Catorce años, que se dice pronto,
llevaba Sálvame y todas sus derivadas en antena. El programa estrella de Telecinco, su nave
capitana, que llegó para quedarse con una fórmula de hacer televisión que triunfó de inmediato y se
hizo omnipresente en los hogares de esta España nuestra llenando sus tardes de entretenimiento y de molicie, de diversión y de ponzoña. Todo a partes iguales. A estas alturas, con el rey
muerto y enterrado, no pretendo hacer moralina con el asunto de su cancelación definitiva,
pero creo yo que una gran mayoría de sus seguidores, incluso los más fieles,
convendrían conmigo en que aparte de entretener, y acompañar las horas de tedio de
millones de espectadores durante tantos años, el programa ha aportado muy poco al
enriquecimiento personal de la audiencia en todos los sentidos. Pero a quién le importa eso, aquí se trataba tan sólo de sentarse y dejarse llevar desconectando de los problemas y sinsabores del día a día a base de morbo y comadreos insustanciales elevados a la categoría de trascendentes y repletos de sobreactuación. Un objetivo conseguido con creces, que tal como está la vida no es poco, vamos. En fin, que si alguien busca cultivarse, para eso está la segunda cadena de televisión pública española, la TV2, y montones de canales temáticos para lograrlo.
Por tanto, Dios me libre, no seré yo, un seguidor impenitente y confeso del Gran Hermano original, quien critique a
nadie por ocupar su tiempo como estime oportuno y
por caer cautivo en las garras adictivas de Sálvame; un verdadero popurri a medias entre magacín y reality donde reina el cotilleo, la mala uva y una falta tremenda de escrúpulos a la hora de
inmiscuirse en la vida y las miserias de todo tipo de personajes y
personajillos característicos del famoseo patrio. El rey de la telebasura. Una calificación que
se le adjudicó desde la prensa supuestamente seria al convertirse con notable
éxito en faro y guía de una forma y una metodología de hacer televisión
muy cuestionable pero que ha creado escuela por su capacidad de reinventarse y autoclonarse a la hora de
conseguir hacerse con la audiencia durante tantos años.
A decir verdad es que hablo
bastante de oídas, porque salvo
excepciones muy concretas, sobre todo cuando se trató en el dichoso programa
algún asunto que me interesaba especialmente relacionado con Gran Hermano, no he
seguido jamás Sálvame. Tengo que confesar también, y puedo ser injusto a la hora de
valorar a un profesional como él, pero soy incapaz de evitarlo, que no soporto a
su presentador, a Jorge Javier Vázquez, y por extensión a la mayoría de sus
colaboradores, tanto los pasados como los presentes. Hasta tal punto es la cosa que me
costó Dios y ayuda digerir en su momento que él sustituyera como presentador del concurso a Mercedes Milá durante Gran Hermano 17. Para mí desgracia aquello fue un suplicio y a duras penas fui capaz
de continuar comentando hasta el final desde desde este blog aquella edición del concurso. Ya en la última edición, Gran Hermano 18 Revolution, tiré la toalla por
múltiples razones que expliqué en su momento desde estas crónicas; pero uno de
los motivos fundamentales de abandonar el seguimiento del programa como comentarista fue sin lugar a dudas su continuidad como presentador.
Argumentaba entonces que si no
eran pocos ya los problemas y las polémicas propias del concurso de Gran Hermano que se
arrastraban históricamente; con la presencia de Jorge Javier al mando
del mismo se produjo un franco deterioro del programa gracias a una progresiva “Salvamización” que logró contaminar
su dinámica con unas sinergias y ramificaciones nocivas que se extendían desde Sálvame, el magacín estrella de la tarde en la cadena, en un viaje
de ida y vuelta. Una situación que me resultó insoportable. Y menos mal que
dejé de comentar la vida de los últimos inquilinos – okupas – de Guadalix,
porque la última edición del concurso en vez de suponer una “Revolution” acabó
como el rosario de la aurora. Y en los juzgados como todos sabemos.
Siempre me llamó la atención el
nombre del programa - ¡Sálvame! - un puro sarcasmo que logró superarse a si
mismo cuando lo apellidaron “Deluxe”. Una horrible hoguera que fue devorando
uno a uno a casi todos sus colaboradores que se acabaron convirtiendo ellos
mismos con el tiempo en personajes a debate dentro de la rueda infernal del
programa, exponiendo también sus vidas y miserias en la palestra. Un todos contra todos donde al parecer no se ha librado ni el apuntador. "Sálvame" llegó a un punto que me recordaba al Saturno del famoso cuadro de Goya devorando a su propio hijo. En fin, el tema daría para un tratado en profundidad sobre un
programa que ya es historia de la televisión española con todas sus
contradicciones, por su capacidad infinita de diversión y entretenimiento con muchas
dosis de toxicidad.
