1.- Lo único necesario para el triunfo del mal es que los hombres buenos no hagan nada (Edmund Burke)

2.- Hay un límite a partir del cual la tolerancia deja de ser virtud (Edmund Burke)

lunes, 26 de agosto de 2019

YO HE VISTO COSAS QUE VOSOTROS NO CREERÍAIS - 2019

    Estamos metidos de lleno en 2019, el mismo año en que transcurría Blade Runner, la famosa y mítica película de Ridley Scott, y recuerdo perfectamente la fascinación que me produjo cuando la vi por primera vez en 1982 con la sensación de que el año que ahora vivimos era todavía una fecha lejana a la que podría llegar para ver ese futuro. Fue en un cine de los antiguos, uno de aquellos templos laicos donde se vivía de verdad la experiencia arrebatada de sumergirse en una pantalla grande para disfrutar del séptimo arte sin ningún tipo de restricciones en comunión expectante con otros cientos de personas a los que te unía un hilo invisible de emoción compartida. Hablo por supuesto de lo que significaba ir al cine con mayúsculas, toda una religión que profesábamos la mayoría de las personas que ahora tenemos una cierta edad, con sus rituales imprescindibles, en una época sin móviles ni internet que restaran protagonismo al entretenimiento más popular del siglo XX. Sobre todo cuando las películas tenían calidad de sobra para entretener y alimentar nuestros sueños y además, como era el caso, para hacernos reflexionar a fondo sobre el sentido de la vida. Películas que exigían atención plena y te atrapaban agarrándose a la memoria para instalarse en la mente durante días o semanas, incapaces de sacarnos de la cabeza sus imágenes evocadoras, las tramas apasionantes de sus historias y los diálogos de unos personajes que acababas odiando, amando o venerando hasta la idolatría.

    Y esta película lo tenía todo. Hasta el punto que el cúmulo de emociones, de interrogantes y sentimientos que despertó en mí fueron determinantes para convertirla desde el primer momento en una de mis películas favoritas de siempre, y todavía hoy, treinta y siete años después y mucho cine a las espaldas, esta obra maestra de la ciencia la ficción, ahora de culto y tantas veces imitada, continúa en el podio dentro del top 10 de mis preferencias cinéfilas.

    Hace un par de años, en 2017, se estrenó Blade Runner 2049, una secuela dirigida por Denis Villeuneve que se publicitó a bombo y platillo con una estética rompedora y todos los efectos especiales disponibles del cine actual cuando el presupuesto es generoso y un director sabe utilizarlo de forma conveniente. Está protagonizada por Ryan Gosling, unos de los actores fetiche de este nuevo milenio, que interpreta a un nuevo policía cazador de replicantes en busca de un Deckard ya envejecido, el protagonista de la primera película e interpretado de nuevo por Harrison Ford. Creo que se trata de una obra notable y meritoria pero excesivamente larga y lenta (dura unos 160 minutos) que en cualquier caso no está a la altura de la original. Aunque tiene momentos brillantes carece de la magia y ese halo cautivador que maravilla a los espectadores y, en último término, marca la diferencia entre una buena película técnicamente sobresaliente y una obra maestra rompedora y mítica como el Blade Runner de Ridley Scott de 1982.

    Supongo que la mayoría conoce más o menos de qué va el argumento de esta historia futurista y distópica basada libremente en una novela corta de Philip S. Dick - ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? –; una obra menor del prolífico escritor de ciencia ficción que se hizo famosa a posteriori aumentando las ventas de su libro gracias al éxito de una película, convertida en una obra de culto para cinéfilos. Los hechos transcurren en el año 2019, nuestro año actual, un futuro relativamente cercano para el momento en que se estrenó, y teniendo en cuenta los años que tenía yo por entonces ese fue otro de los factores que también cautivó mi atención pensando que si la vida me respetaba tendría la oportunidad de comprobar personalmente, a una edad relativamente decente, si ese futuro inquietante y complejo que vaticinaba la película se cumpliría totalmente o en parte convirtiéndose en cruda realidad. 

