1.- Lo único necesario para el triunfo del mal es que los hombres buenos no hagan nada (Edmund Burke)

2.- Hay un límite a partir del cual la tolerancia deja de ser virtud (Edmund Burke)

martes, 6 de mayo de 2014

SUBLIME OBSESIÓN - MISERY


ACTO PRIMERO: Encuentro en la playa

    Llevaban un par de horas discutiendo en un extremo de aquella recóndita cala, y por momentos la voz del hombre llegaba nítida y potente al lado contrario del arenal recorriendo de inmediato sus escasos doscientos metros de extensión como el chasquido de un látigo al restallar en la arena del circo para mantener las fieras a raya.  Eran aproximadamente las siete de la tarde y su acalorada disputa, con los múltiples reproches que se dedicaban entre ellos, eran aún más evidentes para los bañistas que todavía remoloneaban tumbados en sus toallas aprovechando los últimos rayos de sol. La pequeña playa estaba orientada al este, encajonada entre dos laderas altas y escarpadas, y se quedaba sin luz solar una hora antes que en otros lugares de la zona.

    Mientras observaba discreta, pero sin perder detalle, el espectáculo que estaba montando la pareja, ella no se movió prácticamente de su lugar. Durante casi toda la tarde permaneció bajo la sombra protectora de un pino bajo y retorcido, agazapada detrás de su pamela fucsia y unas enormes gafas de sol, tan ricamente sentada en su vieja e inseparable silla playera de rayas azules y blancas, haciendo que leía alguna de las revistas de cotilleo que siempre llevaba consigo. Sólo de vez en cuando se levantaba con lentitud calculada, y marcando los pasos en una especie de extraña danza compuesta de movimientos pausados y precisos, como de puntillas, se acercaba a la orilla en dirección oblicua a la línea del agua de modo que siempre acababa a escasos metros de la pareja, casi en la esquina de la cala, y allí se demoraba jugando a refrescarse los pies hasta las pantorrillas. Al salir del agua se tomaba su tiempo y simulaba rebuscar en la arena piedrecillas blancas, pequeñas conchas o caracolillos diminutos como quien no quiere la cosa.  Todo para no perder ripio desde una distancia privilegiada para observarlo.

    Desde esa posición cercana pudo apreciar con más claridad los estragos que el tiempo había causado en él. Había envejecido fatal y lo encontró canoso, arrugado y pudo comprobar también con detalle la variedad de gestos de contrariedad y enfado que usaba sin control en la bronca agria que mantenía con su acompañante, sin reparar ninguno de los dos en los espectadores y testigos de su trifulca en tan idílico lugar.
    Era el de siempre. En esto último no había cambiado a pesar del tiempo transcurrido, seguía discutiendo y gesticulando con los mismos tics, con las mismas frases lapidarias y burlescas que ya le encantaba utilizar durante aquella edición de Gran Hermano que había ganado y que tanto entusiasmaban a sus sus fieles seguidores, a ella la primera, pero que ahora, por el contrario, le resultaban francamente desagradables. Un desencanto que se fue fraguando y acrecentando tras sufrir sus intervenciones posteriores como comentarista en diversos debates televisivos sobre ediciones posteriores del programa.

    Rememoró la decepción profunda que había sentido al descubrir la verdadera persona que se escondía detrás del personaje televisivo que había idealizado de forma tan exagerada en un momento complicado de su vida. Una frustración que le hizo recordar a su última pareja, de la que se había separado hacía ya algunos años. Una reflexión dolorosa sobre la fragilidad de los sentimientos y su transformación con el paso del tiempo, intentando digerir y comprender como del amor al odio, o de la admiración al desprecio, puede haber un sólo paso.

