ADVERTENCIA PREVIA: Esta historia es pura ficción y no tiene nada que ver con la realidad. Son especulaciones desbocadas de una mente marula como la mía. Lo que no quiere decir que tal vez en el futuro o en una realidad paralela sí pueda ocurrir.
Sí, era ella, no había duda alguna y se dio cuenta de su presencia en cuanto entraron en el local, mientras él y sus siete compañeros, de pie en la barra, esperaban a que les preparasen la mesa que habían reservado para cenar. Estaba allí, en aquel pequeño bar-restaurante de Lisboa, sentada a muy escasos metros con otras dos personas cenando y escuchando fados en directo. No se lo podía creer y desde ese momento no pudo dejar de observarla. Al poco rato, cuando aún no se habían sentado, ella se levantó y se dirigió en su dirección camino del servicio. No le quedaba más remedio que pasar a su lado y ella, consciente de que se trataba de un grupo de españoles - además del volumen elevado de sus voces y del bullicio que montaban, el idioma los delataba - se paseó sin prisas por delante simulando no reparar en ellos. Se detuvo apenas un par de segundos justo a su altura y giró la cabeza en un escorzo estudiado y elegante haciéndose la despistada. Con ese movimiento, su melena negra y brillante rozó levemente el dorso de su mano derecha que sostenía una copa de vino a media altura. Se estremeció con ese tenue contacto y sintió vértigo al tenerla tan cerca, acaparando todo alrededor con su poderosa presencia y envolviéndolo con el aroma genuino y seductor que desprendía. Antes de que dijese nada, el camarero, atento a la jugada e intuyendo lo que ella buscaba, le señaló una puerta al fondo del pasillo a la izquierda.
Alfredo era un cinéfilo empedernido y ese momento perturbador que acababa de vivir le recordó la escena de una de sus películas preferidas: Vértigo de Hitchcock. Aquélla en que James Stewart, interpretando al atormentado detective Scottie, se encuentra por primera vez con una maravillosa Kim Novak, en el papel de la misteriosa Madeleine, cuando ella sale del restaurante y se para un momento a su lado casi rozándolo, mientras él está sentado en la barra del bar observando sus movimientos disimuladamente y se queda fascinado por ella.
- ¿Os habéis dado cuenta de quién es ésa? - Comentó una de sus compañeras cuando ella entró en el baño.
- Claro guapa - Contestó otra - La liante esa que echaron la primera semana en Gran Hermano hace unos años, y también a las primeras de cambio no hace mucho de Supervivientes; la que ahora va de periodista y que hace poco acaban de echar de Telecinco.
Alfredo, algo traspuesto por el inesperado encuentro, digería como podía la emoción de haberla tenido tan cerca y sobre todo por la breve e intensa mirada que se cruzaron durante un par de segundos que le parecieron eternos. Absorto y pendiente de la puerta del baño de mujeres dejó de escuchar los cotilleos de sus compañeros sobre ella, casi todos negativos, como el que asume un ruido de fondo molesto al que no se presta atención. Carlos, su mejor compañero y amigo, consciente de la admiración que él sentía desde siempre por esa exconcursante de Gran Hermano le dio un codazo intentando rescatarlo de sus ensoñaciones.
- ¡Eh atontado, espabila!. No es esa la tipa que tanto te gusta. La follonera de la tele. -
Sin mirarlo siquiera y sin apartar tampoco la mirada del fondo del pasillo Alfredo contestó con apenas un hilillo de voz - Sí, sí, es ella.
Llegaron al local unos minutos antes, durante un descanso entre dos actuaciones, cuando todavía no había empezado a cantar la segunda intérprete de la noche, una fadista muy joven, espigada y morena que aguardaba de pie comenzar su actuación, en un rincón del restaurante acondicionado para tal fin, al lado de un guitarrista maduro con un espeso bigote sentado en una silla de madera que afinaba totalmente concentrado las cuerdas de su guitarra portuguesa. Una camarera les avisó de que su mesa ya estaba lista y les pidió que la acompañasen. Alfredo se apresuró para llegar de los primeros y sentarse de manera que pudiese tener de frente y a la vista el lugar donde ella cenaba y desde el primer momento no le quitó ojo de encima.
