Podría
titular perfectamente esta entrada - "1984: El ojo del Gran Hermano te
vigila" - pero al final quería destacar el nombre del autor de “1984”, la
novela donde se introducía como elemento esencial de la trama el concepto de
"Gran Hermano". Al fin y al cabo el impulso que me motivó a
caer rendido en brazos del reality más famoso y longevo de la televisión, un formato novedoso que me cautivó desde un principio, fue la curiosidad que me
produjo aquel concurso que comenzaba en el año 2000 en España por ser un fan
devoto del libro en el que aparentemente se inspiraba y también, aunque en menor
medida, por la apreciable película basada en la obra que se rodó posteriormente con el mismo
título y con Willian Hurt y
Richard Burton interpretando a los protagonistas. La cinta se estrenó precisamente en 1984, el año
futuro en que supuestamente transcurría la historia, como guiño y homenaje al libro publicado en 1949.
No voy a descubrir aquí y ahora a George Orwell, el novelista que sólo por escribir "1984" y "Rebelión en la granja" - sus dos obras más célebres y populares - figura en el olimpo de la literatura universal por méritos propios. Un escritor y periodista que, por cierto, conocía muy bien nuestro país porque participó en la Guerra Civil Española luchando en el bando republicano.
Puedo entender que mezclar un clásico de la literatura moderna como es la influyente y visionaria novela de Orwell con el concurso de Gran Hermano suponga un sacrilegio para no pocas personas que se llevan todavía hoy las manos a la cabeza por semejante despropósito. A pesar de todo, dejando aparte opiniones y críticas, hay que felicitar a aquellos guionistas y productores televisivos que en Holanda - donde se gestó por primera vez el invento - tuvieron la genial idea de asignar un título tan rotundo y con tanta fuerza para tan novedoso y revolucionario reality cuando se estrenó en el país de los tulipanes a finales del siglo pasado. Un programa que se extendió a lo largo de estos años como una fructífera mancha de aceite por las televisiones de medio mundo, hasta el punto de que gracias al éxito del mismo algunos de sus términos se han popularizado también en el lenguaje de la calle.
No voy a descubrir aquí y ahora a George Orwell, el novelista que sólo por escribir "1984" y "Rebelión en la granja" - sus dos obras más célebres y populares - figura en el olimpo de la literatura universal por méritos propios. Un escritor y periodista que, por cierto, conocía muy bien nuestro país porque participó en la Guerra Civil Española luchando en el bando republicano.
Puedo entender que mezclar un clásico de la literatura moderna como es la influyente y visionaria novela de Orwell con el concurso de Gran Hermano suponga un sacrilegio para no pocas personas que se llevan todavía hoy las manos a la cabeza por semejante despropósito. A pesar de todo, dejando aparte opiniones y críticas, hay que felicitar a aquellos guionistas y productores televisivos que en Holanda - donde se gestó por primera vez el invento - tuvieron la genial idea de asignar un título tan rotundo y con tanta fuerza para tan novedoso y revolucionario reality cuando se estrenó en el país de los tulipanes a finales del siglo pasado. Un programa que se extendió a lo largo de estos años como una fructífera mancha de aceite por las televisiones de medio mundo, hasta el punto de que gracias al éxito del mismo algunos de sus términos se han popularizado también en el lenguaje de la calle.
Ellos fueron los primeros que se apropiaron con inteligencia y
oportunidad del nombre - Big
brother - como inspiración para el nuevo
programa, usurpando “el ojo que todo lo ve” como icono del mismo, una imagen que
representa también la mirada omnipresente del dictador de bigotito negro implacable
que en la novela fiscalizaba y vigilaba a todas horas y desde todos los
rincones, en la intimidad de las casas y en la calle, las miserables vidas
de sus protagonistas sin resquicio alguno para la individualidad ni posibilidad de escape. El desolador destino de todos los habitantes de Oceanía,
una sociedad alienada y universal controlada con mano férrea y despótica por
el Gran Hermano del mundo futurista que nos presenta Orwell en su obra.
Ésa es la virtud de los clásicos de la literatura como lo es esta
magnífica y prestigiosa novela de ciencia ficción convertida también en obra
maestra de la literatura en general, que logra traspasar los límites
de la ficción para apoderarse de nuestro ánimo y sacudir nuestra conciencia, de modo que aquéllos que se acercan a
ella acaban transformados y ya no vuelven a ser los mismos tras su lectura.