Finalmente Mediaset ha decidido enterrar definitivamente su programa estrella después de lidiar con multitud de polémicas
y situaciones muy poco edificantes a lo largo de todos estos años. La realidad
pura y simple es que se trata de una fórmula agotada y exprimida hasta la extenuación
con la audiencia en declive. Supongo que es la hora de buscar otros formatos que enganchen con los intereses actuales de los nuevos telespectadores desde una perspectiva diferente. Veremos.
Forastero Marulo
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Últimamente, cada vez que entro
en esta casa, y más ahora que empiezan las fiestas de Navidad, me sorprendo con
la paz y el silencio que se respira entre estas cuatro paredes, como si todo lo que contiene estuviese suspendido en el tiempo formando parte de un sueño irreal dentro de un mundo paralelo del que tengo
serias dudas que hubiese existido alguna vez. La tranquilidad del blog me
recuerda al día siguiente de un fiestón montado en tu propio hogar, cuando por
fin te sientas en el sofá relajado después de recoger, limpiar y ordenar todo
para mirar despacio a tu alrededor con una pizca de nostalgia, y con la
sensación de que detrás de cada
puerta resuenan todavía los ecos de lo que se vivió en todos esos momentos
de exaltación y pasión siguiendo las diferentes ediciones de Gran Hermano, con sus dosis de locura y acaloramiento, de serenidad y reflexión. El testimonio y el reflejo de todos esos días, que permanecen de alguna manera en su espíritu, comentando y debatiendo la evolución del programa entre risas, alegrías y frustraciones de acuerdo a nuestras preferencias y favoritismos, y en función de nuestro estado de ánimo.
También me recuerda a uno de esos
juguetes “vintage” guardados primorosamente en un cajón, al que apetece
regresar de vez en cuando para recuperar la sonrisa y revivir algo del
entusiasmo que te aportaba en la infancia; y aunque ahora esté totalmente pasado
de moda, fuera de tiempo y lugar, lo sigues viendo y valorando con mucho cariño y
fidelidad.
No sé, en cualquier caso resulta
extraño pero gratificante a la vez la posibilidad perderse en sus tripas
releyendo los comentarios de alguna entrada escrita hace ocho, nueve o diez
años atrás; algo que me emociona y me conmueve al constatar lo apasionante que me parecía entonces acompañar el concurso como espectador privilegiado desde ésta y
otras atalayas. Y lo más importante es que era algo que ocurría en comunión con un
grupo de personas “virtuales”, y desconocidas al principio, que lo vivían con la
misma pasión e implicación que tú, llegando a formar después de un tiempo una especie de
familia paralela unida por fuertes vínculos de complicidad y afecto, muy semejantes
a los que se forjan en la vida real. Una
sensación sorprendente, la verdad, teniendo en cuenta que se trata de un mundo
virtual al que accedemos con la idea equivocada de que no afectará en absoluto
a nuestra vida real, pensando que podremos prescindir de este universo cibernético en cualquier
momento, cuando nos apetezca, y darnos de baja sin más.
Aunque en los comienzos de la
aventura bloguera padecía con cierta frecuencia remordimientos por lo que entendía como una pérdida de tiempo, debo reconocer que a día de hoy no me arrepiento de haber creado y administrado este espacio salvo por algún que otro
detalle que ahora mismo y pasado el tiempo me parece secundario o poco relevante. Un pequeño
rincón extraviado en el infinito e inagotable universo de internet que he intentado
convertir en mi refugio, un lugar secreto al que retirarme esporádicamente sin
ningún tipo de exigencias ni compromiso. Un espacio personal, sin fecha de
caducidad, donde buscar el entretenimiento, la diversión y también el desahogo de la
reflexión sobre algo aparentemente tan superficial como un concurso de televisión,
aunque parezca contradictorio. Un territorio para reconciliarme conmigo mismo
huyendo como alma que lleva el diablo de la selva agresiva e insufrible en que
se han convertido las redes sociales, y que con el tiempo he intentado
diversificar en cuanto a temáticas y asuntos tratados. En cualquier caso, una aventura que no tenía sentido ninguno sin compartirla. Y eso es lo mejor sin duda de esta experiencia: las personas que me acompañaron.
A veces imagino que sufro de un proceso amnésico, o
que simplemente desaparezco por ley de vida y estas Crónicas, sin embargo,
seguirán suspendidas en una especie de limbo o estado de hibernación durante muchos
años dentro de este universo de red de redes; y en el futuro, alguien que a lo mejor
no ha nacido todavía, un nieto nuestro quizás, llegará hasta este lugar por
casualidad navegando por las catacumbas de internet interesándose por lo que
aquí se encuentre, como quien descubre un diario olvidado en un viejo arcón que
no se había abierto en décadas, y buceando con curiosidad leerá los
comentarios de las entradas publicadas preguntándose quiénes eran las personas con
esos nicks, o alias, tan llamativos y curiosos que dieron vida a este lugar de forma tan
vehemente con sus opiniones y debates sobre un programa tan antiguo que le
sonará tan sólo vagamente por escucharlo alguna vez en boca de sus abuelos. Probablemente ahora mismo habrá miles de blogs vagando sin rumbo como planetas errantes por este mundo etéreo, olvidados o abandonados, que esconden con toda seguridad muchos tesoros para quien se atreva a buscarlos y disfrutarlos.