    Cuando comenzaba a anochecer y ya sólo quedaban en la cala ella y la pareja, la discusión subió de tono entre ellos, y todo estalló como un barril de pólvora que se fue llenando de explosivo y metralla poco a poco. Él le recriminó su actitud con una frase archi conocida que tanto había utilizado en Gran Hermano para descalificar a los demás: "¡Lo que te pasa es que no tienes luz propia!" Le dijo. Ella como respuesta, indignada y dolida por lo que le acababa oír, lo llamó gilipollas integral y lo mandó a la mierda.  Él reaccionó contestando con otra perla de su cosecha - ¡Fuchi, fuchi! - le dijo acompañando la exclamación con el gesto ofensivo de afeitarse la barba hacia afuera a la altura del mentón.   La mujer no contestó, recogió todas sus cosas, las metió en su bolsa playera y se largó sin más.  Amelia la vio pasar a su lado, desencajada y furiosa, mientras él seguía vociferando improperios sentado en su toalla azul con tres grandes timones blancos.  Poco después oyó arrancar el motor de un coche y como éste derrapaba para salir zumbando a toda velocidad del aparcamiento que estaba justo detrás de la cala. El vehículo rugía mientras se alejaba subiendo el estrecho camino de tierra batida que unía el pequeño aparcamiento con la carretera local por la que se llegaba hasta allí, unos cien metros más arriba.

    A continuación la playa se quedó en silencio y sólo se oía el rítmico batir de las olas acariciando la orilla con suavidad. Él se quedó en el mismo lugar, cabizbajo y abrazado a sus rodillas. Estaba sollozando.  Amelia se levantó para ponerse su bata de playa y mientras recogía todas sus pertenencias no le sacaba ojo de encima. No quedaba nadie más en el arenal, estaban allí solos los dos a varios kilómetros del pueblo más cercano y la noche se les echaba encima. Él sólo tenía puesto el bañador, unas chanclas negras y un polo blanco inmaculado.  Ella sabía que la cala en esa época del año solía quedar solitaria toda la noche salvo algunas parejas que de vez en cuando, horas más tarde, utilizaban el aparcamiento para hacer el amor dentro de sus coches. Si su acompañante no se arrepentía y no regresaba a buscarlo sólo la tenía a ella para salir de allí. No podía creérselo, era la oportunidad de su vida, la ocasión de ajustar cuentas al jodido pirata, el concursante de GH que antes de decepcionarla había sido su ídolo. Ella que lo había dado todo por su victoria: su entusiasmo, su tiempo y su dinero durante aquellos meses que duró el concurso.

ACTO SEGUNDO: El rescate

    Preparada ya para volver a casa en su viejo wolkswagen "escarabajo" decidió antes acercarse a él.
- Oye disculpa, ¿Necesitas algo?. No quisiera parecer entrometida, pero sin querer acabo de asistir como espectadora involuntaria a la discusión que has tenido con la chica que acaba de irse y ya no queda nadie en la playa; puedo acercarte hasta mi casa que está a pocos kilómetros de aquí, dejarte lo que necesites, algo ropa por ejemplo y desde allí puedes llamar por teléfono.

     Él levantó la vista perplejo, y después de comprobar en una rápida visual que era verdad lo que decía la amable desconocida y que además empezaba a anochecer, decidió contestarle a pesar de que no quería hablar con nadie en aquellos momentos.
- Gracias por el ofrecimiento, no quisiera molestar, pero si me prestas un momento tu teléfono móvil llamo a alguien, a un taxi por ejemplo para que vengan a recogerme.
- Lo siento, ya te lo hubiese ofrecido pero aquí es muy difícil pillar cobertura y estoy prácticamente sin batería.  Además la vivienda más cercana está a unos cinco kilómetros de distancia, y con esas chanclas que llevas, sin ropa y de noche no creo que sea lo más recomendable regresar andando. Permíteme que te ayude, no es ninguna molestia para mí.