En concreto, 1984 sobrepasa además el universo
estricto de la literatura como disciplina o arte, invadiendo el terreno de
otras áreas como la política, la psicología, la economía y lo social,
territorios en los que influyó de forma determinante al plantear una crítica
feroz de los totalitarismos de cualquier tipo. Publicada en 1949 como apunto al
principio de la entrada, la trama nos muestra un panorama oscuro y tétrico que el
autor sitúa en el horizonte de la fecha que da título al libro y que sólo hoy
en pleno siglo XXI, más de treinta años después del año en el que Orwell desarrolla la historia y da título
al libro, somos conscientes de que en gran medida se han convertido en realidad muchas de las cosas que en ella
profetizaba. Una obra que nos ha regalado conceptos, frases y arquetipos
universales que ahora utilizamos para ver y comprender un mundo tan complejo
como el actual y que anticipó lo negativo y pernicioso que puede llegar a ser
el poder político y económico de una sociedad si consigue el control y el poder
total sobre los individuos que la forman.
Antes de nada debo reconocer que soy asiduo lector de ciencia ficción, una literatura menor para muchos y generalmente muy mal traducida al español, y que leí 1984 hace muchos años cuando era poco más que un adolescente, y ya entonces fui consciente al cerrar su
última página de que la novela de Orwell
transcendía el género tanto por su calidad literaria como por la profundidad y relevancia de las ideas y cuestiones de carácter universal que planteaba. De hecho, como acabo de comentar, para la crítica especializada forma parte de la literatura en general con mayúsculas. Un
reconocimiento que comparte con otras obras señeras y clásicas del género como "Un mundo feliz" de Aldous Huxley y determinados títulos de H.G Wells por poner algunos ejemplos.
Aunque a gran distancia del libro, también me gustó la película que se rodó basada en la novela. Una
adaptación fiel del original que acentúa el tono desesperanzado de la historia trasladando a imágenes ese tono gris, de constante desasosiego, que muestra la
soledad del hombre y su alienación para sobrevivir en un mundo sin piedad que
no da respiro al mínimo individualismo ni a la crítica del sistema. Un mundo aterrador que
roba y controla incluso los sueños y los sentimientos de sus ciudadanos, que no
deja espacio para la intimidad ni para el amor.
No puedo evitar que me vengan a la cabeza varios países que actualmente
viven sometidos bajo esos parámetros, o muy semejantes, con el agravante de
que sus mandatarios disponen de avances tecnológicos con capacidad de controlar a sus
conciudadanos desde la tiranía y la opresión. Se podría decir que el
universo de 1984 existe hoy en diversos aspectos de nuestro mundo actual,
también de algún modo se vislumbra su rastro en los márgenes de las sociedades
supuestamente libres y democráticas en que vivimos. Los augurios de Orwell se cumplieron y de alguna manera
el mundo se ha convertido en un gigantesco Gran
Hermano que va camino de saberlo todo de nosotros y en todo momento. La novela es por tanto un
puñetazo a la indiferencia, al peligroso acomodo con las circunstancias en que vivimos para
despertar las conciencias y hacernos comprender que la libertad es nuestro bien más
preciado, y que si no luchamos por ella es muy fácil de perder y acabar rendidos en connivencia consciente y seguramente gozosa, absorbidos en una especie de síndrome de Estocolmo, con nuestros opresores en todos los órdenes.
Ahora mismo cuando escribo esto sé que ese ojo omnipresente que google
representa, por ejemplo, tiene la capacidad de saberlo todo sobre mí y sobre todos los que asoman por esta casa o pululan en general por las redes. Las fotos
íntimas robadas a famosas actrices de la nube o de sus móviles, o la noticia de
estos días en la prensa de que unos hackers han robado y hecho públicos los
datos de millones de usuarios en todo el mundo de Ashley Madison, una página web de
contactos para infieles, constituyen una buena muestra de ello. La constatación
de que el control de tanta información y este poder inmenso pueda utilizarse contra nosotros si cae en manos inadecuadas como
vemos que ocurre en algunos estados autoritarios sin democracia alguna, o
incluso con ella, pone los pelos de punta. Aún así nos dejamos llevar,
confiados e incautos, porque damos por bueno que los beneficios que obtenemos compensan
los perjuicios de estar totalmente en manos de quién sea que domine y controle
tanta información sensible desde las catacumbas de internet. Lo cierto es que
cerramos los ojos y nos tiramos a la piscina orwelliana que constituye la red
de redes sin la seguridad de que llegado el momento nos salvemos de la quema.
