Después de tantos años en este negocio, no deja de sorprenderme el fracaso del programa en su intento de cambiar las dinámicas históricas de expulsión del reality. Una promesa que se pretendía lograr en esta edición con la revolución del formato a través de fórmulas novedosas y dobles juegos tramposos para evitar la marcha prematura de concursantes polémicos y entregados a la causa que suelen caer a las primeras de cambio bajo las garras justicieras de una audiencia ansiosa y vengativa. Al final, con la expulsión de Elsa, no han conseguido su objetivo principal. Gran Hermano, el original, con sus diecinueve ediciones a la espalda, ha adquirido casi la categoría de mito y de leyenda, y al igual que en tantos mitos y leyendas antiguas (Edipo Rey, Aquiles o el nacimiento de Roma con Rómulo y Remo entre otras muchas), el augurio del destino inevitable de sus hijos siempre acaba por cumplirse en toda su crudeza a pesar de todos los intentos por cambiarlo.
Una vez más se impuso, con absoluta claridad y tozuda persistencia, el verdadero rostro y devenir del programa. Y que no es más que la esencia y naturaleza de un concurso que tiene como profunda razón de ser, en primer lugar, la necesidad de eliminar y quemar sucesivamente en la hoguera purificadora de la conciencia de los espectadores a aquellos concursantes convertidos en apestados y enemigos públicos en función de los méritos o deméritos de su convivencia dentro del concurso. Ese concursante odiado y señalado como culpable y villano, real o sobrevenido, por una audiencia justiciera en el altar de Guadalix; como aquellos reos convictos a lo largo de la historia que eran insultados, vejados y apedreados por gran parte del populacho camino del cadalso. Un populacho que podría estar formado por cualquiera de nosotros si se diesen las circunstancias adecuadas.
Ayer Elsa, la magnífica y controvertida concursante vasca de GH 19, se convirtió, para sorpresa de tirios y troyanos, en víctima propiciatoria como una especie de María Antonieta moderna a la que había que “guillotinar” en vivo y en directo en el patíbulo que telecinco montó en el plató a mayor gloria de unas redes sociales que ardían con entusiasmo aplaudiendo mayoritariamente la ejecución sumaria. Elsa, al igual que la icónica última reina de Francia, afrontó su destino, en su caso inesperado, con gran serenidad y compostura ante unos atribulados y furibundos fiscales; todos esos colaboradores vociferantes del programa que desde el plató ejercían su acusación inmisericorde y al unísono como una jauría. La mayoría de ellos con bastante desvergüenza y excesiva sobreactuación. Ya hablaré más adelante de su concurso, pero lo que ahora prima es destacar la soledad de Elsa en un plató donde sólo contó con el insuficiente pero necesario abrazo de su amiga y única defensora, incapaz de contrarrestar el ambiente hostil generalizado en su contra. Sólo salvaría de la quema a una Adara (la controvertida ex concursante de GH 17), extrañamente contenida y mesurada, que realizó una crítica a su concurso por inmiscuirse entre las parejas de la casa, especialmente entre la formada por Edi y Violeta, sin ir a degüello y sin la necesidad de hurgar innecesariamente en la llaga. Supongo que se puso en su lugar.
Desde que Jorge Javier anunció el jueves pasado que nosotros como espectadores teníamos el poder y el privilegio de elegir el casting definitivo de GH 19, no imaginé ni remotamente que el resultado de esta primera expulsión definitiva recayese en ella. No sigo demasiado las redes sociales más populares en este momento, donde se cuece todo, ni las numerosas encuestas que podrían vislumbrar este giro de guión inesperado para reventar la intención del programa. O eso pensaba, porque siempre creí, ingenuamente, que la gente votaría para elegir (en positivo) a los concursantes que ofrecen más juego y que resultan más interesantes y necesarios para evolución del programa, como lo era Elsa sin ningún género de dudas según mi opinión. Muchos dirán que fue una expulsión y un trato merecido y justificado por sus muchos errores y actitudes de “malvada” del cuento. Para mí, la transparencia de sus acciones se reflejaban siempre sin lugar a dudas a través de su intensa mirada, que siempre la delata, y aunque su interpretación se valorase en general desde un prisma negativo vistos los resultados, mi visión es mucho más indulgente con ella sin dejar de señalar sus fallos y sus errores. Equivocaciones que no considero como tales en algunas ocasiones, sino que constituyen el fruto del desconocimiento de los mecanismos del concurso, como fue en el caso del descubrimiento de la falsedad del papel de las mellizas como pareja lesbiana cuando entraron desde la casa secreta. Sí creo, tal como defendió su postura ella misma en el debate, que lo entendió como un juego y que su equivocación en realidad fue su posterior silencio al no confesar en el momento de la expulsión que fue ella la “delatora”. Tal vez calló por vergüenza o por la dificultad de asumir la gravedad de su acción. Su cara, el día de la expulsión de Silvia, que al final acabó en la casa secreta, era un libro abierto en el que se podía leer con precisión su desconcierto y desazón, lo que indicaba claramente que no era consciente del daño que supuso su perspicacia al comentar sus conclusiones ante el súper en el confesionario divertida y despreocupada.