    A él no le quedó otra opción que aceptar la ayuda de la mujer. Su cara le sonaba vagamente familiar y recordó que coincidieron los dos en el agua en uno de los chapuzones que se dio a lo largo de la tarde. Ella le sonrió como si ya se conociesen; tal vez lo reconoció de verlo por la tele, lo mismo que le pasaba todavía con cierta frecuencia allí por donde iba. Después de que su compañera se llevase todas sus pertenencias, tanto las que tenía guardadas en el maletero del coche como las que iban en el bolsa de playa que ella se llevó, teléfono móvil incluido, su situación resultaba bastante ridícula y comprometida.  Habían pasado ya más de veinte minutos desde que se largó y no había regresado; conociendo como se las gastaba y lo cabezota que era estaba convencido de que no volvería.  Así que al final se dejó ayudar, aunque en el último momento una pequeña sombra de duda cruzó su pensamiento al ver la sonrisilla satisfecha y mal disimulada que mostraba su rescatadora; parecía disfrutar de veras con su papel dentro del rocambolesco incidente que él estaba protagonizando. No quería pensarlo demasiado pero su intuición le decía que seguramente había estado espiando toda su bronca con la desgraciada que acababa de dejarlo tirado como una colilla en esa playa perdida de la mano de Dios.  Ya me las pagará - Pensó.
 
    El recorrido en automóvil hasta la casa resultó corto, poco más de tres kilómetros. Los dos fueron en silencio todo el tiempo, sólo intercambiaron algunos monosílabos y de vez en cuando se miraban y sonreían un tanto incómodos y cohibidos. En el reproductor de mp3 de la radio sonaban temas de Coldplay.   La música del grupo británico, sobre todo cuando sonó Yellow, le daba un tono solemne y trascendente a un día tan intenso emocionalmente para él, una melodía que invitaba a permanecer en silencio. Sus recelos habían desaparecido por completo y pensó que dentro de lo malo había sido una suerte encontrarse con la ayuda de esa mujer al comprobar que el cielo amenazante se estaba encapotando y oscureciendo a una velocidad de vértigo.  En mitad del trayecto el cielo retumbaba ya atronador y un abundante aparato eléctrico rasgaba el horizonte. Cuando llegaron al chalet de una sola planta, al que se accedía unos doscientos metros después de un desvío a la derecha, la tormenta descargó inmisericorde con un chaparrón espectacular y repentino. - ¡Nos hemos librado por los pelos!-  Exclamó ella tras un suspiro profundo de alivio por estar ya en casa.

    Tras cruzar el portal exterior entraron en un pequeño garaje de una sola plaza adosado a un lateral de la casa. Desde el interior accedieron al domicilio a través de un office y ella le pidió que se sentase en el sofá del salón contiguo mientras preparaba algo caliente para tomar y le buscaba algo de ropa. En apenas diez minutos regresó con un chandal gris claro y le pidió que se lo probase mientra iba a la cocina a preparar una infusión. Cuando volvió con la bandeja y mientras le servía una taza de té comprobó divertida que los pantalones le quedaban demasiado anchos en la cintura pero ridículamente cortos de pierna, por encima de los tobillos, casi al inicio de la pantorrilla.  La chaqueta también le quedaba holgada y algo corta; con el conjunto puesto al completo tenía un aspecto desvalido y bastante patético.

