1.- Lo único necesario para el triunfo del mal es que los hombres buenos no hagan nada (Edmund Burke)

2.- Hay un límite a partir del cual la tolerancia deja de ser virtud (Edmund Burke)

viernes, 29 de diciembre de 2017

EN CASO DE DUDA CUENTA LA VERDAD

    Después de tantos meses sin publicar nada, desconectado totalmente de GH 18 y de todo lo que rodea al programa desde que hace un año en diciembre acabó GH 17, últimamente me ha dado por releer sin orden ni concierto algunas de las cosas que había escrito en el blog sobre ediciones anteriores a lo largo de estos años, y como si de una revelación sorprendente se tratase me he dado cuenta de lo mucho que he ido dejando sobre mí tanto en cada entrada, cuando intentaba analizar el concurso, como en los comentarios y opiniones a la hora de debatir y analizar los pormenores del mismo con todas las personas que han participado amablemente en este rincón durante este tiempo aportando su grano de arena, y en muchos casos con aportaciones fundamentales para que yo siguiese aquí, con esta casa abierta, embarcado en esta especie de locura transitoria que dura ya más de ocho años.   Toda una vida que ha pasado tan rápidamente que si me hubiesen dicho allá por 2008, cuando empezó GH 10 y entré por primera vez en el universo virtual del concurso a través del Gato Encerrado, que ahora mismo estaría aquí jamás lo habría creído.

    Estas reflexiones vienen a cuento justamente ahora, después de un año “in albis” en que he decidido no implicarme en esta edición que acaba de terminar por razones que expliqué en la última y precipitada entrada que publiqué en septiembre.  Tal vez por este vacío y distanciamiento absoluto del programa durante estos meses y tras ese vistazo un tanto circunstancial hacia atrás al releer de forma aleatoria lo que decía en algunos momentos a lo largo de estos años en el blog, me he percatado de que he ido dejando por todos los rincones de esta casa multitud de retazos sobre mí, la mayoría de las veces de forma inconsciente, como un rastro inconfundible reflejado en unas huellas que delatan por supuesto mi pensamiento y opinión sobre el concurso en cada momento, pero que sobre todo porque retratan mi forma de ser, mis vicios y virtudes.  En definitiva, un daguerrotipo de lo que soy revelado a través de un puzzle, caótico y coherente a la vez, con piezas diseminadas en cada esquina y en cada rincón de estas crónicas mundanas y compartidas, que explican quién soy de verdad mucho mejor que si un día me diese la ventolera y me pusiera a contar mi vida, mis sueños y mis deseos con pelos y señales a viva voz. Dios no quiera que traspase jamás esa línea roja.  Sólo puedo decir que tantos años después todo lo escrito es fruto fundamental de mi cosecha, sincera y particular, y en muy escasas ocasiones dejé de dar mi opinión completa sobre lo que creía del concurso. Estoy acostumbrado a ir a contracorriente, y si alguna vez no dije todo lo que pensaba, o callé sin más, no fue tanto por sentirme condicionado o juzgado sino por simple y pura prudencia, o por no dañar a terceras personas. Algo de lo que no me arrepiento.

    Como de ingenuo me queda poco o nada a mis años sé que opinar sobre GH, y más creando una plataforma como ésta, siempre trae algún tipo de consecuencias, algunas positivas y bastantes negativas. Aún así no deja de sorprenderme la confirmación de que  al final, como en el cuento de Pulgarcito, he ido dejando a lo largo del camino migas de pan o piedrecitas, según la versión del cuento, para llegar hasta el espíritu que siempre quise que empapase estas crónicas. O quizás ahora acabo de descubrir que en realidad son marcas que he ido dejando simplemente para reencontrarme a mí mismo llegado el momento oportuno para no perderme de forma definitiva. Como cuando se vuelve a las páginas de un viejo diario olvidado en algún rincón del desván o se releen antiguas cartas de amistad o amor y se tiene la singular sensación de que esa persona que aparece reflejada debajo de todas esas palabras escritas con emoción y entrega se corresponden con uno mismo pero sin reconocerla del todo, como si se tratase de un extraño que anida dentro de ti y al que observas con curiosidad desde fuera. Cuando veo esta casa marula totalmente ordenada y con cada cosa en su sitio, como me dijo una vez creo que Maltissa, y siempre con la obsesión de que este espacio no se convirtiese en un escenario caótico de batallas y guerras estériles o gratuitas que tan mal me lo habían hecho pasar en otros lugares de debate sobre GH por donde había pasado antes, acabo por comprenderlo todo.

