1.- Lo único necesario para el triunfo del mal es que los hombres buenos no hagan nada (Edmund Burke)

2.- Hay un límite a partir del cual la tolerancia deja de ser virtud (Edmund Burke)

miércoles, 18 de diciembre de 2013

UN CUENTO DE NAVIDAD


    Empezaba a anochecer y Katia, sentada en el rellano de las escaleras del porche de su casa, jugaba con su muñeca.  A sus espaldas, tras el amplio ventanal de la cocina, su abuela trasteaba entre cacharros preparando la cena para las dos. Fuera, la niña observaba a través de las ramas desnudas del nogal del jardín como el sol fundido en el horizonte anaranjado se apagaba totalmente sobre la inmensidad del mar con el rumor de las olas de fondo.  Bajo un cielo diáfano y sin nubes de diciembre destacaba, justo en el suroeste del firmamento, el intenso fulgor de Venus al lado de una luna en su cuarto creciente que resplandecía como un gajo blanco e inmaculado. 

    La niña abrazaba con ternura, como protegiéndola del frío, a Nancy, la muñeca que su mamá le había regalado el día que cumplió cinco años hace ahora exactamente dos meses. Dos días después ella se despidió con lágrimas en los ojos y entre achuchones mientras le decía que se iba por poco tiempo para vivir la ilusión de su vida y le prometió que cuando volviese, esta vez sí, no se separarían jamás, porque gracias a ese sacrificio de estar separadas las cosas se solucionarían para siempre. 

- Sonríe cariño - le pidió moqueando con la cara congestionada y la voz quebrada de emoción  - que mamá va a ser famosa, tendremos dinero y vamos a ser muy felices a partir de ahora.  ¡Ya verás!.

    Cuando llegó el taxi para llevarla al aeropuerto mamá se fue arrastrando sus dos enormes maletas hasta que el taxista las metió con dificultad en el maletero. Estaba muy guapa con aquella minifalda negra de cuero y unos zapatos preciosos a juego de tacón altísimo con adornos plateados y refulgentes enmarcando las hebillas; los mismos que ella curiosa se había calzado la noche anterior mientras mamá se duchaba y se lavaba el pelo. Se paseó a trompicones con ellos por la habitación, fascinada como una pulgarcita traviesa con las botas de siete leguas, husmeando divertida los cachivaches femeninos esparcidos por todas partes que mamá usaba para ponerse guapa y sintió vértigo, mucho vértigo.
 
    Aquel día no fue capaz de llorar al despedirse de su madre desde el portal de casa mientras su abuela, que sí lloraba desconsolada, agarraba con tanta fuerza su mano izquierda que llegó a hacerle daño. Con la otra mano dibujó una despedida de forma mecánica imitando a su abuela, pero sin demasiado entusiasmo, hasta que el coche desapareció tras una curva al final de la calle. Las dos semanas siguientes sintió como si una pelota de ping pong molesta e incansable rebotase a todas horas dentro de su barriguita.

   Katia no entendió nada pero sabía de alguna manera que aquella despedida era muy diferente a otras anteriores y presentía en su corazón de niña que las cosas a partir de entonces ya nunca serían igual. Su abuela le prometió que vería a mamá todos los días, aunque no pudiera hablarle. En aquel mismo momento se preguntó por qué a todos los mayores les gusta tanto prometer cosas que luego no cumplen.

    La niña canturreaba distraída a su muñeca una canción que aprendió con sus compañeros hace unos días en la escuela para el festival de Navidad, justo antes de las vacaciones. Ella fue vestida de pastorcilla y echó de menos a mamá entre el público, sobre todo después de lo que le había dicho Borja antes de subir al escenario, el niño malvado de la clase que siempre insulta y reparte collejas a todos.

♫ El camino que lleva a Belén
baja hasta el valle que la nieve cubrió.
Los pastorcillos quieren ver a su rey
le traen regalos en su humilde zurrón,
Roponpon, Roponpon... 