- Lo siento - se disculpó ella - pero es que mi difunto marido no era lo que se dice precisamente alto -
   Amelia pensó que hacerse pasar por viuda, en vez de separada, facilitaría los planes que había pensado para él desde que se enteró que llevaba unos tres días por el parque natural y bajando todas las tardes a su cala predilecta. Un golpe de suerte inesperado le había puesto la ocasión en bandeja y no quería que ningún detalle por pequeño que fuese le estropease el objetivo.
- No pasa nada, ya bastante haces, además yo tampoco soy precisamente bajo - Los dos rieron al unísono por lo grotesco del trance.
- Por favor, tómate el té antes de que enfríe, te sentará bien. Mientras tanto voy a cambiarme esta ropa de playa y me pongo algo más decente. Vuelvo enseguida y te traigo el teléfono inalámbrico de la habitación; espero que con la tormenta no se haya estropeado.
    Mientras ella se alejaba le echó azucarillo y medio al té, y después de revolver el líquido humeante con la cucharilla durante unos segundos agarró la taza caliente entre las manos y lo bebió a sorbos breves pero intensos, como a él le gustaba.  Unos minutos después, cuando se había bebido ya casi toda la taza, sintió un cansancio tremendo, se recostó en el sofá y bostezó largamente. Los párpados parecían pesar toneladas y se le cerraban. El día había sido muy duro, movido y se dejó llevar por esa modorra implacable que se apoderó de su voluntad.

ACTO TERCERO: Sublime obsesión - Misery

   Cuando se despertó le dolía todo el cuerpo, hasta el último recoveco de sus músculos y articulaciones. La cabeza además parecía a punto de reventar, como en una de esas mañanas con resaca salvaje después de una noche loca de excesos.  Inmediatamente se percató de la situación; no podía moverse y si lo intentaba sus muñecas y tobillos sufrían un tirón brutal, casi un desgarro doloroso: Comprendió horrorizado que lo habían atado de pies y manos a una cama. Desconcertado y confuso abrió los ojos lentamente, con miedo a encontrarse cautivo de una alucinación fuera de control, pero sólo percibió una luz tenue y débil que se colaba por la estrecha rendija de lo que debía ser la puerta del dormitorio en penumbra donde se encontraba.

    Una oleada de terror hizo que se estremeciera - ¡"Cagonlaputa", qué cojones de broma pesada es ésta! - Se dijo asustado y cabreado al mismo tiempo. Unos segundos después, tras comprobar la imposibilidad de desatarse comenzó a gritar y a blasfemar como un poseso. Estuvo así durante un cuarto de hora largo hasta que enronqueció y rompió a llorar como un niño. Nadie atendió sus gritos y en última instancia tampoco sus súplicas. Mientras gimoteaba y maldecía con impotencia, en una mezcla de rabia y dolor, al final acabó agotado y decidió tranquilizarse y quedarse quieto hasta que su respiración y pulsaciones enloquecidas bajaron de ritmo. - ¡Mierda tío, no pierdas los papeles. Necesitas pensar! -  Reflexionó intentando buscar sentido a semejante pesadilla y recordar cómo había llegado hasta allí. Entonces dedujo que la señora de la playa lo había drogado con algo que echó a la taza de té que le había preparado. En ese momento alguien abrió la puerta y encendió la luz blanquecina de una lámpara de pie situada en un rincón del cuarto.
   No podía creérselo.  Además de despertar amarrado a una cama desconocida, se encontró rodeado por una especie de maniquíes tamaño natural, de cartón, como esos que ponen a veces a la entrada de algunos establecimientos comerciales - supermercados o grandes almacenes - con la cara de algún personaje famoso para publicitar artículos de moda; unas figuras siempre sonrientes y algo hieráticas que miran fijamente a los clientes intentando convencerlos de lo maravilloso del producto que pretenden promocionar. En la habitación había varios dispuestos en semicírculo alrededor de la cama, colocados a una distancia exacta entre ellos. Para su sorpresa, mayúscula, alguien los había vestido y arreglado para la ocasión; llevaban la careta de algunos de los compañeros de Gran Hermano que convivieron con él en Guadalix de la Sierra durante aquella edición que ganó.  Inmediatamente se percató de un detalle que le puso la piel de gallina y le heló la sangre, aquellos monigotes que lo rodeaban y parecían vigilarlo de manera acusadora y siniestra representaban solamente a los que fueron sus contrincantes y enemigos en la casa, aquéllos que con sus votos durante muchas semanas lo nominaron sistemáticamente y que al final perdieron el pulso con él y acabaron expulsados por la audiencia uno después de otro. Todo aquello empezaba a acojonarlo de verdad y para rematar lo absurdo del asunto, en la pared de la derecha había un enorme cartel con la frase siguiente: "Somos los reventados, tú nos engañaste a todos, prepárate para pagar por tus pecados".