     Pero ése es otro debate, el de la capacidad que tienen las obras de ciencia ficción, tanto en el cine como en la literatura, de hacernos reflexionar por medio de la anticipación y la especulación inteligente sobre nuestro futuro más o menos inmediato y la influencia que ejerce la humanidad con sus aciertos y errores en el devenir del mundo y la historia de nuestra especie. En cualquier caso, si se logra una reacción y un impacto de ese calibre en los espectadores, y lo hace además como dije de una forma entretenida, artística y eficaz gracias a la calidad cinematográfica que atesora una película como ésta podemos disfrutar de una verdadera obra de arte.
    Los que conocen y recuerdan el argumento saben que muchas de las predicciones y situaciones que suceden y se desarrollan en la misma no se están cumpliendo en la actualidad, pero a su manera, este mundo que nos toca vivir se parece bastante al de Blade Runner en lo que se refiere al tono de desesperanza, de angustia y desazón que retrata y dibuja con su envoltorio estético a lo largo del metraje. En muchos aspectos nuestra realidad presente es incluso peor teniendo en cuenta los derroteros y los desafíos a los que nos enfrentamos a nivel mundial con unas perspectivas poco halagüeñas que se adivinan a la vuelta de la esquina. Respecto al tema de los robots y los replicantes, con el avance espectacular de la robótica ya se ha instalado actualmente en el debate social la reflexión filosófica y moral de cómo será nuestra relación con esos seres creados por nosotros si llegan a alcanzar la inteligencia que se les presupone y qué podría ocurrir si toman conciencia de sí mismos con las consecuencias y peligros que este hecho tendría en la evolución de la humanidad.

     Ya en su momento, en los años cincuenta del siglo pasado, Isaac Asimov, uno de los padres de la ciencia ficción, en sus famosas novelas de robots, estableció las tres leyes básicas de la robótica para regular la relación de estos posibles “seres” artificiales con los humanos en un mundo futuro anticipando las múltiples y novedosas problemáticas que podrían surgir por esta interacción tan estrecha en todos los sentidos. Aunque antes de 1982 ya se había abordado esta temática en el cine con más o menos fortuna, después del estreno de Blade Runner y del hito cinematográfico que supuso se han multiplicado las películas sobre este controvertido tema abordando y dramatizando la posibilidad de esta convivencia con todas sus complejidades y controversias. Una realidad que está ahí a la vuelta de la esquina en un futuro más o menos inmediato e inquietante. Aparte de unas cuantas películas notables, últimamente han sido sobre todo las series, creo, las que se han adentrado en el mundo de los robots idénticos a nosotros para satisfacer todas nuestras necesidades. Algunas como Westworld o Humans, esta última tanto en su versión original sueca como en la copia americana, pero fundamentalmente la primera, abordan el asunto con calidad y en profundidad.

    Volviendo a la película, la trama, un thriller futurista que resultaba original, impactante y novedoso por aquel entonces, lograba mantener el suspense y la tensión hasta el desenlace. A Rick Deckard, el protagonista, un policía especializado en cazar y desactivar “replicantes” rebeldes, unos robots tan perfectos y avanzados que presentan unas cualidades y apariencia externa idéntica a los humanos, le asignan la misión de localizar y neutralizar un grupo de ellos que se habían fugado en rebeldía abandonando las misiones que tenían encomendadas con la intención de buscar a su creador para lograr la libertad y escapar al triste destino que les esperaba. Todos están diseñados internamente para vivir solamente cuatro años, un periodo de obsolescencia programada que habían establecido como medida cautelar y de seguridad los ingenieros humanos de la corporación Tirell que los había creado.  Después de cumplir su misión de eliminarlos, totalmente transformado por la experiencia, la película termina con Deckard huyendo con Rachel, una replicante de última generación de la que se había enamorado, y dejándonos con la duda de si el mismo era o no un replicante. 