Ajeno a las animadas conversaciones de sus compañeros, entre sorbo y sorbo del delicioso caldo verde que pidió como primer plato del menú, observaba que algo extraño ocurría en su mesa. Desde que regresó del baño ella parecía muy nerviosa y enfadada con sus acompañantes. Sus gestos y aspavientos anunciaban que el asunto no marchaba bien entre ellos. Después de que la cantante terminase el segundo fado de su repertorio, una canción tan triste y melancólica que dejó a todos los clientes del restaurante en suspenso durante unos segundos, era ya evidente que ella discutía agriamente con la pareja que la acompañaba. A su alrededor, en las mesas vecinas, se escuchaban murmullos de desaprobación y les lanzaban miradas reprobatorias como puñales.
Cuando la vio levantarse e irse precipitadamente del local, hecha una furia después de la discusión con sus dos acompañantes de mesa, una pareja madura y atildada que miraba avergonzada y nerviosa a su alrededor después del espectáculo que habían montado unos minutos antes entre fado y fado tras discutir casi a voces con ella, Alfredo se levantó también y la siguió sin pensárselo dos veces. Dejó antes a Carlos, su amigo y compañero, la parte correspondiente de la cuenta, el precio de un menú que ya no se iba a tomar completo y algo más para contribuir a la propina. Aunque el resto de sus compañeros presentes sabían que estaba pasando un mal momento desde que su mujer se separó de él, su actitud sorprendió a todos cuando se fue dejándolos plantados en mitad de la cena y sin dar ninguna explicación por su marcha; simplemente les dirigió un "buenas noches, mañana nos vemos". Ni siquiera acertó a corresponder a su mejor amigo, que era el único que conocía de qué iba la cosa, cuando éste le dedicó discretamente un gesto de complicidad con el puño derecho simulando un gancho de boxeo y mordiéndose el labio inferior mientras le susurraba en voz muy baja para que los demás no lo oyesen: ¡A por ella campeón!.
Alfredo era un cinéfilo empedernido y ese momento perturbador que acababa de vivir le recordó la escena de una de sus películas preferidas: Vértigo de Hitchcock. Aquélla en que James Stewart, interpretando al atormentado detective Scottie, se encuentra por primera vez con una maravillosa Kim Novak, en el papel de la misteriosa Madeleine, cuando ella sale del restaurante y se para un momento a su lado casi rozándolo, mientras él está sentado en la barra del bar observando sus movimientos disimuladamente y se queda fascinado por ella.
- ¿Os habéis dado cuenta de quién es ésa? - Comentó una de sus compañeras cuando ella entró en el baño.
- Claro guapa - Contestó otra - La liante esa que echaron la primera semana en Gran Hermano hace unos años, y también a las primeras de cambio no hace mucho de Supervivientes; la que ahora va de periodista y que hace poco acaban de echar de Telecinco.
Alfredo, algo traspuesto por el inesperado encuentro, digería como podía la emoción de haberla tenido tan cerca y sobre todo por la breve e intensa mirada que se cruzaron durante un par de segundos que le parecieron eternos. Absorto y pendiente de la puerta del baño de mujeres dejó de escuchar los cotilleos de sus compañeros sobre ella, casi todos negativos, como el que asume un ruido de fondo molesto al que no se presta atención. Carlos, su mejor compañero y amigo, consciente de la admiración que él sentía desde siempre por esa exconcursante de Gran Hermano le dio un codazo intentando rescatarlo de sus ensoñaciones.
- ¡Eh atontado, espabila!. No es esa la tipa que tanto te gusta. La follonera de la tele. -
Sin mirarlo siquiera y sin apartar tampoco la mirada del fondo del pasillo Alfredo contestó con apenas un hilillo de voz - Sí, sí, es ella.
Llegaron al local unos minutos antes, durante un descanso entre dos actuaciones, cuando todavía no había empezado a cantar la segunda intérprete de la noche, una fadista muy joven, espigada y morena que aguardaba de pie comenzar su actuación, en un rincón del restaurante acondicionado para tal fin, al lado de un guitarrista maduro con un espeso bigote sentado en una silla de madera que afinaba totalmente concentrado las cuerdas de su guitarra portuguesa. Una camarera les avisó de que su mesa ya estaba lista y les pidió que la acompañasen. Alfredo se apresuró para llegar de los primeros y sentarse de manera que pudiese tener de frente y a la vista el lugar donde ella cenaba y desde el primer momento no le quitó ojo de encima.