   La frase le resultó familiar y enseguida adivinó que era un parafraseo torpe y ridículo de aquélla otra famosa que pronunciaba Íñigo Montoya, el espadachín español que buscaba venganza por el asesinato de su padre, en la película "La princesa prometida". La chifladura que estaba viviendo comenzaba a sobrepasar todo límite inimaginable; y cuando pretendía gritar de nuevo, atenazado por la angustia, la mujer que lo había rescatado en la playa apareció en la habitación con un loro en el hombro y una mirada inquietante. Sin decir palabra se acercó y se sentó en el borde derecho de la cama sonriendo burlona mientras le daba al pajarraco unos granos de maíz tostado.
- Grrr ¡No tienes luz propia! ¡No tienes luz propia! - Repetía el ave que giraba y daba vueltas sobre sí mismo en el hombro de la mujer. Él abrió los ojos como platos y se preguntó confuso qué mierda de manicomio era aquél en el que se encontraba y quién era en realidad esa señora que ahora le parecía tan siniestra.

- Buenos días pirata. ¿ Has dormido bien?.
    Sin contestar a su pregunta, encolerizado mientras intentaba desatarse de nuevo sin éxito, bramó - ¡Qué cojones es esto! ¡Te exijo que me desates ahora mismo!  ¿Quién coño eres y qué quieres de mí?

- Ay perdona, querido, creía que ya me había presentado.  Soy Amelia, bueno para ti Meli. La que te rescató en la playa. ¿Recuerdas?. Pero tranquilízate por favor, será mejor para ti. No te pasará nada si sigues todas y cada una de mis instrucciones - No se parecía en absoluto a la señora afable y simpática que le ayudó cuando se quedó tirado en la cala abandonado por la cabrona de su novia sin móvil, sin dinero y sin ropa. Juraría que estaba ante otra persona totalmente diferente; su aspecto había cambiado, su peinado, sus ropas oscuras, y para rematar el cuadro tenía un puto loro en su hombro imitando expresiones que él había popularizado cuando ganó Gran Hermano. Su voz también era diferente, ahora sonaba cavernosa, profunda, y hablaba despacio remarcando cada sílaba como quién paladea de forma fingida, masticando exageradamente, los alimentos. Para rematar su discurso se dirigió al loro como pidiendo su aprobación: " ¿Verdad, Chiki?".

- ¡Puta pirada, suéltame inmediatamente! - Vociferó él perdiendo una vez más los nervios.
   Ante el exabrupto ella abrió los ojos como haciéndose la sorprendida y comentó arrastrando aún más las palabras - No has aprendido nada pirata, sigues siendo el mismo energúmeno de siempre. Necesitas un escarmiento - Y dirigiéndose de nuevo al loro, continuó, - Chiqui vamos a nominar al pirata. Esta noche habrá un único nominado y si nos pide perdón por tanto desprecio y tanto desaire tal vez mañana o pasado... -, Se detuvo un momento, poniéndose en postura de pensar apoyando el mentón en su puño derecho - ¡¡Lo expulsaremos!!. Eso Chiki lo expulsaremos... - Y estalló en carcajadas mientras el loro girando enloquecido en su hombro repetía como un mantra: - ¡grrr El pirata nominado! ¡grrr El pirata nominado! ¡grrr El pirata nominado!...
    Sin parar de reír ella se levantó de la cama y dando vueltas por la habitación llamó a cada maniquí por su nombre mientras les preguntaba, a uno detrás de otro, a quién pensaban nominar esa noche. Ella misma repitió la respuesta, hasta ocho veces, imitando de forma histriónica la voz de todos ellos - ¡Al pirata! ¡Al pirata! - Cuando terminó con el último se dio la vuelta lentamente y se dirigió de nuevo a él, que contemplaba la escena alucinado, señalándolo con un dedo acusador - Ya lo has oído, todos te han nominado, los teléfonos quedan abiertos.

