Catorce años, que se dice pronto, llevaba Sálvame y todas sus derivadas en antena. El programa estrella de Telecinco, su nave capitana, que llegó para quedarse con una fórmula de hacer televisión que triunfó de inmediato y se hizo omnipresente en los hogares de esta España nuestra llenando sus tardes de entretenimiento y de molicie, de diversión y de ponzoña. Todo a partes iguales. A estas alturas, con el rey muerto y enterrado, no pretendo hacer moralina con el asunto de su cancelación definitiva, pero creo yo que una gran mayoría de sus seguidores, incluso los más fieles, convendrían conmigo en que aparte de entretener, y acompañar las horas de tedio de millones de espectadores durante tantos años, el programa ha aportado muy poco al enriquecimiento personal de la audiencia en todos los sentidos. Pero a quién le importa eso, aquí se trataba tan sólo de sentarse y dejarse llevar desconectando de los problemas y sinsabores del día a día a base de morbo y comadreos insustanciales elevados a la categoría de trascendentes y repletos de sobreactuación. Un objetivo conseguido con creces, que tal como está la vida no es poco, vamos. En fin, que si alguien busca cultivarse, para eso está la segunda cadena de televisión pública española, la TV2, y montones de canales temáticos para lograrlo.
Por tanto, Dios me libre, no seré yo, un seguidor impenitente y confeso del Gran Hermano original, quien critique a nadie por ocupar su tiempo como estime oportuno y por caer cautivo en las garras adictivas de Sálvame; un verdadero popurri a medias entre magacín y reality donde reina el cotilleo, la mala uva y una falta tremenda de escrúpulos a la hora de inmiscuirse en la vida y las miserias de todo tipo de personajes y personajillos característicos del famoseo patrio. El rey de la telebasura. Una calificación que se le adjudicó desde la prensa supuestamente seria al convertirse con notable éxito en faro y guía de una forma y una metodología de hacer televisión muy cuestionable pero que ha creado escuela por su capacidad de reinventarse y autoclonarse a la hora de conseguir hacerse con la audiencia durante tantos años.
A decir verdad es que hablo bastante de oídas, porque salvo excepciones muy concretas, sobre todo cuando se trató en el dichoso programa algún asunto que me interesaba especialmente relacionado con Gran Hermano, no he seguido jamás Sálvame. Tengo que confesar también, y puedo ser injusto a la hora de valorar a un profesional como él, pero soy incapaz de evitarlo, que no soporto a su presentador, a Jorge Javier Vázquez, y por extensión a la mayoría de sus colaboradores, tanto los pasados como los presentes. Hasta tal punto es la cosa que me costó Dios y ayuda digerir en su momento que él sustituyera como presentador del concurso a Mercedes Milá durante Gran Hermano 17. Para mí desgracia aquello fue un suplicio y a duras penas fui capaz de continuar comentando hasta el final desde desde este blog aquella edición del concurso. Ya en la última edición, Gran Hermano 18 Revolution, tiré la toalla por múltiples razones que expliqué en su momento desde estas crónicas; pero uno de los motivos fundamentales de abandonar el seguimiento del programa como comentarista fue sin lugar a dudas su continuidad como presentador.
Argumentaba entonces que si no eran pocos ya los problemas y las polémicas propias del concurso de Gran Hermano que se arrastraban históricamente; con la presencia de Jorge Javier al mando del mismo se produjo un franco deterioro del programa gracias a una progresiva “Salvamización” que logró contaminar su dinámica con unas sinergias y ramificaciones nocivas que se extendían desde Sálvame, el magacín estrella de la tarde en la cadena, en un viaje de ida y vuelta. Una situación que me resultó insoportable. Y menos mal que dejé de comentar la vida de los últimos inquilinos – okupas – de Guadalix, porque la última edición del concurso en vez de suponer una “Revolution” acabó como el rosario de la aurora. Y en los juzgados como todos sabemos.
Siempre me llamó la atención el nombre del programa - ¡Sálvame! - un puro sarcasmo que logró superarse a si mismo cuando lo apellidaron “Deluxe”. Una horrible hoguera que fue devorando uno a uno a casi todos sus colaboradores que se acabaron convirtiendo ellos mismos con el tiempo en personajes a debate dentro de la rueda infernal del programa, exponiendo también sus vidas y miserias en la palestra. Un todos contra todos donde al parecer no se ha librado ni el apuntador. "Sálvame" llegó a un punto que me recordaba al Saturno del famoso cuadro de Goya devorando a su propio hijo. En fin, el tema daría para un tratado en profundidad sobre un programa que ya es historia de la televisión española con todas sus contradicciones, por su capacidad infinita de diversión y entretenimiento con muchas dosis de toxicidad.
Finalmente Mediaset ha decidido enterrar definitivamente su programa estrella después de lidiar con multitud de polémicas y situaciones muy poco edificantes a lo largo de todos estos años. La realidad pura y simple es que se trata de una fórmula agotada y exprimida hasta la extenuación con la audiencia en declive. Supongo que es la hora de buscar otros formatos que enganchen con los intereses actuales de los nuevos telespectadores desde una perspectiva diferente. Veremos.
Forastero Marulo