se trata del cargo de conciencia, un mecanismo de auto castigo incrustado en nuestra mente y que actúa como un verdadero policía interior represivo activando los remordimientos, la angustia y el sentimiento de infelicidad cuando priman nuestros deseos sobre la realidad y las supuestas obligaciones. Son las ataduras morales de lo políticamente correcto, de lo que se espera de nosotros.
Todos somos deudores, en mayor o menor medida, de este chantaje emocional, del esquema mental que nos creamos y nos crean para que mantengamos controlados dentro de unos límites razonables nuestros sentimientos.
Todos somos deudores, en mayor o menor medida, de este chantaje emocional, del esquema mental que nos creamos y nos crean para que mantengamos controlados dentro de unos límites razonables nuestros sentimientos.
Ganar la libertad es un delicado equilibrio entre el compromiso y la necesidad de cumplir siempre nuestros deseos.
Con la relación de Laura y Marcelo, y sobre todo a través del calvario que ella está pasando para liberarse de sus cadenas, estamos viviendo este proceso fascinante en toda su crudeza. Asistimos con ella y sus compañeros, emocionados y solidarios, a la gran batalla que libra la chica de Parla por ganarse la libertad de vivir sus sentimientos; la libertad de ser ella misma y de seguir los dictados de su corazón aunque se equivoque de forma clamorosa, aunque no cumpla con el guión que todos habían establecido para ella y explore al fin otros caminos para ser feliz y encontrarse a sí misma. La relación con Marcelo, independientemente del valor que en sí misma tiene, es tan sólo la excusa.
- ¡A lo hecho pecho! - Dijo ella; y aunque suponga un soberbio regalo para los espectadores asistir al doloroso parto de su "liberación", ha elegido el peor lugar para hacerlo, porque con todos nosotros como testigos dejará daños colaterales y heridas difíciles de cicatrizar, pero la vida es así y cuando elegimos un camino determinado no podemos pensar que hubiera pasado si eligiésemos el que hemos descartado, o nos hubiésemos quedado en el lugar donde estábamos, amargados y arrepentidos, maldiciendo para siempre nuestra indecisión.
Queremos ver a Laura liberada, reafirmada y con los sentimientos a flor de piel; por el bien de ella misma y del programa, por despertar a algunos compañeros de la vida insustancial que llevan jugando sin mojarse y también por nosotros mismos. Necesitamos creer que no todo es cálculo interesado o falsas imposturas que al menor contratiempo se vengan abajo como un castillo de naipes. Necesitamos ver historias reales y homologables con nuestra realidad cotidiana. Espejos reales en que nos veamos y que reflejen las contradicciones del personaje pero llenas de autenticidad.
Podrán gustarnos más o menos, podremos creerlos o no, pero Laura, y ahora también Marcelo - ¡que fuerte colega! - arrastrado por unos acontecimientos que lo superan rompiendo todos los esquemas que traía prefijados, nos están ofreciendo todo eso y más: existencia y savia nueva dentro de la casa.
Incluso sus compañeros, absorbidos e implicados en las desventuras de Laura, se han elevado ante nuestros ojos compartiendo su emoción y olvidando por unas horas sus miserias y sus estrategias. La diferencia, ahora, con la casa de colorines se hace abismal. Allí, en un ambiente desolador y decepcionante, sólo se habla de premios y estrategias, de dinero y nominaciones. Sólo una Therry “trabada” y desquiciada por todos y por todo insufla algo de energía y a lo que agarrarse en esa casa.
En la otra casa, además, tenemos a los novios, a Chari y Rubén, y todo en ellos es la historia de una incomodidad. El relato de sus infinitos encuentros y desencuentros. Es como si a cualquiera de nosotros en plena crisis de pareja nos metiesen en la casa, pero a los dos juntos, y nos hiciesen pasar el “vía crucis” que están pasando ellos. Seguramente saldrían todas las contradicciones y el lastre acumulado de varios años de relación, las dudas sin aclarar para tomar la decisión definitiva. Si tuviesen claro que su unión es fuerte y que quieren construir juntos un futuro no entrarían en la casa. No es el lugar más adecuado para resolver un dilema sentimental, y menos ante la audiencia y sus doloridas familias. Lo que en privado se puede perdonar e incluso comprender, con millones de espectadores como testigos entorpece o entierra definitivamente cualquier viso de solución. Otra cosa, como hacen e hicieron otros, es que se entre con pareja fuera, con sus riesgos pero con las ideas claras de a qué se viene y con la intención de ganar el premio. Sin más.
No quisiera presumir de profeta, aunque en esta edición de GH los deseos o predicciones se me están cumpliendo en un alto porcentaje, pero parafraseando el título de una famosa novela de García Márquez, lo de Rubén y Chari parece ser la crónica de una separación anunciada. Algo por otra parte nada extraordinario ya que lo puede ver cualquiera y por lo que están apostando muchos blogueros. De todos modos de esta pareja me espero cualquier cosa, hasta que salgan del concurso con fecha de boda y con su primer retoño encargado, a pesar incluso de las imágenes comprometidas de Chari en la primera semana.
Respecto al debate de ayer, con el absoluto protagonismo de Laura y su relación con Marcelo copando el programa, la presencia de Joaquín fue de mera comparsa. Sus insustanciales opiniones resultaron caducas y no aportaron casi nada. La constatación de su decepcionante paso por el programa contrastaba con lo que pasaba dentro de la casa de la que había salido tres días antes.
El gaditano jugó fatal sus cartas y lo digo en el sentido de que nunca se le vio implicado realmente en GH. Siempre dio la impresión de que entendió el asunto como un puro trámite que se podría llevar de calle sin implicarse nada emocionalmente, utilizando el mismo esfuerzo que pone un veterano como él en conseguir el polvo de una noche: dos sonrisas, cuatro palabras susurradas y dos rancios piropos de compromiso para salir del paso. Gran Hermano es una empresa que le pasó por encima y que a las primeras de cambio descubrió sus carencias y su desgana.
No soporto a los concursantes que especulan con el concurso en vez de vivirlo, como un gigoló que va a cobrar su trabajo sin ofrecer más allá de sota, caballo y rey, sin una pizca de emoción y fantasía, aunque sea simulada. Concursantes que no se dejan llevar por la marea de GH y pretenden marcar el rumbo sin dejar parte de su alma y sus emociones ahí dentro. El que pretenda ganar este concurso debería saber que debe vaciarse y que parte de sí mismo debe quedar para siempre en Guadalix de la Sierra.
Incluso Lydia, a la que muchos minusvaloran pero que siempre dice la frase oportuna en el momento adecuado, lo tiene claro. A propósito del dilema de Laura en estos días dijo:
- Este programa te hace conocerte a ti misma y te hace fuerte.
Marulo
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