Para ir terminando esta soflama nostálgica en la que me he enredado, tengo que confesar que no es más que una excusa para tener
la oportunidad de desear unas felices fiestas a todos los que se acercan por el
blog; y especialmente a todas las que habéis contribuido y colaborado en
algún momento para que estas crónicas se convirtiesen en lo que fueron. Un lugar en el que yo intenté poner siempre
las tripas y vosotras el corazón para que tuviese alma y vida.
Gracias infinitas y un fuerte
abrazo allá donde estéis.
Forastero, vuestro marulo
G
M
T
Y
La función de sonido está limitada a 200 caracteres
ADVERTENCIA PREVIA: Esta historia relacionada con GH es pura ficción y no tiene nada que ver con la realidad; algo que no impide que una parte o todo de lo que aquí se cuentahaya podido ocurrir en el pasado o pueda suceder en el futuro.
El día que Lili, o Marlene la Diva, apelativo como también era conocida, se encaprichó de Ricardo, supuso una enorme sorpresa para él.No lo entendía pero ante un regalo semejante, a sus dieciocho años y medio, fue imposible resistirse cuando una de las tías más guapas y atractivas del instituto, a la que todos deseaban, se había fijado en él sin saber muy bien cómo ni porqué. En aquel momento estaba libre desde que se había dejado con su último ligue unos días atrás, así que no se hizo preguntas y aprovechó la oportunidad para lanzarse a la piscina con la idea, no premeditada, de que aquella aventura durase lo máximo posible. Por aquel entonces él vivía todo con gran intensidad y los acontecimientos ocurrían a una velocidad vertiginosa y apasionante; hasta el punto de que las horas parecían días, los días semanas y las semanas meses.
Es verdad que sintió un poco de vértigo y un nudo en el estómago cuando se decidió a sacarla a bailar por primera vez, un atrevimiento que surgió casi como una apuesta con sus amigos, pero sobre todo lo hizo porque estaba convencido de que jugaba sobre seguro, fiándose de las miradas cómplices que Lili le dedicaba desde hacía algún tiempo flirteando descaradamente con él cuando se cruzaban por los pasillos del instituto, o en los bares y la discoteca que la mayoría frecuentaban los viernes por la tarde y los fines de semana. Unas miradas claramente insinuantes que le incitaban y apremiaban a que tomase la iniciativa ya de una vez para acercarse y parecían decirle: “¿A qué esperas chaval?”. Al principio, sobre todo por inseguridad, no sabía muy bien cómo interpretarlas porque no acababa de creérselo pensando que se trataba de un puro vacile tan típico de la Diva. Al final no se lo pensó dos veces, y una tarde de sábado le salió bien la jugada cuando se fue a por Marlene con valentía y decisión en la discoteca Olimpo. Ella respondió afirmativamente a su propuesta de baile con aquella sonrisa felina y encantadora capaz de lograr que todo a su alrededor desapareciese convirtiéndose por arte de magia en el centro del mundo.
Con lo que no contaba, ni en sus mejores sueños, es que todo resultase
tan fácil. La Diva le cruzó sus brazos alrededor del cuello, arrimó con delicadeza su mejilla
ardiente a la suya y todo encajó como un mecanismo de precisión. Durante toda la tarde ya no se separaron ni
dejaron de bailar agarrados una canción tras otra. De una forma natural, cuando
llevaban bailando varias canciones y apenas comenzó a sonar la versión en
español de “Sereno é” de Druppi, un tema perfecto para la ocasión, ella se estrechó un
poco más contra su cuerpo, levantó levemente su rostro para mirarle con
aquellos ojos más claros todavía gracias a los haces de luz envolventes de la
bola giratoria del techo y se besaron con ansia adolescente bajo el son melódico y
empalagoso de aquella balada italiana que tanto les gustaba. Su lengua húmeda y
eléctrica derrumbó cualquier asomo de duda y vacilación transmitiendo a través
de su boca un relámpago de calidez y de deseo desbocado que lo inundó por completo
hasta dejarlo sin aliento y estremecido. Estaba atrapado, a la deriva, en el
paraíso que ella le ofrecía y obediente se dejó llevar hasta que el tiempo se difuminó entre sus brazos al ritmo de la música. Una sensación
evanescente y embriagadora, casi de irrealidad y ensueño, que le embargó todo el tiempo estuvieron juntos en los dos meses siguientes.