    Una de las cosas que he aprendido desde el principio comentando el concurso de GH y, aún en mayor medida, también desde este reducto personal e íntimo de libertad, con acceso libre y abierto siempre sin restricciones pero sujeto a unas reglas básicas no escritas para que no se contaminase ni desvirtuase más allá de lo mínimo imposible de controlar, es la confirmación de que del mismo modo que ocurre en la vida real digas lo que digas y escribas lo que escribas siempre habrá alguien que malinterprete tus palabras, o lo que es peor, que siempre habrá personas dispuestas a hacer una lectura interesada y sesgada de tus comentarios y opiniones. Unas veces con razón, porque dan en el clavo y a lo mejor he dejado translucir algo distinto a lo que quería decir y me ha traicionado el subconsciente sin darme cuenta, y otras muchas porque simplemente no se comparte lo que uno opina, y en vez de argumentar desde una posición contrapuesta lo único que se busca es desacreditar tu punto de vista sin más. Pero bueno, el juego es así, y es lo que tiene mojarse. Hay que asumirlo.

    Otro tema que uno aprende en este camino virtual, también como en la vida real, es la necesidad de cuidar el tono, porque la mayoría de las veces causamos daño y herimos a los demás, o por el contrario en positivo, logramos convencer y/o seducir, tanto o más por el tono del cómo decimos las cosas que por el mensaje en sí mismo de lo que queremos decir. Sé que el mundo virtual es terreno abonado para el desahogo abrupto y la palabra gruesa, y cuanta más basura y escándalo se monte mejor para según qué cosas, y alrededor de Gran Hermano y sus intereses eso es una virtud para muchos, pero lo que me cuesta de verdad admitir es que aquellos que seguimos el programa participemos también de la escalada salvaje e incontinente, sin filtros, desde nuestra posición de seguidores entusiastas. Creo firmemente que la relativa impunidad que nos otorga el anonimato que disfrutamos detrás de un nick virtual no puede convertirse en un “todo vale” con carta blanca para liberar nuestros demonios y frustraciones sin ningún tipo de autocontrol. Eso no significa que debamos conducirnos en plan hermanitas de la caridad pero sí creo que todo esto debería atenerse a unas reglas básicas aunque no estén escritas en parte alguna ni haya nadie en concreto que nos impida saltarnos las convenciones mínimas de educación que solemos respetar en nuestra vida en general.
    En cualquier caso, una vez involucrados en el lío si metemos la pata o nos pasamos de frenada, porque nadie es perfecto y seguir un reality de este calibre nos vuelve con frecuencia apasionados y vehementes hasta límites insospechados, lo mejor siempre es pedir disculpas o reconocer el error si ése es el caso. Y cuando surjan las dudas lo más inteligente es ser sincero y decir la verdad, haciendo caso a la frase aquella de Mark Twain que me sirve de título para la entrada: “En caso de duda cuenta la verdad”. Eso no quita que considere sobrevalorada la sinceridad entendida así, a lo loco, y no estoy de acuerdo en que haya que ser sincero en todo momento, como esos concursantes que presumen de que no son falsos porque dicen todo a la cara y entiendan esta virtud como la facultad de decir todo lo que les pasa por la cabeza, sin filtros. Algo que me parece una majadería.   Si todos dijésemos siempre lo que pensamos a todas horas la convivencia sería imposible en cualquier ámbito de nuestras vidas. El verdadero problema es que creemos a menudo que la verdad coincide con aquello que pensamos, confundiendo la verdad subjetiva con la objetiva.  Lo importante es reconocer cuándo es necesario ser sincero y decir la verdad, aunque sea nuestra verdad, y tan importante o más es saber el “cómo”, porque decir la verdad puede convertirse en la tarea más complicada y difícil de todas con una serie de costes que no todo el mundo está dispuesto a asumir. Por eso la gente miente tanto, y la verdad con mayúsculas suele ser “rara avis” en la vida de todos. Y lo más complicado todavía, un triple salto mortal sin red, es decirnos la verdad a nosotros mismos, que acostumbramos a autoengañarnos mucho más de lo que engañamos a los demás. A veces tengo la sensación de que llevo engañándome durante los últimos ocho o nueve años con este blog, y que a lo mejor algunas de las cosas que determinadas personas me dijeron en su momento tenían su parte de verdad.