Ajeno a las animadas conversaciones de sus compañeros, entre sorbo y sorbo del delicioso caldo verde que pidió como primer plato del menú, observaba que algo extraño ocurría en su mesa. Desde que regresó del baño ella parecía muy nerviosa y enfadada con sus acompañantes. Sus gestos y aspavientos anunciaban que el asunto no marchaba bien entre ellos. Después de que la cantante terminase el segundo fado de su repertorio, una canción tan triste y melancólica que dejó a todos los clientes del restaurante en suspenso durante unos segundos, era ya evidente que ella discutía agriamente con la pareja que la acompañaba. A su alrededor, en las mesas vecinas, se escuchaban murmullos de desaprobación y les lanzaban miradas reprobatorias como puñales.
Cuando la vio levantarse e irse precipitadamente del local, hecha una furia después de la discusión con sus dos acompañantes de mesa, una pareja madura y atildada que miraba avergonzada y nerviosa a su alrededor después del espectáculo que habían montado unos minutos antes entre fado y fado tras discutir casi a voces con ella, Alfredo se levantó también y la siguió sin pensárselo dos veces. Dejó antes a Carlos, su amigo y compañero, la parte correspondiente de la cuenta, el precio de un menú que ya no se iba a tomar completo y algo más para contribuir a la propina. Aunque el resto de sus compañeros presentes sabían que estaba pasando un mal momento desde que su mujer se separó de él, su actitud sorprendió a todos cuando se fue dejándolos plantados en mitad de la cena y sin dar ninguna explicación por su marcha; simplemente les dirigió un "buenas noches, mañana nos vemos". Ni siquiera acertó a corresponder a su mejor amigo, que era el único que conocía de qué iba la cosa, cuando éste le dedicó discretamente un gesto de complicidad con el puño derecho simulando un gancho de boxeo y mordiéndose el labio inferior mientras le susurraba en voz muy baja para que los demás no lo oyesen: ¡A por ella campeón!.
Alfredo había decidido sumarse un par de horas antes al pequeño grupo que prefirió subir al Bairro Alto de Lisboa para cenar y escuchar fados en directo. Alguien del grupo había mencionado durante la pausa del café, al acabar la segunda conferencia de la mañana, un local pequeño y discreto que le habían recomendado fuera del circuito de los más famosos y multitudinarios. Le habían comentado que allí se cenaba de lujo y a buen precio, sobre todo bordaban las "migas de bacalhau". Además aseguraban que podías tocar prácticamente a los artistas que se desplazaban a veces entre las mesas mientras cantaban. En definitiva, un lugar tranquilo y acogedor para desconectar del puñetero congreso que su empresa había organizado en la capital lusa ese fin de semana.
Las reuniones de trabajo y los actos que se celebraban en la sala de conferencias próxima al gran hotel donde estaban la mayoría alojados resultaron pesadas, un verdadero coñazo como siempre, abrumándolos con tanta presentación de resultados negativos del último año. Un regodeo masoquista que consistía en relatar como el montón pérdidas acumuladas representaban una amenaza velada a todos los presentes de más expedientes de regulación de empleo y despidos si no había una implicación total en las ventas. Aprovecharon la ocasión para presentar el nuevo producto estrella del año para familiarizarse con él. La salvación de la empresa a nivel nacional - aseguró la directora general en su apocalíptico discurso - dependía de su éxito en el mercado y todos y cada uno de los agentes comerciales del país debería exprimir sus últimas energías implicándose al cien por cien en el asunto aunque semejante esfuerzo no supusiese garantía de nada a nivel laboral: ni mantenimiento de salarios, de aumentos ni soñar, y mucho menos inmunidad ante el despido. Chantaje empresarial puro y duro.
En fin, un día tedioso y agotador, de manera que ya a última hora de la tarde cada uno se buscó la vida como pudo para desconectar de una realidad tan agobiante. La mayoría de los asistentes se apuntaron al montaje oficial organizado por la empresa, algunos por burdo peloteo y otros por simple comodidad, y se fueron con los jefazos y el resto de directivos a un restaurante de moda en el centro de Lisboa con cena y juerga contratada a un precio razonable y cerrado. Él sabía que la mayoría los compañeros de su sección, salvo las compañeras evidentemente, después de beber como cosacos y hacer el ridículo hasta altas horas de la madrugada ante los mandamases, se irían de putas como hacían todos los años. Él, desde luego, no estaba por la labor y no tenía estómago ni ganas. Así que se unió a un pequeño grupo de ocho frikis, formado por algunos casados fieles y cuatro compañeras que sólo buscaban pasar el rato alejados del tufo oficial de la empresa y del desmadre con la intención de cenar simplemente tranquilos, escuchar unos cuantos fados nostálgicos y acostarse luego temprano después de llamar a casa para saber como estaban los niños, si habían cenado y estaban acostados, y desear buenas noches a sus respectivas parejas.