Ricardo no era imbécil ni tenía vocación de pagafantas, y sabía que una relación como aquella tenía fecha de caducidad, porque ella tenía fama de chica voluble,
caprichosa e inestable con unas movidas personales y escolares tremendas que solía utilizar a sus parejas como juguetes a su antojo. La
Diva despertaba pasiones y odios encontrados, y estar con ella significaba
entrar en un avispero con todas las papeletas de acabar mal que podría tener consecuencias inesperadas para una vida como
la suya relativamente apacible hasta aquel momento, tanto en el asunto amoroso
como social. Era muy consciente de que ella, más pronto que tarde le daría
puerta como así lo hizo, al final, liándose con otro a sus espaldas; un tipo fornido,
de ojos azules y guapito de cara que era relativamente popular en determinados
círculos del barrio por ser el campeón de lucha libre en
categoría juvenil a nivel provincial . Pero esos temores nunca lo desanimaron y durante aquellos dos meses escasos que duró la relación con ella, se entregó a tumba abierta como si no hubiera un mañana dejándose llevar por una sucesión de fuegos artificiales como decorado de un
vaivén vertiginosos de risas, besos y emociones. Y también de lágrimas, muchas lágrimas. Los días que salían juntos Lili solía llegar eufórica a las citas, la
ciudad se les quedaba pequeña y vivían con la sensación de comerse el
mundo a través de caminos que sólo ellos habían transitado. Algunas veces ella venía con un “bajón” anímico y triste sin motivo aparente, y afloraba entonces la Marlene contradictoria, compleja e
inexplicable que llevaba dentro consiguiendo asustarlo hasta la
preocupación. En esas ocasiones ella no quería ver a nadie más, y se pasaban toda la tarde los
dos solos en el parque
central, sentados y abrazados en un banco medio apartado entre los pinos y con vistas privilegiadas al mar, o se refugiaban
en un rincón discreto de la playa Azul, su favorita, tumbados en la arena
ocultos tras las rocas, mientras ella desahogaba todos sus miedos y frustraciones acurrucada entre sus
brazos y alejados del mundo.
Richi, hipocorístico cariñoso con el que Lili lo bautizó desde el primer beso y
que él aceptó a regañadientes, tenía la sensación de manejar los hilos de una
situación imprevisible desde una posición contradictoria de poder y al
mismo tiempo de fragilidad, como si tuviese entre sus manos un cristal valioso y extraordinario pero muy delicado que pudiera romperse en mil pedazos al menor contratiempo. Descubrió que no le disgustaba semejante responsabilidad, a pesar de
la inexperiencia y de su juventud a la hora entender la complejidad del alma de
una mujer herida y tan complicada como Marlene. Él simplemente procuraba escucharla
en su desconsuelo mientras acariciaba su maravillosa melena rubia intentando secar
sus lágrimas con besos dulces y entre arrumacos hasta que ella se calmaba, lo que ocurría normalmente al anochecer cuando el sol se ponía en el horizonte fundiéndose lentamente sobre el mar. Al final,
ya de regreso, la acompañaba hasta la puerta de su casa al otro lado de la
ciudad, y se despedía siempre de él dándole las gracias con un beso largo, cálido
y efusivo después de repetirle varias veces lo importante que era para ella.
Aunque pueda sonar poco edificante, el descubrimiento de la traición de Marlene supuso en el fondo una
liberación para Ricardo, porque en su fuero interno sabía desde el principio que debía apartarse
cuanto antes de ella. Es cierto que a la hora de la verdad no se planteó en
ningún momento renunciar a la relación, e incluso después de pasar el mal trago
del engaño público y notorio que sufrió, cuando lo abandonó por otro, jamás se arrepintió de esos
dos meses que salieron juntos embarcados en una
carrera alocada de pura fantasía y emociones encontradas siquiendo siempre el ritmo que ella le marcaba. Una ruleta absorbente y adictiva a pesar de los momentos
complicados que vivieron a causa de la personalidad de Lili cuando su fachada externa de
Diva se desmoronaba mostrando su vulnerabilidad y sus costuras.
De alguna manera, curiosamente, aquella relación en vez de acarrearle descrédito provocó la admiración y la envidia más o menos sana de amigos y
conocidos; además de algunas otras consecuencias inesperadas mucho más interesantes para Ricardo, aunque eso lo supo más
tarde, como fue el hecho de despertar la curiosidad de las chicas del instituto y
del barrio, en algunos casos morbosa, logrando que muchas de ellas se fijasen en él con
renovado y creciente interés gracias, en parte, a la enorme popularidad que ganó al convertirse en el novio oficial de Lili durante aquellas inolvidables ocho
semanas; un período de tiempo que en esa etapa de la vida constituye una eternidad. En resumen, considerado desde un punto de vista cínico todo
parecían ventajas gracias, supestamente, a una experiencia amorosa cojonuda que le aportaba fama y prestigio,
y que lo catapultó a otro nivel ante los demás tanto para lo bueno como para lo
malo. La realidad, sin embargo, es que a Ricardo todo eso le importaba muy poco y de lo
único que se enorgullecía de verdad era de no haber abandonado jamás a Marlene en
sus momentos difíciles mientras estuvo con ella. Momentos y recuerdos de su noviazgo fugaz y tan intenso con Lili que se guardaría celosamente para siempre como un
tesoro de gran valor.