Desgraciadamente la historia de GH es tan extensa que es posible encontrar siempre algún precedente, porque una situación similar, aunque salvando las distancias, ya se vivió de forma dramática en los primeros días de Gran Hermano 11 con el abandono Lis, la chica lista aquella del sombrero de la casa espía (también había dos casas), cuando descubrió que dos compañeras concursantes eran pareja y una de ellas fue expulsada porque aquello formaba parte del juego, creo recordar, y de la supervivencia en el concurso. Al resto de los compañeros mostraron el vídeo en el que Lis destapaba el secreto de forma desafortunada y se montó un lío descomunal que acabó con ella rechazada hasta que abandonó al no aguantar la situación. El asunto se convirtió en uno de esos expedientes X que forman parte de la historia del programa no suficientemente aclarados. Gran Hermano 11 se emitió en el año 2009, cuando Elsa tendría unos nueve o diez años, y además ella asegura que no es seguidora habitual del programa, sino sabría que desvelar secretos y ser una chica lista son armas que carga el diablo dentro de Gran Hermano como ha podido comprobar en sus propias carnes.
Regresando al principio, queda patente que la dirección del programa procuró durante tres intensas semanas desafiar su propia esencia y cambiar el rumbo del juego para evitar expulsiones precipitadas de concursantes emblemáticos que después lamentaríamos, un fenómeno recurrente a lo largo de la historia del concurso. María José Galera, la madre de Laura, y primera expulsada de la historia del programa, se nos mostraba en la gala de presentación como ejemplo palmario de lo que suponía esta lógica implacable. Nos aseguró Jorge Javier que el objetivo era ofrecernos la posibilidad de que conociésemos en profundidad a todos los concursantes durante el tiempo suficiente para valorar en su justa medida a aquellos que aportan juego al desarrollo de la narrativa del concurso y no tomar decisiones precipitadas de las que luego la audiencia podría arrepentirse. El formato se propuso en esta primera fase, sin conseguirlo, con dobles juegos, con dobles casas y utilizando nuevas reglas y giros novedosos, la protección y la inmunidad temporal para todos los concursantes, especialmente de aquellos capaces de generar contenidos interesantes o que se mostrasen comprometidos con la dinámica del reality.
Sin embargo, a pesar de la intención de sortear el destino previsible de GH, su naturaleza “depredadora” acabó imponiéndose una vez más. Un oráculo cruel que asegura siempre la imposición de una marea incontenible que constituye su propia esencia anulando los intentos del programa por cambiar la narrativa inexorable de su deriva intrínseca. Es frustrante, pero forma parte del calvario particular de todo adicto a este concurso, comprobar que al final la audiencia soberana ha votado como siempre para expulsar a su villano, y no para elegir a los más idóneos, en positivo, como era de suponer en este caso con la fórmula novedosa de esta edición. Era de esperar que a estas alturas del programa estuviesen fuera concursantes verdaderamente prescindibles a día de hoy como Juan, Silvia o Jorge, por poner algunos ejemplos según mi criterio. Y el resultado desolador es que nos quedamos sin Elsa, pura esencia y naturaleza de GH, antes de tiempo.
La realidad es que Elsa cumplió con creces con el programa aprovechando al máximo su oportunidad, y a pesar del juicio negativo de una parte importante de los espectadores se lleva el cariño y el afecto de una gran mayoría de sus compañeros en la casa. Especialmente de Edi, que incapaz de controlar las lágrimas, incrédulo e impotente ante la certeza de la expulsión de su íntima amiga, se fundió con ella en un interminable e intenso abrazo de despedida dentro del confesionario. La escena era tan real, incluso equívoca en su significado y profundidad por el cariño y el afecto mostrado entre los dos, que por un momento pareció que estuvieron a punto de besarse. Tal vez a mi paisano le gusta más de lo que cree la chica vasca, aunque lo niegue, y en esa despedida estaba demostrando una conexión a otro nivel que no había conseguido con nadie de la casa, ni siquiera con Violeta, y que el mismo había apuntado en ocasiones cuando confesaba ante su círculo de amigos que con Elsa tenía una conexión mental que no tenía con nadie. Ella, un tanto descolocada y azorada, parecía darse cuenta demasiado tarde de que quizás le faltó tiempo para que cuajase algo más que una bonita amistad. O eso me pareció.
Como guinda del pastel de un concurso tan intenso como breve fue esa maravillosa despedida de todos sus compañeros, incluso de un cicatero Óscar al que deseó un abrazo, que sólo buscó restañar cualquier afrenta, desencuentro o cuenta pendiente. De diez.
Bueno, nada está perdido, Gran Hermano aún puede echar mano de uno de sus recursos más socorridos: la repesca.
Ya veremos. Queda mucho partido.
Forastero Marulo