    Él intentó decir algo, replicar, pero se le hizo un nudo la garganta y no fue capaz de articular palabra; estaba en estado de shock y sólo tenía ganas de llorar. Ella se fue un momento de la habitación con la promesa de volver enseguida con una sorpresa.  La puerta estaba entreabierta y la oyó alejarse mientras el cabrón del loro repetía de nuevo la puñetera frase que él hizo famosa en Gran Hermano, cuando intentaba desprestigiar a sus contrincantes: - ¡No tienes luz propia!, ¡No tienes luz propia! -  A continuación cerró los ojos con fuerza para abrirlos después con la esperanza de que todo fuese un mal sueño tras una noche de pesadilla, pero su vejiga a punto de explotar le devolvió otra vez a la aterradora realidad.

    Unos minutos después ella regresó, ya sin el loro, con una caja de zapatos de la que extrajo un taco de fotos. - "Son imágenes sacadas hace unos años a las puertas de "La posada de las ánimas" -, le dijo. En una de ellas estaba él en el centro de un grupo numeroso de fans felices y sonrientes que lo rodeaban y abrazaban con cara de haber bebido todos unas copas de más para celebrar su triunfo en el concurso.  Ella también estaba allí y se señaló con un dedo para que él la reconociese. - ¡Ves, ésta era yo! - Indicó Meli con tono desanimado y melancólico.
    El pirata se explicó al fin porqué le sonaba su cara y recordó vagamente la vorágine triunfalista que lo sacudió todo en su vida aquel día ya lejano.  Aquéllos fueron momentos de euforia y parecía que toda la plataforma de apoyo que tuvo en el blog de Telecinco, fundamental para su victoria, estaba aquella noche a las puertas de la famosa discoteca de Madrid donde acababan siempre sus juergas todos los ex concursantes del programa.

- Ves, ese mismo día empezaste a pasar de nosotras, yo era la número trece de la plataforma con cientos de personas que, no lo olvides, te dio la victoria. ¿Y tú qué hiciste?. Rechazar nuestra invitación, mi invitación a aquella cena. Eres un maldito soberbio y un engreído. Nos diste largas y te piraste con el maletín lleno de billetes perdiendo el culo y dando la espalda a quienes te ayudamos de forma incondicional.
- No sé de que me hablas, no me acuerdo de nada, aquellos días tenía muchos compromisos y... - Ella le interrumpió el discurso.
- ¡Nooooo! ¡No mientas!. Sólo pensabas en ganar más pasta dando tumbos por los platós y nos abandonaste y te aprovechaste de nosotros como una maldita prenda de usar y tirar. Tenías el premio gordo, que en parte era nuestro y nos diste la espalda por unos platos de lentejas de mierda. ¡Cínico, que eres un cínico!.

    El pirata comenzó a asustarse de verdad, la cosa pintaba mal, realmente jodida, porque la tipa estaba como una regadera y obsesionada con él. Al fin se percató de que debería cambiar de estrategia si quería salir dignamente y entero de semejante encerrona.
- Meli, de verdad, lo siento, fueron unos días muy difíciles para mí. Tú ya sabes lo mal que lo pasé durante el concurso y al salir no supe controlar la dimensión espectacular de lo que había pasado en el exterior. Si te molesté, disculpa - Su voz no sonaba natural, resultaba forzada y era evidente que estaba fingiendo. Una de sus virtudes era ser demasiado transparente, se le pillaba la matrícula a leguas. Y ella conocía al dedillo todos sus tics y sus trucos baratos. A ella jamás volvería a embaucarla.