Además, ella era una chica preciosa, pasional y nada mojigata, y para qué
engañarnos, a nadie le amarga un dulce. Teniendo en cuenta su carácter
enamoradizo, y también intuitivo, de una manera un tanto inconsciente pero firme a
pesar de su inmadurez, Ricardo sabía que no era una opción enamorarse de
alguien como la Diva, - una “femme fatale” de libro en potencia –,
porque estaba seguro de que saldría inevitablemente escaldado y tocado si no
utilizaba una coraza preventiva. Ya le había ocurrido en alguna otra ocasión con otras, aunque en
menor medida, y fue suficiente. Era demasiado joven, pero muy consciente de que era
del tipo de hombres que en sus relaciones, a la
hora de la verdad, los sentimientos priman sobre la testosterona. Era algo que tenía muy claro y sabía que salir con ella significaba
vivir cada día subido a una montaña rusa de emociones y jugando siempre al
borde del precipicio, con la adrenalina a tope y la incertidumbre como norma;
algo que le ayudó a disfrutar al máximo de la relación con Marlene pero con el freno
constantemente puesto e intentando no cruzar determinados límites a nivel
emocional. O eso se creía, porque nadie manda en su propio corazón.
Mucho después, obsesionado con ella, llegó a pensar que la Marlene más
lúcida, escondida detrás de una máscara de frivolidad, sabía perfectamente que él nunca se había entregado del todo, y que por
eso lo dejó. Ya de adulto, cada vez que se encontraba con una paciente de un
perfil parecido al suyo en la consulta de la clínica siempre se acordaba de ella. No recuerda
exactamente cuando se dio cuenta, años después, de que Lili en realidad era
bipolar, porque en aquellos años ese diagnóstico no existía y los adolescentes,
todos, en mayor o menor medida compartían rasgos parecidos de personalidad que
se confundían con la rebeldía y la desmesura propios de ese momento tan difícil
y al mismo tiempo fascinante en la vida de las personas. También se acordaba en
esos momentos de que muy pocas veces se había sentido tan vivo como en los dos meses
escasos en que salió con ella.
Después de romper con él volvió a encontrase con ella el día en que, sentada al lado de nueva pareja, coincidió justo la fila de atrás de butacas del auditorio donde se celebraba el festival
de fin de curso. Ricardo y Lili se saludaron apenas con un leve movimiento de
cabeza. Ella dibujó una sonrisa tan natural
que le pareció algo forzada y de circunstancias, mientras que el tipo que la acompañaba
le dedicó una mirada retadora que reflejaba agresividad contenida y en la que
revoloteaba el fantasma de unos celos mal disimulados. Con sorpresa, y algo decepcionado consigo mismo, se quedó bastante confundido por la incapacidad de sentir nada al verla con otro salvo una gran sensación de alivio; una reacción contradictoria que parecía anular cualquier sentimiento de duelo y de rabia con la convicción resignada de que ése era el único destino posible para una relación con alguien como Marlene. Sin tiempo para reflexionar adoptó sin demasiado esfuerzo una postura de calculada indiferencia con la intención de superar una situación tan embarazosa; y con el único pensamiento de pasar página lo antes posible valorando con cinismo el peso que
acababa de sacarse de encima. Aquella misma noche, incapaz de conciliar el sueño pensando en
ella, comprendió que tanta frialdad por su parte no había sido más que un mecanismo de
defensa. Él había acudido al acto
de fin de curso arropado por su pandilla, y algunas de sus amigas le avisarona codazos de la presencia de Lilien cuanto llegaron a sus butacas.
Curiosamente, durante aquellas dos horas y media que duró el evento, estuvo más divertido y sembrado que nunca con su grupo de amigos del
instituto, sobre todo con las chicas, que reían y aplaudían cada una de sus
ocurrencias dentro del jolgorio general que se montó dentro del salón de actos
a lo largo de toda la ceremonia y las diversas actuaciones.
Marlene, sin embargo, acostumbrada a ser la Diva y la reina de las
fiestas, permaneció en silencio cogida de la mano de su acompañante todo lo que duró el evento.
Por el rabillo del ojo, disimuladamente, Ricardo y sus amigos observaron que el
tipo a su lado se había pasado todo el rato enfurruñado e incómodo, intentando buscar su mirada con hostilidad y rencor indisimulado para hacerle saber que Lili le pertenecía sin despegarse de ella.
Por lo que supo más tarde, gracias a un colega que lo conocía
indirectamente, el chaval había dejado el bachillerato al terminar la EGB y
estaba estudiando una formación profesional de mecánica de automóviles en otro
centro a las afueras de la ciudad, así que no conocía prácticamente a nadie y
parecía sentirse como pez fuera del agua en medio del acto. Ella, incómoda y
desubicada, no sabía hacia donde mirar. Acabaron por marcharse un cuarto de hora
antes de que acabase la ceremonia con el tipo arrastrándola de la mano con fuerza y cara de pocos
amigos. Aquellos cuernos, paradójicamente, se convirtieron en un extraño
triunfo para Richi, el apelativo que le había puesto Marlene para descojone y
burla de sus colegas. Un peaje que él soportaba estoico y resignado siguiéndoles
la corriente hasta que acabaron por aburrirse y lo dejaron en paz.