Eran el grupo de los sin sal, la fauna más aburrida de la empresa. Carlos, su amigo íntimo, que por no dejarlo solo en sus circunstancias se apuntó a cenar con aquella panda de "desaboridos" - así los llamaba - llevaba varios días dándole la tabarra para que aprovechase ese viaje de trabajo para romper definitivamente con el pasado. Siempre le decía que necesitaba un par revolcones con alguna tía buena y su vida daría un giro de 180 grados. Y más ahora que era libre como un pájaro y no tenía que rendir cuentas a nadie. Le había comentado que Laura, una de las delegadas de Zaragoza acababa de dejar a su novio. La chica estaba tremenda, una maña rubia treintañera espectacular y era evidente que en los encuentros anuales de la empresa siempre había cierta química entre los dos. Una oportunidad de oro que no debía dejar escapar. Por supuesto, Alfredo no hacía puto caso de sus consejos. Llevaba casi un año separado y desde que su ex lo había abandonado huía como alma que lleva el diablo de todo lo que sonase a lío de faldas renegando de cualquier situación que supusiese intercambiar fluidos y jadeos sin compromiso con alguien del sexo opuesto, y eso que ocasiones no le faltaron. Simplemente no podía. Aún no estaba preparado y punto.
Habían quedado todos a las nueve en medio de la impresionante Plaza del Comercio, al pie de la estatua ecuestre de Don José I, prácticamente a orillas del Tajo, y desde allí se fueron en comitiva cruzando las cuadriculadas "rúas" de la Baixa hasta llegar al pie del sorprendente "Elevador da Gloria". Montaron divertidos en el centenario funicular que los transportó al "Bairro Alto", directamente al mirador de San Pedro de Alcántara. Empezaba a anochecer y aprovecharon para hacerse una foto conjunta con la ciudad de fondo que empezaba a iluminarse con millares de bombillas. Alfredo no podía imaginar lo importante que sería ese mismo lugar en su vida un par de horas más tarde. Después se adentraron por las típicas callejuelas del "Bairro" pasando delante de algunos de los más famosos y grandes locales de fados especialmente pensados para masas de turistas, hasta que llegaron al discreto establecimiento que habían elegido.
Cuando Alfredo sale del local ella le lleva unos dos o tres minutos de ventaja. Por simple intuición, o pura lógica, dirige sus pasos hacia el parque del mirador, al lugar por donde accedieron al Bairro Alto. Cuando llega al famoso mirador, inquieto e impaciente, intenta distinguir su figura entre los turistas y parejas de enamorados que todavía remolonean por la zona haciéndose fotos con la imagen nocturna del otro lado de Lisboa como decorado de fondo. Al fin la encuentra sentada de espaldas en un banco, cerca de una hermosa fuente que preside un rincón del parque. Ella parece tranquila, con los brazos apoyados encima del respaldo y aparentemente relajada. Tiene la cabeza echada ligeramente hacia atrás como escudriñando el cielo entre los huecos que dejan las ramas de los árboles circundantes. Su media melena lisa y negra cae espléndida y extendida brillando bajo la luz de las farolas, y él la observa un rato hipnotizado como un zoólogo entusiasmado que observa a un ejemplar salvaje y único en su especie, peligroso pero hermoso e irresistible.
- Hola, perdona que te moleste ¿Eres tú, verdad, la de Gran Hermano? -
Ella lo mira casi sin inmutarse, valorando como contestar al entrometido y esperando a ver por dónde sale.
- Sí soy yo y qué... - Contesta retadora.
- Nada, perdona que interrumpa tu tranquilidad, pero es que soy admirador tuyo de siempre y no me puedo creer que te haya encontrado - Ella lo mira de nuevo con algo más de interés pero sin decir nada mientras él continúa - Es que estábamos en el mismo restaurante y...bueno, te he visto salir precipitadamente. Creí que te encontrabas mal y te he seguido.
- Ya, por lo que veo tú eres el guapito que no me sacaba ojo de encima. Seguramente un paparazzi de segunda a la caza de noticias frescas. Espero que no se te haya ocurrido sacarme fotos porque te las verás conmigo en el juzgado. O algo peor.