     Estar pendiente de este concurso significa comprender que Gran Hermano no es más que un castillo inmenso construido de mentiras y falsedades, o de verdades a medias, que esconde una única verdad: La convivencia de una serie de personas anónimas que discurre a la vista de todo el mundo. Y con dinero por medio. Un grupo anónimo de concursantes que desnudan sus glorias y miserias para nosotros, los espectadores, a cambio de un mísero plato de lentejas. Un reality repleto de intereses espurios y comerciales a los que servir e incapaz de subsistir sin plegarse a ellos. Lo fundamental sería encontrar el equilibrio dentro de unas reglas que conjugasen los intereses necesarios del negocio con aquello tan manido y sobado del espíritu de GH perdido que alumbró la fórmula del éxito de un producto televisivo que debe evolucionar, por supuesto, pero sin degradarse ni convertirse en una caricatura triste y corrompida de lo que fue.  Entiendo que en la vida esto suele ocurrir, que las cosas son así, que todo degenera y hay que aceptarlo pero al menos para mí, si continuase el concurso en ediciones posteriores me gustaría tener la oportunidad de seguir descubriendo y disfrutar de esas perlas de autenticidad que siempre relucen y emergen por encima de las toneladas de basura que inunda el programa. Esos momentos impagables que lograron engancharme al concurso, y que me gustaría recuperar para hacer borrón y cuenta nueva, y recuperar la ilusión perdida de seguir dejando migas en el camino.

    Muchas veces me he preguntado y reflexionado sobre si nuestra conducta es mejor o peor que la de ellos, los concursantes, que mantenemos y avivamos el programa observando, comentando y destripando sus vidas en la casa desde la comodidad ficticia que nos otorga el privilegio de contemplar desde la grada anónima este circo en el que nos abren sus vidas en canal.  Asusta pensar que desde las redes se pueda destruir en pocos minutos, con un paso en falso o con una frase desafortunada desde un blog o un twit la reputación que lleva tantos años construir. Resulta descorazonador comprobar lo fácil que es demoler algo y lo difícil que es volver a construirlo. En cualquier caso, a punto de acabar este año totalmente de vacío sobre el concurso en esta casa, me gustaría aprovechar para pedir disculpas a todas las personas que haya podido ofender o molestar alguna vez.

    No he sido muy consciente, pero tengo la impresión de que todo lo que estoy escribiendo destila desilusión por los cuatro costados.  Me hubiese gustado que en vez de esta indiferencia terrible me saliese esa rabia y ese enfado marulo que me provocaba el concurso a veces cuando veía que descarrilaba e iba camino del abismo, porque ese sentimiento lo controlo mejor, me espabila y sé que después de la tormenta y de desahogarme vendría la calma y volvería a disfrutar y a centrarme como siempre en la vida de los habitantes de Guadalix cuando vuelvan, si es que vuelven que esa es otra.  Ahora lo único que sé es que todo me suena a un epílogo preñado de desencanto, y estoy contando la verdad.



Forastero marulo