Todos estos recuerdos enterrados en su memoria, que formaban parte de la
pequeña intrahistoria emocional pero fundamental para explicar el hombre en que
se había convertido, emergieron de golpe como una manada de caballos salvajes
cuando se abrió de nuevo la puerta de Gran Hermano y una chica, idéntica a Lili, entró
en la casa para participar en el concurso de aquella edición del
programa que fue tan controvertida. Estaba tan sorprendido que no se lo podía creer, pero tampoco le
extrañó. La concursante veinteañera, guapísima y espléndida, aunque era más
alta y delgada que Marlene, tenía su misma sonrisa, idénticas maneras y mucha desenvoltura. El corazón de Ricardo
latía sin control, totalmente absorto y paralizado en el sofá delante del televisor cuando ella dijo en el vídeo de presentación de entrada al programa que vivía en
su misma ciudad, y presentó a continuación ante la audiencia a la persona que
consideraba más importante e influyente en su vida, la que era su mejor confidente y amiga, y
con la que confesó sentirse totalmente identificada: su madre. Y allí apareció Marlene, paseando con su
hija, las dos en bikini, por la playa Azul, una de las más emblemáticas y
conocidas de la ciudad, mientras hablaban de sus sueños y de su magnífica
relación con gran complicidad. Al final del vídeo, Lili prometía a "España" que iba a defender con uñas y dientes a su
retoña, una auténtica luchadora según ella, en las galas del programa cada
semana mientras durase su concurso.
A sus cuarenta y bastantes años seguía estando tan atractiva como
siempre, presumiendo de un tipo espectacular que no desmerecía en absoluto al
de su hija, un auténtico bombón, a pesar de la diferencia de edad. Cuando la
enfocaron de cerca, y habló a la cámara, Ricardo advirtió sin embargo que su mirada había
cambiado, como si todos los años que habían pasado desde el instituto hubiesen
dejado un poso de melancolía y pesadumbre que ensombrecía la fuerza telúrica y magnética que transmitía el brillo de sus ojos. Era la
mirada de una superviviente en busca de su última oportunidad, gracias a su
hija, para engancharse al destino que siempre buscó desde que era adolescente:
La fama. Un destino a la altura de la Diva
adolescente que fue. Él, conmovido y fascinado, tuvo el presentimiento, fruto de su
atávica y engorrosa intuición, de que aquello podría significar el estoque
final para Marlene, un clavo ardiendo al que aferrarse, una estación más dentro
de la vorágine de una vida sin rumbo a ninguna parte.
Ricardo no pudo evitar una punzada de nostalgia al verla de nuevo, y sintió
la necesidad de tirarse otra vez a la piscina, aunque desde otra perspectiva,
como le había ocurrido cuando salió con ella a los dieciocho años. No tuvo ninguna
duda de que harían juntos este otro viaje, él como espectador entregado a la
causa y Marlene como madre de la concursante. Con la salvedad, claro, de que ella no sabría que Richi estaría
otra vez ahí, a su lado, todo lo que durase la aventura televisiva. Lo mismo que supo
desde el primer momento que defendería a capa y espada el concurso de la hija,
aunque su madre cayese en las peligrosas trampas que siempre acechan a los
familiares de los concursantes en el lodazal traicionero en que se convierte la convivencia dentro
de Gran Hermano, donde acostumbran a mostrar sus peores costuras comentando el concurso. Estaba seguro de que su participación desde
el plató defendiendo a su hija durante las galas sería controvertida y polémica.
Tampoco pudo evitar el recuerdo de las revelaciones desgarradoras de su
alocada vida, las confesiones de un alma rota que salían a borbotones en
aquellas tardes interminables de bajón y desconsuelo en que Richi se convertía
en su paño de lágrimas. Algo que jamás había contado a nadie guardando para
siempre sus secretos a pesar de lo mucho que intentaron tirarle de la lengua
sus amigos y conocidos. Por su profesión
y gracias a su ojo clínico, sabía que sólo se conoce a alguien de verdad en la
adolescencia, cuando estamos desprovistos de todos los barnices y contrapesos
que nos proporciona la vida ocultando y desvirtuando debajo de sus sucesivas
capas la persona que realmente somos. Y a veces, un solo mes de nuestra vida, a
los dieciocho años, es suficiente para saber más de alguien que durante varios
años en su madurez. Siempre sospechó que para Marlene, en gran medida, estar
con él formaba parte de algún tipo de terapia, un lapsus balsámico de realidad y
normalidad que Ricardo le ofrecía dentro de la vorágine intensa y suicida de su existencia. Era también consciente de que sus prejuicios
hacia ella, a causa de un historial amoroso tan abultado y convulso según las
malas lenguas, tampoco auguraban algo diferente y pensaba que el mismo hecho de que se hubiese fijado en alguien como él parecía una especie de venganza o un
ajuste de cuentas no se sabe muy bien contra qué ni contra quién. Pero eso ya
era historia. Una historia de la que jamás renegó a pesar de su accidentado final.