    Al parecer el final relativamente esperanzador y feliz de la versión de 1982, con los dos huyendo en un vehículo volador hacia un lugar luminoso y azul, en contraste con el tono gris, oscuro, lluvioso y artificial omnipresente durante toda la película, no era el que deseaba el director, que tuvo que ceder ante la presión de la productora. Unos años más tarde Ridley Scott sacó una versión actualizada (la del director) donde suprime la escena del avión y el filme acaba con la pareja saliendo del edificio de la corporación en el ascensor. También da a entender en alguna escena añadida, la del sueño del unicornio, que el policía es también un replicante y que los dos huyen sabiendo que su triste destino está escrito y programado. Hay un tercer final pero debo decir que soy un nostálgico empedernido y me quedo con el primero, el original, donde Deckard (Harrison Ford) es un policía humano que se enamora de Rachel (Sean Young), una replicante perfecta que aparentemente es la única de su serie sin fecha de caducidad. Blade Runner es muchas cosas, sobre todo un thriller de ciencia ficción imaginativo y redondo, pero también es una película romántica que desde mi punto de vista sólo adquiere sentido pleno si la relación amorosa que plantea se establece entre un humano y una robot.
     En cualquier caso la historia resulta cautivadora, con unas imágenes tan sugerentes e icónicas que forman parte del cine con mayúsculas marcando un estilo nuevo que se copió posteriormente hasta la saciedad; una obra con influencia determinante en la historia del cine posterior. Además, desde los primeros compases, la música envolvente de Vangelis acompañando el discurrir del vuelo de los coches entre rascacielos con pantallas gigantes mostrando caras en primeros planos de anuncios publicitarios y las luces artificiales iluminando una ciudad de los Ángeles oscura, contaminada y superpoblada se pegan a la retina para no abandonarte jamás y logran introducirte de lleno en un futuro, que sería el nuestro de ahora mismo, como escenario imprescindible para presentar los personajes y explicar exactamente dónde estamos y el tipo de mundo en descomposición nos esperaba a la vuelta de la esquina.

    Blade Runner presenta una distopía donde van a interaccionar hasta confundirse y entremezclarse las personas y los replicantes con el objetivo de indagar y reflexionar sobre la naturaleza de lo que nos hace verdaderamente humanos. Una película de ciencia ficción que nos mira directamente a los ojos para interrogarnos sobre nuestras propias emociones, desnudando el cinismo y las contradicciones que disimulamos detrás de nuestras imposturas cuando no conseguimos reconocernos en esa imagen que nos devuelve el sorprendente espejo que supone la existencia de unos seres artificiales, tan semejantes a nosotros, creados para nuestro servicio y disfrute en todos los sentidos. Unos robots que al final muestran en sus acciones más humanidad que nosotros mismos, ejerciendo libremente una serie virtudes que los humanos hemos olvidado o enterrado como la solidaridad, la valentía, la generosidad, el compromiso…   Detrás de ese revoltijo de cables y chips germinan y evolucionan las emociones, florece la necesidad tan humana de la transcendencia.  Una inteligencia social y creadora que se pregunta, que sufre y que en definitiva insufla el alma a la existencia con ese anhelo tan imperioso y humano de vivir y de ser. Y sobre todo el deseo de alcanzar la libertad por encima de todo y a cualquier precio.

    Como paradigma y resumen sobresale la maravillosa escena en que Roy Batty, el implacable líder del grupo de replicantes rebeldes interpretado magistralmente por el actor Rutger Hauer, derrota a Deckard después de una lucha despiadada. Cuando lo tiene totalmente a su merced, en un momento de piedad que se supone impropio de la naturaleza asesina de un nexus 6 de última generación programado para el combate y para matar, el replicante perdona la vida sorprendentemente al policía que ha intentado “retirarlo” después de haber eliminado previamente uno a uno al resto de sus compañeros. Roy, consciente de que su vida se apaga en esos momentos porque ha cumplido su fecha de caducidad y con el deseo de seguir existiendo en el recuerdo del último ser humano que lo verá con vida, pronuncia uno de los monólogos más famosos y logrados de la historia del cine ante el asombro y estupefacción de un Deckard rendido y entregado. Al parecer fue el propio actor quien convenció a Ridley Scott para introducir en la escena el emblemático monólogo “como lágrimas en la lluvia” que se convertiría en el momento culmen de esta película de culto.

"Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir" 

   El actor Rutger Hauer falleció el pasado mes de julio en su Holanda natal a la edad de 75 años y aunque ha interpretado numerosos papeles en el cine tanto de protagonista como de secundario de lujo, algunos con mucho éxito, siempre será recordado por el papel del replicante Roy Batty y en concreto por esta escena. Siempre he creído que las coincidencias del destino y de la vida no son simples casualidades y que obedecen de alguna manera a una trama invisible que nos conecta a todos tejiendo sus redes de forma inesperada y enigmática. Tal vez será porque soy gallego y lo de las meigas lo llevo en los genes, por eso me parece tan mágico y poético, dentro de la desgracia que supone su pérdida, que el actor en la vida real y su personaje de ficción más emblemático muriesen en el mismo año: 2019.

¡Descansen en paz!

Forastero marulo

sábado, 6 de abril de 2019

ALBERTO CORTEZ, IN MEMORIAM

   
    Recuerdo que Alberto Cortez era uno de los artistas sudamericanos que salían de vez en cuando en aquella tele en blanco y negro de mi niñez, el mismo color de un país expectante que en las postrimerías del franquismo presentaba un paisaje monocorde que iba ganando poco a poco colorido mientras se desmoronaba la dictadura al compás del deterioro físico y la agonía del caudillo. Un proceso fascinante y decisivo para los que tuvimos la suerte, en plena adolescencia, de vivir a finales de los años setenta del siglo pasado en primera línea y en directo la explosión que supuso la transición democrática en nuestras vidas y en la vida de todo un país que cambió para siempre. Una época donde sólo había como entretenimiento y como testigo de aquellos cambios tan vertiginosos una cadena de televisión, la uno, que veíamos obligatoriamente todos y que tenía, por tanto, audiencias millonarias

     Aunque se convirtió en un cantautor de prestigio que componía muchas de sus canciones y escribía sus propias letras, Alberto Cortez no era un cantante de los más populares, y otros intérpretes del otro lado del Atlántico tenían más fama y contaban con más presencia y eran más conocidos. Bueno, a lo mejor no era así pero a mí me lo parecía.  Lo que realmente me gustaba de él era su faceta de poeta, su voz timbrada, melódica y pausada con ese acento argentino que tanto me recordaba al de algunos familiares de mis padres y mis abuelos, emigrantes en Argentina y Uruguay, cuando volvían de vez en cuando de vacaciones o de visita a la madre patria.

    Pero lo que jamás podré olvidar era la emoción que embargaba a mis padres y sobre todo a mis abuelos cada vez que escuchaban su canción “El Abuelo”. Una emoción tan intensa e íntima que inundaba sus ojos de lágrimas y les costaba un mundo disimularlas por mucho que lo intentasen apelando a la discreción y al pudor que les producía mostrar sus emociones en canal.  El tema, que escribió y compuso Cortez para la cantante venezolana Mirla Castellanos, era un homenaje a su abuelo gallego emigrante en Argentina; y también lo es para la mayoría de nosotros, los gallegos, un pueblo de emigrantes donde los haya, sobre todo para las generaciones de nuestros mayores. Una canción especial que nos tocaba y todavía nos toca la fibra más sensible cada vez que la escuchamos.
      Alberto Cortez murió el jueves pasado 4 de abril en Madrid, ciudad en la que residía hace muchos años. Allá donde ahora se encuentre, descanse en paz.

Forastero marulo