- No, no, que va, no es eso de verdad, te lo juro, es que...
Ella no le deja acabar la frase - ¿ Entonces qué buscas ?. No necesito guardaespaldas. Me basto sola.
Alfredo sonríe ante la contundencia de su respuesta mientras ella lo mira con curiosidad creciente.
- Bueno, sabes, te reirás de mí pero intentaba decirte que entre tantos millones de combinaciones posibles la probabilidad de que nos encontremos aquí esta noche es tan improbable que es prácticamente un milagro. El hecho mismo de que existamos cada uno de los dos es también un milagro. Y que dos personas que existen de milagro se encuentren, se hablen y se sonrían en un lugar y en un tiempo determinado como éste es un milagro elevado al infinito. - Mientras suelta su discurso supuestamente seductor hace un movimiento semicircular con el brazo estirado y la palma de la mano abierta como intentando abarcar el mundo a su alrededor.
Ella se endereza, carraspea y lo observa de arriba abajo con la mirada maliciosa de una fiera a punto de zamparse en un par de bocados a una presa ingenua y despistada.
- A ver....- Ella titubea un momento.
- Alfredo, me llamo Alfredo, perdona que no me haya presentado antes como es debido - Y le extiende la mano para saludarla. Un gesto que ella ignora.
- Encantada hombre, bueno yo no me presento, que mi nombre ya lo conoces de sobra - Dice con cierto retintín mientras él sonríe asintiendo con gesto bobalicón. - Antes de nada quería decirte sólo un par de cositas: la primera, que el rollo que te has largado de los milagros y todo eso, pues que está ya muy visto majete. Y segundo, que yo hasta ahora no te he sonreído. Bueno ahora sí - Y lo mira divertida mientras fuerza una sonrisa simulando que estira con los dedos al máximo sus labios gruesos hasta que se convierten en dos líneas finas casi grotescas.
Él no se arredra ni se ofende y vuelve a sonreír con ganas ante la mueca burlesca que su "diva" le acaba de dedicar. Y tras pedirle permiso para sentarse a su lado, a lo que ella responde encogiéndose de hombros y mirando al frente, comienza a contarle como ha seguido cada uno de sus pasos desde que ella entró en Gran Hermano hace unos 10 años: su paso efímero por el programa y hace poco algo muy parecido en su participación en Supervivientes, todo su recorrido por televisiones y programas rosas hasta que hace poco la largaron de Telecinco por el asunto de la embajada de un país centroamericano. - ¡Una injusticia de cojones la que hicieron siempre contigo! - Sentencia para terminar.
Aunque ella sigue manteniendo una actitud preventiva, ese relato entusiasta y emocionado del desconocido sobre su vida y milagros acaba por desarmarla y comienza a relajarse poco a poco. La noche y la placidez de tan emblemático lugar crean además una atmósfera apropiada que le ayuda a dejarse envolver por su voz grave, firme y apasionada. En su fuero interno ya no se resiste ante la evidencia: se siente halagada.
El desconocido continúa embalado y para su propia sorpresa, teniendo en cuenta que a veces uno de sus principales problemas es que a ella le cuesta horrores escuchar a los demás, lo deja hablar sin decir ni mu mientras él cuenta su vida y sus problemas: habla de su trabajo, de la dolorosa separación de su última pareja y lo mal que lo está pasando, y también le habla de sus sueños, para acabar confesándole al final que su mayor ilusión era conocerla a ella, y que daría cualquier cosa por estar a su lado un par de días al menos. El tiempo vuela extrañamente junto al desconocido que lleva hablando casi una hora sin parar, y también es consciente de que el tipo, bueno Alfredo, de alguna manera se le está declarando. Por fin se decide a hablar.
- Pero vamos a ver alma cándida, ¿Tú no sabes que yo soy una de las dos o tres personas más odiadas de España?
- No me importa.
- Y que soy también una de las famosas de este país con más demandas en los juzgados.
- Me da igual
- A ver, en qué mundo vives, guapo, no te has enterado de que a pesar de lo maravillosa que soy vivir a mi lado puede ser una tortura para cualquiera. Y tú no eres la excepción encanto. ¡Además no me conoces de nada!
- Me da lo mismo, lo soportaría todo por ti.