Ricardo comprendió en ese mismo momento que defendería a su hija por
todos aquellos besos y abrazos apasionados que se habían regalado sin medida a
todas horas mientras fueron novios; y por su entrega apasionada y sin
condiciones cuando hacían el amor en el aparcamiento de la playa dentro de un viejo
renault cinco amarillo que le había prestado su mejor amigo en un par de ocasiones y presumiendo de su flamante carnet de conducir recién sacado.
Unos besos que siempre estuvieron ahí escondidos,
en su subconsciente, como fantasmas interiores que aparecían de improviso
cuando menos se lo esperaba para condicionar y examinar su vida afectiva y
amorosa a lo largo de los años. También la defendería por su traición salvadora,
de la que logró que salir indemne a pesar de que pareciese que ocurriría todo
lo contrario. Pero sobre todo, lo haría por aquella mirada que Lili le regaló a
hurtadillas la última vez que se vieron mientras abandonaba el salón de actos arrastrada casi a la fuerza de la mano de otro. Una mirada que pretendía ser cínica y distante pero que sólo
translucía, - siempre estuvo seguro de eso -, arrepentimiento por su engaño y
la constatación de que no era más que una prisionera de su propia naturaleza. Una
mirada con el fulgor triste de una despedida incapaz de ocultar que ella
tampoco se olvidaría jamás de sus besos. Una confesión sin palabras, producto
de un acto de fe, que Ricardo asumió siempre convencido.
Y después vino la locura durante el mes escaso en que su hija resistió
dentro del programa hasta que fue expulsada con un enorme porcentaje de votos, convertida
en una de las “brujas” y malas oficiales de la historia del concurso. Ricardo
aguantó al pie del cañón, como se había prometido a si mismo, participando en
todas las redes sociales posibles y capitaneando una plataforma de apoyo a la
hija de Lili que llegó a sumar muchos seguidores aunque a la postre fueron insuficientes
para salvarla. La chica, con los mismos defectos y virtudes de su madre, la
Diva, terminó por cavar su propia tumba gracias a su concurso errático y a estar en el centro de la mayoría de las
polémicas que se produjeron en el programa.
Unos días después de la expulsión de su hija, cuando todo parecía algo
más calmado entró en la cuenta de twiter de Marlene y le dejó un mensaje
encabezado con un enlace a la canción “Sereno es, de Druppi” en youtube.
- “Hola Lili, soy el administrador
de la plataforma de apoyo a tu hija. Recuerda que Richi continúa todavía en nuestro rincón de la playa Azul para cuando lo necesites. Un beso, Marlene”.
Él sabía que al utilizar los sobrenombres de entonces - Richi y Marlene - para dirigirse a
ella y recordar su playa favorita, la remitiría de inmediato a la adolescencia. Pocos minutos después recibió la
respuesta:
- “Gracias por todo Ricardo. Tenía
el pálpito de que eras tú y aprovecho para darte las gracias por el apoyo incondicional y confesarte desde aquí que siempre te
he llevado en un rinconcito de mi corazón. Un beso gigante”.
Ésa era Marlene, su Diva de entonces. La mujer impulsiva, generosa y sin filtros a quien no le importaban las consecuencias de sus palabras en una red social ni el terremoto que
provocarían ante sus cientos de seguidores. Unas palabras que fueron el preludio
de lo que vino después…
¡Ya están dentro sin saberlo! - Ésa es la frase que define y subraya la premisa fundamental de Insiders, un reality de Netflix que Najwa Ninri nos presenta con todas las armas y buen hacer de esta magnífica actriz en un vídeo de promoción sobre el nuevo y misterioso concurso. Desde luego están consiguiendo captar la atención de muchos espectadores ávidos de GH gracias a las expectativas que genera esta novedosa y original propuesta bajo el paraguas de la popular y exitosa plataforma de streaming. Un soplo de aire fresco, o eso parece, dentro de un terreno tan trillado y sembrado de minas como es el universo de Gran Hermano con la aparición en los últimos años de múltiples sucedáneos del formato original y que no han aportado nada interesante, desde mi punto de vista, a pesar del éxito incuestionable de audiencia de muchos de ellos.
Esperemos que no se quede todo en agua de borrajas y cumpla con lo prometido. De momento han logrado captar el interés, creo, porque se trata de doce concursantes anónimos - por fin - que no saben que en realidad ya están concursando desde el mismísimo casting. Los elegidos, además, ya han estado en la casa sin saber tampoco que los estaban grabando y el concurso había empezado. El objetivo de esta fórmula, confesado por la misma Nawja, es pillarlos desprevenidos y conseguir una verdadera espontaneidad que sólo puede ser auténtica si ellos creen que las cámaras están apagadas.