   Desde el exterior, en ese momento, les llegó amortiguado el ruido inconfundible de un helicóptero merodeando la zona, y al mismo tiempo sonó el timbre de la casa. El pirata no se lo pensó dos veces y comenzó a gritar con todas sus fuerzas pidiendo auxilio. Alguien estaba llamando desde la verja y no quería desaprovechar la ocasión; seguro que su compañera arrepentida había denunciado su desaparición y la guardia civil lo estaría buscando. Amelia se levantó decidida y salió un momento de la habitación para volver de inmediato empuñando un enorme cuchillo de cocina, lo alzó ante sus ojos y amenazó: "Como hagas un sólo ruido más vuelvo después y te arranco de cuajo la poca virilidad que te queda. ¿Está claro?". El abrió los ojos, desorbitados, mientras ella le metía un trapo en la boca que fijó con dos tiras de cinta adhesiva negra, fuerte y resistente, de la que se usa para pequeñas chapuzas caseras de bricolaje. El pirata apenas se resistió, la visión del enorme cuchillo apagó de golpe cualquier ansia de hacerse notar; la determinación que adivinó en su mirada extraviada por la locura le persuadió de que Amelia era muy capaz de cumplir su promesa.
 
    Toda esa locura que estaba viviendo le recordó una película terrorífica que había visto hace tiempo, y por un momento la cara de Amelia le recordó muchísimo a Kathy Bates, la magnífica actriz que interpretaba a la chalada protagonista de aquel filme. Juraría que su título era Misery; y pensar que ella podría estar imitando lo que la Bates hacía en la peli con el protagonista acabó por acojonarlo del todo.

    Estaba tan aterrado que no se dio cuenta de que algunas gotas de orina se le habían escapado mojando sus calzoncillos. Tampoco se percató de que la posición de la cinta adhesiva colocada encima de su labio superior presionaba contra sus fosas nasales una parte del trapo que sobresalía y apenas podía respirar.   En pocos segundos comprendió que el pequeño hilillo de aire que se colaba no era suficiente para renovar con garantías sus pulmones. A los dos minutos tenía la sensación, acrecentada por la angustia y el nerviosismo, de que se moría. Se estaba asfixiando.  Cuando estaba a punto de perder el conocimiento, en un último intento de conseguir el aire salvador, sintió como la tela, curiosamente salobre, se pegaba a su lengua, la escupió con todas sus fuerzas y gritó como jamás lo había hecho en su vida.

ACTO FINAL: El despertar

     Se despertó alarmado y de un salto se colocó en cuclillas sobre la toalla dando una bocanada de aire tan agónica y brutal que sonaba como la de un enorme cetáceo cuando sale a la superficie a respirar después de estar mucho tiempo sumergido. Cuando comprendió que se había quedado dormido en la toalla tras discutir con su compañera todavía temblaba de angustia intentando recuperar el resuello y sobreponerse al sueño tan real que acababa de padecer. Se había hecho tarde, oscurecía en la cala y unos nubarrones amenazadores asomaban por el oeste en el horizonte.  Su acompañante, que estaba ya vestida con el bolsón de playa al hombro y las chanclas en la mano dispuesta a marcharse, lo observaba con cara de mala uva y una mueca inconfundible de desprecio después de oír esa especie de aullido salvaje, o resoplido, que él acababa de soltar después de dormirse durante una hora. Había pasado de ella, y en vez de escucharla o dialogar se había puesto a roncar como un ser insensible y un perfecto maleducado. Era más de lo que podía soportar y como guinda del espectáculo el numerito que acababa de montar después de un supuesto mal sueño.