- ¡Kati, entra en casa que ya está la cena! - Oye la voz de su abuela que la llama mientras las luces del árbol de Navidad se cuelan por la puerta entreabierta de la casa y arropan su frágil cuerpecillo en la oscuridad creciente de una noche ya cerrada. Se recoloca su precioso gorrito de lana de franjas rosas y blancas haciendo campanear graciosamente su pompón con el movimiento, al compás de algunos ricitos rubios que sobresalen y caracolean rebeldes en su frente.  Ella sigue canturreando la canción sin comprender muy bien porqué la entristece tanto, aunque no para de cantarla a todas horas desde que la aprendió.

   Tras llamarla por tercera vez su abuela sale al porche a buscarla.
- Kati, entra en casa que hace mucho frío y ya está la cena en la mesa.

- ¿Abuela, por qué dicen que mamá es una zorra? - Le pregunta la niña sin darse la vuelta dejando perpleja a su abuela y sin saber qué decir.

- ¿Nena, a qué viene esa pregunta?  Replica ella sin contestarle mientras se sienta a su lado en la escalera y le pasa el brazo por los hombros con delicadeza. Las dos miran el cielo hermoso, oscuro y ya totalmente estrellado.

- Borja me lo dijo el día de la fiesta de Navidad. Dice que se lo dijeron sus papás y que también  lo dice todo el mundo en la tele.

    Con un nudo en la garganta agarra las manitas de su nieta abrigadas con guantes de color limón, la mira directamente a esos ojos hermosos y verdes como los de su madre y le dice - No hagas caso cariño, es que a mamá le tienen mucha envidia ahora que es famosa y sale en la tele - La abuela toma un poco de aire antes de continuar - Cuando vuelvas al cole después de vacaciones hablaré con la profe para arreglarlo todo y para que nadie vuelva a decirte esas mentiras.

    La niña hace pucheritos con la boca y baja la vista contrariada.
- ¿Mamá se acordará de mí ?
   Antes de que la abuela pueda contestar a su nueva pregunta la niña alza un poco la voz en tono de protesta - ¡Quiero estar con mi mamá en Nochebuena y que me lleve a la cabalgata de Reyes como el año pasado!.

- Yo te llevaré cariño, no te preocupes, la Navidad es mágica y ella estará igualmente con nosotras en nuestro corazón como una de esas estrellas que iluminan esta noche, como esa grande de ahí ¿ves? - le dice señalando a Venus sin darse cuenta que realmente es un planeta - Ahora mismo mamá estará seguramente en el jardín de Guadalix viendo esa misma estrella y pensando en ti.

    La abuela se levanta para regresar a la casa.
- Anda, entra que se enfría la cena y cierra la puerta que hace mucho frío. No te vayas a resfriar.

- ¡Vaaale, ya voy!.

     La niña se queda unos segundos mirando fijamente el cielo estrellado donde resalta Venus y el cuarto de luna. Una estrella fugaz que apenas dura un segundo cruza en ese momento entre los dos astros. Katía apenas pestañea y una leve sonrisa ilumina su rostro. Por fin, después de varias semanas una lágrima asoma en sus ojos titilando como una estrella más y recorre lentamente su mejilla amoratada de frío hasta caer encima de la muñeca que descansa en su regazo.

- ¡Es verdad, mira, es magia! - Musita de forma casi imperceptible a Nancy como contándole un secreto que sólo quiere compartir con ella.

    A continuación arregla despacio el vestidito de su muñeca y la coloca sentada con mucho mimo con la espalda apoyada contra la balaustrada del porche. Levanta y gira su mentón con cuidado articulando su cuello para que se quede mirando hacia el cielo estrellado y le da un tierno besito en su mejilla mofletuda.

- ¡Hasta mañana Nancy!. Ahora te toca a ti, cuando veas tu estrella mágica vendré a buscarte.

    Katia se levanta y entra en casa cerrando la puerta tras de sí mientras sigue canturreando la canción del tamborilero. Fuera hace mucho frío, hiela, y Nancy permanece inmóvil observando el cielo inmenso. Sus ojillos redondos de cristal antes inexpresivos brillan ahora como espejos reflejando la luna y el cielo salpicado de estrellas, mientras tanto la escarcha nocturna comienza a dibujar en su carita rosácea de plástico una lágrima gélida.



Forastero marulo