- Pero... - Antes de que ella continúe con una nueva frase añadiendo un obstáculo más a la lista, Alfredo, dejándose llevar por un impulso irrefrenable y arriesgado, le tapa la boca delicadamente con su mano para impedir que siga hablando. Ella sorprendida por ese gesto tan repentino es incapaz de reaccionar y se deja hacer.
- A ver si te queda claro querida. Como te acabo de demostrar lo sé todo de ti desde aquel primer día que entraste por la puerta de Gran Hermano. Creo que hay muy pocas personas en este mundo que sepan más de ti que yo. Así que nada de lo que digas o hagas me sorprenderá ni me echará para atrás - Suspira un momento como para coger fuerzas y continúa - Aunque ahora mismo me confesases de rodillas que es imposible lo nuestro porque en realidad eres un tío con dos pelotas y rabo, cosa que evidentemente no es cierta porque eres una mujer bandera de las que ya no quedan; te contestaría lo mismo que Osgood le decía a Jack Lemmon disfrazado de mujer en el final de la peli "Con faldas y a lo loco": Ya sabes, aquello de que nadie es perfecto.
Ella aparta despacio la mano de Alfredo de su boca, y con esa sonrisa suya tan peculiar que algunas personas califican de prepotente, pero visiblemente satisfecha ahora al comprobar una devoción tan a prueba de todo hacia su insigne persona, le dice con un tono de voz suave y dulce, un tono que muy contadas personas conocen de verdad en este mundo mortal y que apenas logra ocultar el punto emoción que la embarga:
- Alfredo pero es que todo eso no es lo peor, no sabes en realidad a lo que te enfrentas.
- A qué preciosa, habla de una vez, porque me dará igual, como si me juras ahora mismo que eres extraterreste y procedes de más allá de la constelación de Orión.
- Bueno, no es eso - contesta ya más seria - aunque podría ser y no lo descartes. Es todavía mucho peor...
Ella guarda silencio un momento antes de continuar mientras él la mira interrogativo sin saber muy bien que esperar.
- La realidad es que soy perfecta.
Alfredo se la queda mirando un rato con los ojos muy abiertos intentando descubrir un toque de ironía en alguno de sus gestos, después se gira para contemplar a lo lejos el Castillo de Sao Jorge iluminado en la noche bajo la luna y estalla en carcajadas. Su risa descontrolada es contagiosa y ella con una media sonrisa, alerta, observa atenta su reacción preparándose para el contraataque. Él poco a poco se va calmando, se vuelve de nuevo hacia ella balbuceando una disculpa por su actitud, y al final se pone serio.
- No tiene importancia, serás mi Diosa.
Sin decir nada ella se levanta y se dirige al balcón del mirador que se encuentra muy cerca. Él la sigue en silencio hasta colocarse a su lado. Sin mirarse, los dos contemplan la Baixa abajo en plena efervescencia nocturna, y también las colinas al otro lado de una ciudad que se duerme acunando el sueño de miles de lisboetas.
- ¿Estás chalado o me estás tomando el pelo, verdad? - Dice ella después de un par de incómodos minutos en que los dos permanecen callados.
Él, sorprendido, espera unos segundos antes de contestar.
- Hay pocas ciudades en el mundo que me puedan provocar una emoción tan profunda. Y en una noche como ésta, aquí, a tu lado, con la luna llena de regalo, además, sería incapaz de mentir. Todo lo que te he dicho lo siento de veras - Su voz suena convincente, casi dramática y desgarradora.
- A ver, vamos a ser sinceros, dejémonos de jueguecitos adolescentes y pongamos las cartas boca arriba. ¿Es necesario que me digas todo esto simplemente para echar un polvo?. Porque tú lo que quieres es follarme, follarte a una famosa - Lo mira retadora, entornando los ojos como sólo ella sabe hacerlo, con esas pestañas negras y enormes como abanicos esplendorosos y poniendo morritos con sus labios carnosos y brillantes, mientras levanta altiva y desafiante el mentón después de tantos minutos en que había bajado la guardia y se había dejado llevar en volandas por la amabilidad de un extraño. Lo cierto es que después de mucho tiempo volvía a sentir ese cosquilleo agradable en la boca del estómago al hablar con un hombre. Era ella misma de nuevo y no estaba interpretando ningún papel.