    Incapaz de reaccionar todavía por la terrible pesadilla que acababa de tener, observó paralizado como tras un "Ahí te quedas con tu teatrillo de mierda" ella se largaba de la playa a toda velocidad. Cuando su figura esbelta estaba a punto de desaparecer camino del aparcamiento se dio cuenta de que la playa estaba vacía, bueno no, bajo un pino al lado del sendero de salida se divisaba a una señora con una pamela fucsia y unas gafas de sol puestas a pesar de que el sol había desaparecido hacía un buen rato. - ¡Mierda, no puede ser, es la tipa esa! - Exclamó, y aterrorizado recogió precipitadamente sus cosas en un montón revuelto y echó a correr como un poseído detrás de su compañera llamándola a gritos y suplicando que por favor lo esperase.

   Corría tan desesperado por llegar a tiempo y no quedar en tierra que cuando pasó a la altura Amelia y escuchó un irónico "¡Hasta pronto pirata!", con el susto y la sorpresa tuvo un traspiés y se le cayeron todas las cosas a la arena. Como alma que persigue el diablo recogió todo en segundos desordenadamente, y sin dejar de mirarla reculó un par de metros para alejarse de ella mientras le chillaba despavorido - ¡Fuchi, fuchi, bruja pirada! - Y desapareció por el sendero que lleva al aparcamiento sin dejar de pedir, a grito pelado, mil disculpas atropelladas a su compañera y rogándole encarecidamente que no se fuese sin él.

- Mira que son raros y retorcidos estos famosillos de los cojones. La fama se les sube enseguida a la cabeza - Dijo para sí Amelia con una sonrisa enigmática.  Después de echar un vistazo a su alrededor y comprobar que la playa estaba desierta, buscó entre las hojas de una de sus revistas la fotografía tamaño folio del pirata que tenía guardada como oro en paño, y que él mismo le había firmado como flamante ganador del concurso unos cuantos años atrás. Con mimo la colocó sobre la arena y estuvo de rodillas mirando fijamente su rostro sonriente durante unos minutos, a continuación la recogió de nuevo y con unas tijeras que extrajo del bolsón comenzó a recortarla de forma lenta y sistemática en decenas de pequeños trozos que quedaron esparcidos sobre la arena blanca y fina de la playa.

    Al acabar se levantó y pisoteo repetidamente las tiras rotas hasta que desaparecieron hundidas totalmente bajo la arena. Visiblemente satisfecha por el esfuerzo que acababa de realizar, corto pero emocionalmente intenso, se quedó un rato observando hipnotizada como las olas morían mansas muy cerca de ella con la marea en su punto más álgido, luego giró la cabeza hacia atrás para mirar en dirección al sendero por donde él acababa de desaparecer, entre arbustos, y que conducía a través de una leve pendiente hasta el aparcamiento:
- ¡Corre, capullo, corre, que por esta vez te has librado! - Murmuró.

    Después de arreglarse un poco el pelo y recoger todos sus bártulos para marcharse, oyó el motor de un vehículo alejándose. Con la certeza que dan los años y la intuición femenina, supo que el pirata se había montado en él y que su compañera le había perdonado.  "Otra incauta más", pensó.  A mitad del sendero de vuelta al aparcamiento se detuvo un momento, levantó un puño amenazante en dirección a algún punto indeterminado y vociferó: - ¡¡Ya ajustaremos cuentas pirata!!.  Venciendo el silencio casi sepulcral del lugar a esas horas, el eco de sus palabras rebotó con fuerza entre las paredes escarpadas que limitaban el arenal: ¡....pirata! ¡....pirata! ¡....pirata!.  Como si el cielo gris respondiese puntual a su grito se oyó el primer trueno un par de segundos después, y un rayo quebró la atmósfera. Cuando arrancó su viejo y fiel "escarabajo" las primeras gotas de lluvia, pesadas y gruesas, rebotaron con fuerza en el parabrisas. Bajo un panorama onírico y sobrecogedor, con la tormenta arreciando y el cielo iluminado a ráfagas, Amelia puso rumbo a casa mientras tarareaba Yellow, su canción preferida de Coldplay.

Forastero marulo