La novela, clarividente, tiene uno de los finales más tristes y amargos que recuerdo
de todo lo que he leído a lo largo de mi vida, y que también se refleja en el
final de la película. Un epílogo desolador que nos muestra la derrota del
individuo, su rendición definitiva ante el poder arrollador de la dictadura a través la reflexión final de
Winston, el protagonista de la
historia, cuando claudica y se entrega en brazos del Gran Hermano asumiendo feliz su condición de alienado y renunciando a
la libertad.
- "Contempló el enorme rostro. Le había costado cuarenta años saber qué clase
de sonrisa era aquella oculta bajo el bigote negro. ¡Qué cruel e inútil
incomprensión! ¡Qué tozudez la suya exilándose a sí mismo de aquel corazón
amante! Dos lágrimas, perfumadas de ginebra, le resbalaron por las mejillas.
Pero ya todo estaba arreglado, todo alcanzaba la perfección, la lucha había
terminado. Se había vencido a sí mismo definitivamente. Amaba al Gran Hermano." -
Por eso, y hablando ya de nuestro concurso, ante la
magnitud del Gran Ojo que nos vigila y nos conforma a todos a base de cookies
y señuelos cada vez más apetecibles aunque signifiquen perdida de intimidad, parece "pecata minuta" la decisión voluntaria de un grupo de personas
de ir más allá y entrar en una casa y en un concurso para que todos sigamos
hasta la saciedad sus glorias y miserias cotidianas. Personas que sacrifican su
intimidad y dignidad con el objetivo de ganar un suculento premio en metálico,
para obtener fama gratuita y efímera o por satisfacer una serie de necesidades
o carencias emocionales que sólo el desvergonzado exhibicionismo de un programa
como Gran Hermano puede aparentemente satisfacer o suplir. Craso error claro,
porque son legión los peligros que acechan en forma de desequilibrios varios y
perdida del control de sus vidas como el asunto se tuerza, algo bastante frecuente en la
casa de Guadalix. Después se echan las manos a la cabeza buscando y
reclamando responsabilidades ante el muro de incomprensión de los que manejan
el cotarro, que siempre estampan en la cara de los concursantes como respuesta
a sus quejas la letra grande y pequeña de las cláusulas que firmaron en un
contrato leonino antes de entrar en el programa.
A su manera
y salvando las distancias se trata del mundo orweliano en sentido puro, no sólo
porque el ojo omnipresente de las cámaras capta hasta las cuestiones más
nimias, escatológicas y normalmente nada glamurosas de cualquier persona en su vida diaria, sino porque ejerce el control casi total de sus movimientos dentro de
esas cuatro paredes incluyendo a menudo, lo que es más significativo, sus
sentimientos y sus sueños. Un control consentido en principio pero que
constituye en el fondo una trampa que mantiene a los concursantes con las manos
atadas mientras dura el
concurso, e incluso después de acabar el programa, con muy poca
capacidad de rebelarse si las cosas se ponen complicadas para ellos y
lluevan chuzos de punta.
Conocemos la cantinela. Los concursantes son adultos para firmar lo que
estimen conveniente y también son muchas las ediciones donde ha pasado de todo
para saber qué les puede esperar al mínimo atisbo de protesta con lo suscrito
con el programa cuando entran en el concurso. Evidentemente la casa de Guadalix no es Oceanía, el mundo totalitario imaginado en 1984, pero el ojo de Gran
Hermano también deja fuera de circulación sin miramiento alguno a los habitantes que pretendan ir por
libre o declararse en rebeldía. Igual que en la distopía futurista de Orwell, el poder de la cadena pone toda su
maquinaria en marcha con la Milá de
ariete para desautorizar y descalificar al disidente, tenga razón o no, y aquí paz y después
gloria hasta que pase el siguiente. Ya saben de lo que va como para llevarse a engaño. Lo mismo que
nosotros.