1.- Lo único necesario para el triunfo del mal es que los hombres buenos no hagan nada (Edmund Burke)

2.- Hay un límite a partir del cual la tolerancia deja de ser virtud (Edmund Burke)

miércoles, 25 de septiembre de 2013

MI QUERIDA ESPAÑA

    Después de tres meses prácticamente desaparecido por fin asomo la patita tímidamente en mi propia casa tras un verano agónico, trágico y triste en Galicia.  Como imagináis, con el recuerdo de la maldita curva de Angrois aún demasiado reciente, no digo esto tan sólo por el calor interminable que hemos soportado ni por los fuegos que devoraron nuestros bosques sin piedad otro año más.  Lo hago desde este rincón esquinado y melancólico en el que vivo. Un pedazo doliente y arrasado situado al noroeste de nuestro maravilloso pero también desafortunado país que se llama España

    Un país donde los tontos, los sinvergüenzas, los mangantes y los traidores vendepatrias son tantos que no cabe uno más en la corrala. Una multitud de inconscientes y cínicos ventajistas que no ven más allá de sus propias narices, ni de sus intereses miserables y espurios por mucho que se disfracen y nos vendan el invento envuelto con el celofán brillante de las ilusiones colectivas. 

    Y lo hacen empujándonos a todos hacia el abismo mientras manipulan y tergiversan la realidad y la historia. El aliento y el alimento perfectos para cautivar a incrédulos o aprovechados que necesitan toneladas de doctrina excluyente y consignas precisas para dejarse arrastrar a las aventuras más descabelladas pero, eso sí, santificadas bajo una supuesta pureza de emociones, de sentimientos y arropados por el engañoso, a veces, estandarte de la libertad. Por desgracia enfrente, igual que nos ha pasado casi siempre a lo largo de los siglos en nuestra piel de toro, como contrapeso, no hay más que cerrilismo y cortedad de miras que lo único que consiguen es engordar y retroalimentar al monstruo.

    Durante el largo y cálido verano, con semejante panorama inundando la realidad además de las otras desgracias dolorosas y cercanas que sacudieron nuestras conciencias y corazones, permanecí alejado de realitys televisivos y programas adyacentes como quien huye de la peste para refugiarse en una estancia apartada del mundanal ruido hasta que desapareciese toda posibilidad de contagio. 

    Tal vez fue un error ya que al menos me servirían para desconectar de todo; porque los miserables no nos dejan en paz, y entre unos y otros no hacen más que buscarnos las cosquillas e intentan tocarnos las pelotas con la evidente intención de amargarnos la fiesta y de paso desatar nuestras bajas pasiones involucrándonos sin remedio en el fango con ellos y sus miserias.

    En fin, que en estos días tan confusos y llenos de demagogia interesada por todas partes me acordé casualmente de una estupenda canción de Cecilia compuesta hace ahora casi 40 años, y que hablaba de nuestra querida y maltratada España. Sí, de España, aunque parezca mentira. Los mismos años, o casi, que hace que la cantante nos dejó para siempre en una fatídica madrugada del verano de 1976 por culpa de un accidente de automóvil en la provincia de Zamora. Curiosamente aquella noche de madrugada, la de su trágica muerte, ella regresaba a Madrid desde aquí, desde Vigo, después de la que fue la última actuación de su vida en el Nova Olimpia, una mítica sala de fiestas de la ciudad actualmente desaparecida.  

    Ahora que en estos tiempos complicados y difíciles tanta gente reniega de su nacionalidad y pretende abandonar el barco en el que vamos todos (aunque a veces visto el percal a algunos incluso los entiendo), merece la pena volver a escucharla, y no sólo por su extraordinaria calidad sino porque resulta sorprendentemente actual aunque su letra pueda sonar a otros tiempos.

    Por cierto, hoy después de tanto tiempo llueve por fin en las Rías Baixas, es otoño y GH 15, si es que hay programa este año, me parece algo demasiado lejano y fuera de lugar. Cualquiera sabe...



Forastero marulo
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