En fin, ya veremos en qué acaba todo. En principio parece que ya tenemos fecha de estreno: el 21 de octubre.
En estos días confusos y
volátiles, que parece que estamos a las puertas del final de los tiempos y una tras
o otra suenan por todas partes las trompetas de los ángeles del Apocalipsis, me
da por echar la vista atrás para hacer un análisis precipitado y poco riguroso de
algunos aspectos de mi vida, todo muy superficial pero intenso y
paradójicamente tan fugaz que sólo se queda en un ejercicio de mera nostalgia que me
lleva siempre irremisiblemente a la adolescencia y primera juventud.
Un proceso en que suelo quedarme con lo esencial y huyo de complejidades buscando el sentimiento y la pura emoción olvidada en el desván de la memoria, la magia inconfundible de todas las primeras
veces para reconfortar el espíritu y recuperar mi natural optimismo en medio de
tanto desatino. Como formo parte de los primeros compases de la generación de los "baby boomers" de este país, la que aprendió a amar el cine desde muy niño sin entender
casi nada en aquellos televisores en blanco y negro de finales de los sesenta y
principios de los setenta del siglo pasado, siempre vuelvo a aquellas películas
que ya entonces eran antiguas y clásicas, repletas de decorados artificiosos y acartonados pero tan magníficos que rezumaban verdad, elegancia y se agarraban con ansia a nuestras primeras
emociones gracias a sus guiones redondos y antológicos diálogos.
Como el código de calificación por rombos de contenidos televisivos de la única TVE oficial que se podía ver en el país, y que se continuó usando hasta las postrimerías de la
dictadura, nos hurtaba a los chavales la posibilidad de ver algunas obras
maestras del cine clásico con la connivencia educativa de nuestros padres, sólo nos quedaban
las películas aptas para menores de 14 años entre las que siempre estaban,
gracias a Dios, los maravillosos musicales de Hollywood de los años treinta, cuarenta y
cincuenta.
La educación sentimental de
nuestra generación, magistralmente plasmada a través de Carlitos y sus colegas
en las primeras temporadas de la serie Cuéntame, modeló en nosotros una visión
del mundo que se forjó a caballo entre una España rancia que moría con el último aliento del dictador y otra ilusionante y
esperanzadora que nos lanzó en brazos de la Transición política a la democracia de aquellos primeros años, en especial entre 1975 y 1980. Los ochenta y los noventa ya fueron otra cosa y las
generaciones siguientes, entremezcladas con la nuestra, lidiaron con otros desafíos y oportunidades que
arrancaron para todos aquel veinte de noviembre de 1975 en que Arias Navarro anunció compungido que
Franco había muerto; un día que recuerdo en toda su textura y emotividad como si fuera ahora mismo.
Desde el punto personal sería muy
complejo explicar qué significó todo aquello en la persona que soy hoy en día, asomado
como todos con asombro a un mundo actual casi de ciencia ficción, metidos de lleno en
una pandemia global con el cambio climático desatado y amenazante, absorbidos por las redes y un mundo virtual compitiendo con el real, y con la
perplejidad de comprobar que no aprendemos nada y la historia se repite una y
otra vez al comprobar lo que está pasando en Afganistán estos días, por ejemplo, y tantas y tantas
cosas.
No me voy a poner a ello, por supuesto, no es el lugar ni tengo ganas de sesudas reflexiones, pero aquí, en este blog,
dedicado fundamentalmente a algo tan banal y fuera de lugar con la que está cayendo como el concurso de
televisión de Gran Hermano, necesito plasmar y compartir la sensación de paz y
maravilla, de emoción y ensoñación al recordar algunas de esas escenas, entre otras muchas, de los musicales que me encandilaron en su momento y hoy, quizás todavía más, consiguen recuperar mi ánimo y que siga contemplando la vida con una sonrisa. Algo que no tiene precio y
que sólo me ocurrió después de tanto tiempo hace cuatro años con el musical “La la land, la ciudad de las
estrellas”.
Cheek to cheek (mejilla contra mejilla), la escena del famoso baile de Fred Astaire y Ginger Rogers en la película "Sombrero de Copa" (1935) es el ejemplo perfecto de lo que digo; puede resultar melosa y almibarada, pero yo siempre la encuentro enérgica, glamurosa, elegante y sensual. Es magia pura, la magia intemporal del baile, tan necesaria en tiempos como éste. Al menos lo es para mí y supongo que también lo era para los contemporáneos de los años treinta, en este caso, que intentaban evadirse en las salas oscuras de los cines de la realidad cruel y difícil que vivían entonces y todavía más la que se avecinaba.
"Heaven, i'm in heaven" (Cielo, estoy en el cielo)
Forastero Marulo
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