Contrariamente a lo que pudiese pensarse Alfredo no se puso en guardia, la situación parecía agradarle e incluso disfrutaba con ella. Ésa era sin lugar a dudas la mujer famosa que adoraba y admiraba con devoción, con ese carácter y esa personalidad tan controvertida que sin embargo tanto le atrae desde que la vio por primera vez en el jardín de Guadalix hablando personalmente con Dios; como un pozo peligroso de aguas profundas al que se tiraría sin pensarlo de cabeza sabiendo que sólo allí podrá calmar una sed que lo atenaza desde siempre y que en ningún otro lugar podría saciar.
Él sonríe, le pone el dedo en los labios con firmeza y dulzura, y cierra los ojos mientras susurra - ¡Psss, por favor calla! -. Ella retrocede unos centímetros dudando entre darle un manotazo por ese descaro de invadir de nuevo su intimidad o dejarle hacer sorprendida. Ese punto de contacto tan leve pero intenso logra estremecerla, tensa un par de segundos todos sus músculos como una pantera a punto de dar un zarpazo mortal, pero inmediatamente se relaja, y todas las alertas se desactivan de golpe como por arte de encantamiento. Toda la energía de Alfredo, ese desconocido hace nada, con el que lleva hablando más de una hora traspasa su piel y su carne inundando sus entrañas a través de ese puente físico mínimo que se establece entre ellos, entre su piel y la suya, entre sus dos mundos tan alejados y desconocidos hasta ahora. Ella comprende que no se ha equivocado, que está ante alguien especial, totalmente diferente a los peleles que suele dominar y manejar a su antojo y a todos esos tipejos indeseables que simplemente la temen o intentan vacilarla y acostarse con ella buscando su minuto de fama y de gloria para forrarse luego a su costa peregrinando por los platós de las televisiones poniéndola de vuelta y media.
Él percibe en el leve roce de sus labios húmedos y carnosos con su dedo índice que todo ha cambiado; y cuando ella respira siente como su cálido aliento se extiende por su mano y se agarra voluptuoso a su brazo logrando que pierda la noción del tiempo. Al abrir los ojos mientras retira lentamente el dedo de su boca se encuentra con la sonrisa franca y encantadora con la que siempre ha soñado.
- ¿Si no quieres follar qué coño quieres? - A pesar de la crudeza repentina de la pregunta el timbre y el ronroneo de su voz tiene otra tonalidad que invita a dar el paso, a contestar afirmativamente con la promesa segura de obtener el premio de fundirse entre sus brazos y tal vez en sus entrañas.
- Ya te lo he dicho sólo quiero conocerte. Quiero el cielo a tu lado, aunque sea sólo esta noche. Nada más y nada menos.
Su respuesta es la que provoca ahora en ella un torrente de carcajadas escandalosas que atrae la mirada curiosa y sorprendida de las pocas personas que todavía pululan por el mirador, aparta su melena negra brillante, entorna de nuevo como sólo ella sabe hacerlo sus ojos grandes y enormes que engullen golosos la luz de la luna.
- A mí me lo vas a decir que tengo conexión directa con Dios, como todo el mundo sabe - le guiña un ojo - El cielo puede esperar. El cielo siempre puede esperar. Como en la peli aquella de Warren Beaty.
Alfredo coge en ese momento su rostro entre las manos para sostenerlo lo más cerca posible y mientras la mira a los ojos con una intensidad y una determinación que él nunca hubiese imaginado hace apenas un par de horas le dice con voz firme y segura - No cariño, el cielo no puede esperar. El cielo eres tú y está aquí y ahora - Y la besa apasionadamente buscando con ansia perderse en su boca. Ella no se resiste, rodea su cuello con los brazos y se entrega con la emoción y el entusiasmo de quién recibe un regalo maravilloso e inesperado sin que le pidan nada a cambio
La luz de la luna atraviesa los barrotes de la vieja barandilla de hierro forjado del mirador del Bairro Alto y envuelve con fruición sus cuerpos entrelazados como si fuesen un solo ser. Sumergidos en la calidez húmeda de sus bocas ansiosas creen oír en la distancia la melodía triste del último fado mientras se besan. Aislados del mundo se dejan arrastrar por una sensación irreal y embriagadora que arropa el encuentro acompasado de sus respiraciones y el latir impetuoso de sus corazones. Son dos extraños en la noche deslumbrante de Lisboa llenando su inmensa soledad y su angustia con el bálsamo de una pasión inesperada y en el refugio de otra piel. Dos universos errantes y heridos que coinciden milagrosamente en un punto improbable del infinito y por un momento encuentran sentido a sus vidas.
Forastero Marulo